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viernes, 6 de septiembre de 2013

Capítulo 31.

   Mª José escuchó el pequeño alboroto en la habitación que ocupaban su hermano y Vicky y eso la hizo sonreír.
- Vaya juerga que tienen esos dos, ¿eh?.-comentó Jorge poniéndose de lado.
   Mª José le miró a los ojos de color casi negro y ahora sin gafas y pensó en aquel chico. Le adoraba por cómo era, todo corazón según le dijo ella en una ocasión no hacía demasiado tiempo.
- Sí, y me alegro por mi hermano, parece que por fin a rehecho su vida.-dijo Mª José con cierto tono fraternal en la voz.- Me gusta Vicky. Ha hecho que Alejandro vuelva a ser feliz, y eso no tiene precio para mí. Hacía años que no le veía reír como lo ha hecho esta noche, y es maravilloso, ¿verdad, cariño?.
   Jorge asintió.
- Desde luego que lo es.-admitió sonriendo.
- Ni te imaginas lo que ha sufrido, Jorge. Cuando llegó a esta casa después casi un año entre el hospital donde le operaron y al que le trasladaron después para la rehabilitación, parecía una sombra. Había adelgazado tanto que parecía que ya había cumplido los cincuenta y sólo tenía treinta y siete años recién hechos. Lo pasó francamente mal, tanto física como emocionalmente. Su vida había dado un cambio radical en un solo y maldito día y eso era demasiado para él.
   Mª José tenía la cabeza apoyada en el brazo de él. Jorge asintió.
- Para él y para cualquiera. Debió ser terrible. No me imagino como soportaría yo perderos a ti y a las niñas y encima perder la movilidad de la mitad de mi cuerpo. - Creo que me volvería loco.-admitió acariciándole la mejilla.
- Sí, y la verdad es que lo temimos durante algún tiempo. Tuvo que llevar un tratamiento con antidepresivos y aún así, no era capaz de soportarlo a veces. En más de una ocasión le oí llorar como un niño y pedir casi a gritos que Dios se lo llevase con su familia. Jorge, fue terrible sentir su llanto desesperado incluso con la cara tapada con la almohada. Recuerdo que una noche que le sentí como lloraba me acerque a su habitación muy despacio, abrí un poco la puerta y pude ver como daba golpes furiosos y desesperados en el colchón mientras rogaba no despertar por la mañana. Era terrible oír eso de una persona a la que adoras.
- Lo imagino
   Mª José se arrimó a su marido, le paso el brazo por encima del pecho y le besó en la mejilla.
- Te quiero muchísimo, Jorge.
  Él la besó en la boca con mucha dulzura.
- Yo también a ti, viejecina mía.
   A él le gustaba bromear con el hecho de que ella le llevase diez años y Mª José le seguía el juego entre risas.
- Cómo se enteren los de Servicios Sociales me hacen detener por “asalta cunas”.-dijo entre risas.
   Jorge cogió su almohada y le dio con ella en la cara.
- No te pases, vejestorio.
   Ambos comenzaron a reír en tono bajo para no despertar a sus hijas, que dormían abrazadas la una a la otra junto a ellos, en la cama de aire.

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