- No me lo digas, pasabas por aquí y pensaste: ”Voy a ver a mi viejo amigo Alejandro”.-le dijo a la mujer cuando la vio entrar a la casa.
Myrna le miró por encima de sus gafas, como hacía siempre.
- Lo hice para dejarles a solas, que como dicen ustedes; ”Dos son compañía, pero tres son multitud”.
Alejandro asintió.
- Bien pensado, si. Pero me comí lo que dejaste anoche de cena y por poco me muero vomitando esta noche.
Myrna se llevó las manos a la boca, preocupada.
- Lo siento, Alejandro. No pensé que le sentaría mal. Sólo quería que no tuvieran que preocuparse de preparar cena cuando llegaran.
- Lo sé, y te lo agradezco.-dijo Alejandro.-Pero que nochecita, hija. Fue de todo menos romántica, puedes creerme, Myrna.
- Lo siento mucho, lamento que se pusiera enfermo con mi ensalada.-dijo Myrna con semblante preocupado.
Alejandro pensó que esa mujer era todo corazón.
- Myrna, mala hierba nunca muere. Tranquila, que no te quedas sin trabajo de momento.
Myrna levantó los brazos.
- Por Díos, eso no es lo que me preocupa, yo le aprecio mucho, Alejandro.
- Lo sé, mujer, tranquila.-dijo sonriendo.-Yo también te tengo mucho cariño a ti.
Alejandro reía.
- Bueno, yo ya me voy a poner a mis quehaceres.-dijo la mujer dejando su bolso y el chaquetón en la percha de la entrada.
- Sí y yo también, que hace una semana que no abro el PC y mi editor me va a matar.-le dio un rápido y ágil giro a las ruedas y se metió en su despacho dispuesto a acabar su artículo esa misma mañana.
A mediodía, empezó a llegar al despacho de Alejandro un delicioso aroma a estofado y él hombre levantó la vista del teclado, se quitó las gafas que usaba para la presbicia o vista cansada, y las dejó junto al teclado. Salió desde detrás de la mesa y fue a la cocina.
- Myrna, ¿esto que huele tan deliciosamente es un estofado?
La mujer estaba sacando la ropa de la secadora que había en el patio anexo a la cocina, y al oír la pregunta de Alejandro se asomó a la cocina y le vio meter la cuchara de madera dentro de la cacerola, entonces entró rápidamente.
-¡Alejandro, ya puede ir dejando esa cuchara donde lo encontró!-gritó dirigiéndose hacia donde estaba el hombre con la cuchara aún en la mano.
- “Confirmao, Myrna es bruja”.-Pensó.- ¡Yo sólo quería probarlo, Myrna. Estoy muerto de hambre, mujer!.
Ella negó con el dedo a la altura de la cara de Alejandro.
- Nada de eso, usted no es un niño chiquito y puede esperar a que se acabe de cocinar, así que ya se me va yendo de vuelta a su despacho que yo le avisaré apenas esté listo el almuerzo.-le cogió de los mangos de la silla y lo sacó de la cocina mientras él seguía protestando.
- Caramba, que carácter se gasta la caribeña.-dijo entrando de nuevo en su despacho y riendo.
Myrna le oyó y sonrió mientras removía con cuidado la comida.
A eso de la una Alejandro levantó la vista del teclado al sentir que alguien daba con los nudillos en la puerta.
- ¡Pasa, Myrna!
La puerta corredera del despacho de Alejandro se abrió, pero a quien vio asomar la cabeza tras ella fue a Vicky, que acababa de llegar.
- Alejandro, cuando quieras ya puedes venir a comer.
- Ey, hola, preciosa.-la saludó abriendo los brazos para recibirla entre ellos.
- Así da gusto volver a casa.-admitió Vicky abrazándole.-Pero, venga, que tengo un hambre voraz.
El hombre dejó las gafas a un lado del teclado donde siempre las ponía y salió de detrás de la mesa rápidamente.
- Ya era hora, yo también estoy hambriento.-dijo mientras salía al pasillo.
Cuando llegó a la espaciosa cocina Myrna ya había colocado en la mesa un mantel plastificado de color verde manzana con acabados imitando un bordado en blanco, y sobre él tres platos blancos y cubiertos. Alejandro se colocó en el extremo más cercano y que tenía más espacio de maniobra, mientras que Vicky se sentó en uno de los lados de la mesa, a la derecha de Alejandro. Myrna sirvió la comida y se sentó a comer frente al hombre, como él le había pedido el primer día que llegó a trabajar tres años atrás.
Alejandro se llevó a la boca el primer bocado.
- Umm... insuperable, Myrna.-alabó la comida para regocijo de la mujer.
- Me alegro que les guste.-confesó Myrna satisfecha.
- Eres una cocinera de miedo, me encanta este plato.-admitió Vicky, que estaba sentada a la derecha de Alejandro en la mesa rectangular de la cocina.
- Estoy contenta de que ya esté totalmente recuperado de lo de su riñón, Alejandro.
- Gracias, la verdad es que lo he pasado bastante mal. Te juro que no vuelvo a hacer semejante tontería en lo que me queda de vida.
- Eso espero, sino se las verá con Vicky y conmigo.-amenazó Myrna y ambas sonrieron cómplices.
Alejandro miró a una y luego a la otra.
- Me parece que vosotras dos os lleváis demasiado bien para que sea bueno para mi salud.
- Como cree…-exclamó Myrna riendo.
-¡Qué va!-exclamó Vicky entre risas.-Es todo fachada.
- Sí, ya veo.-replicó Alejandro sonriendo.
Después de la comida Alejandro fue al baño a vaciar la bolsa de la sonda y luego, cuando Vicky se volvió a marchar, regresó a su despacho. Si dependía de él, jamás volvería a pasar otra vez por la misma dura experiencia de un cólico nefrítico.
A eso de las seis el sonido del teléfono le sacó de la concentración que tanto le había costado conseguir y maldiciendo en voz baja levantó el auricular. Era Vicky que le llamaba desde la librería para preguntarle cómo se sentía en su primer día, desde que el médico le dio permiso para empezar a hacer vida normal.
- Vicky, estoy muy bien, tranquila, cielo…. ¿acaso no has visto por ti misma el pedazo plato de patatas que me he metio entre pecho y espalda?...Siiiii, me he tomao la medicación, y no, no estoy fumando demasiado. Vicky, ¿quieres hacer el favor de no interrogarme como si tuviera seis años? Recuerda que ya soy mayorcito y sé lo que tengo que hacer….No, no estoy enfadado, cariño, lo que pasa es que estoy harto de que me tratéis como a un bebe….Sí, la llamaré luego, pero no creo que sea necesario, ya me siento bien y Mª José es una exagerá. Es muy capaz de coger el coche y presentarse aquí esta misma noche, que conozco a mi hermana….Si, lo sé, y con razón, pero no era necesario alarmarla y hacerla desplazarse a quinientos kilómetros para tan poca cosa, mujer….sí, ya lo sé, pero ya ha pasao todo…..Vale, la llamaré cuando termine con lo que estoy haciendo….Sí, vale, te espero. Hasta la noche, ciao, cariño. Un beso, cielo. Te quiero.-colgó el auricular y sonriendo dijo: “Mujeres, que exageradas son”, y continuó escribiendo con una sonrisa en los labios.
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