- Buenos días, Dolores, deme lo de siempre.-se limitó a decir Alejandro a la mujer, a la que conocía desde hacía ocho años.
- Tres ramos de rosas, dos con media docena de color blanco en ca'uno y otro con una docena de rojas.- dijo Dolores, que ya se sabía de memoria el pedido, pues era siempre el mismo desde el primer mes.
- Así es.-confirmó Alejandro escuetamente.
- Hijo. ¿Puedo preguntarle a quienes tiene aquí descansando pa’venir cada semana desde hace casi diez años?. Deben ser mu importantes pa‘usted.
- Dolores, aquí tengo enterrados los últimos veinticinco años de mi vida.
Las palabras de Alejandro sonaron rotundas.
La mujer se los preparó y, cuando Alejandro los pagó, se dirigió al pasillo de la derecha. Se detuvo justo al entrar en él. En la segunda fila de nichos había tres consecutivos que tenían en el centro las lápidas, protegidas con vidrios, unos jarroncitos de cristal con rosas marchitas. Alejandro abrió uno por uno y fue sustituyendo las flores muertas, por las que acababa de comprar. Puso las blancas en los nichos de sus hijos y las rojas en el del centro, donde descansaban los restos de su esposa. Cuando acabó, dejó las flores marchitas dentro de un cubo que, para tal efecto, había a un lado, y se puso a acariciar las lápidas con mucha ternura.
- Hola, hijos. Aquí estoy de nuevo.-dijo tratando de aguantar el llanto que, a pesar de los años transcurridos, le brotaba de la garganta como una bola de fuego que le arrasaba las entrañas.-No sabéis lo que os añoro. No hay día, te lo juro Elisa, que no desee estar aquí con vosotros para siempre. Tuve la culpa de lo que pasó y no me lo perdonaré mientras viva….-ahora el llanto era desconsolado.- Cada día en esta silla es como… vivir la condena más dura, pero me la merezco, como me merezco sufrir por haberos matao. Quisiera volver el tiempo atrás y hacer lo que tú dijiste, cariño. Que nos marcháramos de la playa antes de que se hiciera de noche, pero estaba tan entretenido jugando con los niños a fútbol que ni me di cuenta de la hora.-Sacó un pañuelo del bolsillo de su camisa y se limpió las lágrimas que le empañaban los ojos. Cogió una pequeña botella de agua que llevaba siempre en el bolsillo del pequeño respaldo de su silla de ruedas y bebió un trago para intentar aclararse la garganta.-Ni nada ni nadie me impedirá venir.-tocó la lápida de su hijo.-Tú hubieras cumplido los veintiuno en abril.-hizo un gesto de pesar.-Joder, como pasa el tiempo, hijo. Pronto será mi cumpleaños, cuarenta y seis ya, Elisa, no como tú, que dijiste que te plantarías en los cuarenta y ni si quiera llegaste.-tocó la lapida de su pequeña Carlota.-Hija, como me hubiera gustao ver cómo te casabas, sí ya se, es una tontería, pero siempre soñé con llevarte al altar del brazo.-soltó de nuevo el llanto.-Hubieras sido la novia más guapa de todas, eso seguro, princesa.-se detuvo un momento para intentar calmarse, pero apenas si consiguió dejar de sentir que el pecho le estallaba a causa de la presión que notaba en él, que, pensó, se debía a la congoja que atenazaba su garganta.- ¿Sabes que tus primas se te parecen?. Es curioso, son idénticas a ti, y ahora tienen casi la edad que tu tie… tenías. Eso sí, en el carácter te pareces más a Carlota, sois dos terremotos.-sonrió débilmente.- Ella me recuerda mucho a ti, hija mía.- Alejandro lanzó un hondo suspiro, acabó con toda el agua de la botella, y la guardó de nuevo en la parte de atrás del respaldo de su silla de ruedas. Pasó la mano acariciando las tres lápidas.-Elisa, vida mía, no puedo vivir sin ti y los niños, es imposible.-seguía llorando como un niño desvalido. Sentía un dolor inmenso que le presionaba el pecho.- No quiero seguir así, el día a día se me hace insoportable y, por las noches es aún peor…Dios, quiero irme con vosotros lo antes posible. Elisa, te juro que no hago una barbaridad por mi hermana y por Myrna. De estar solo ya no seguiría aquí, te lo aseguro…-se secó las lágrimas de nuevo.
Después de estar en silencio unos minutos volvió a acariciar las tres lápidas.
- Bueno, ya es hora de irme por hoy, que Myrna me espera para comer, aunque no tengo ni gota de hambre. Voy a hacer un recao a ver si me despejo un poco.-se limpió las lágrimas que le caían por las mejillas y se apartó de la fila de nichos.
Antes de salir del camposanto, se detuvo un instante para ponerse sus gafas de sol de ligera montura metálica, con cristales marrones y, resistiendo un tremendo deseo de regresar donde reposaba su familia, salió del camposanto sin mirar a tras, porque sabía de, que hacerlo, le sería imposible salir de allí.
Una mujer madura de cabellos color rojo fuego y completamente enmarañados le escuchó accidentalmente desde el pasillo contiguo y sintió pena por aquel hombre. No pudo verle, pero su voz grave y rota de dolor jamás podría olvidarla.
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