- Hola.-saludó mostrando una atractiva, aunque sutilmente triste.-¿Puede decirme donde están las óperas de Verdi, por favor?.
Marga sonrió y señaló a la estantería de la derecha.
- Todas las de Verdi están ahí, en los estantes de la derecha.
- Muy amable, gracias, señorita.-contestó Alejandro y, dando un giro de noventa grados a las ruedas de su silla, se fue al mencionado pasillo del local.
Después de unos momentos buscando en el estante central de la estantería, Alejandro comprobó que no había óperas del compositor italiano en él. Cuando ya se marchaba, algo decepcionado, miró hacia el estante más alto de los tres que componían el expositor y allí estaban las de Verdi, “Aida”, Otelo”, “Falstaff” y, por fin, la maravillosa “La Traviata”. Fue a coger una de las copias, pero comprobó que, a pesar de alargar el brazo todo lo posible, no alcanzaba a la funda por unos míseros centímetros. Se agarró a la estantería inmediatamente inferior y se impulsó, pero no consiguió ganar más de la mitad de los centímetros que le hacían falta para alcanzar el estuche.
-¡Ostias, siempre igual, joder!-renegó el hombre entre dientes.
Desplazó su cuerpo hacia el borde del asiento de su silla y volvió a intentarlo. En esta ocasión consiguió tocar la caja con la yema del dedo corazón, pero no pudo asirla. Se incorporó aún más y, al quedar el peso de su cuerpo totalmente dejado caer sobre el filo del asiento de la silla ésta se levantó de las ruedas traseras y eso provocó que el hombre quedase agarrado con ambas manos al estante, lo que hizo que éste se le cayese encima, empezando a lloverle entonces un sinfín de cajas.
Cuando Vicky, que estaba colocando algo del material que les había llegado esa misma mañana, en la estantería de detrás, oyó el estruendo, se dirigió a toda prisa a ver qué había sucedido. Al llegar al pasillo de donde salió el ruido vio al fondo, junto a una de las estanterías de madera clara, al hombre de la silla de ruedas que estaba sepultado bajo la estantería que se le acababa de caer encima y que él, trataba de sujetar con sus brazos.
-¡Ay, Dios mío!-exclamó Vicky echando a correr en dirección a donde estaba el hombre, que no se percató de que ella se la acercaba hasta que la tuvo a su lado. Vicky cogió la estantería, ahora casi, despejada de su pesado contenido y la enderezó, ayudada por el mismo Alejandro y otro cliente.
- Lo siento, soy muy torpe, menuda la he armao.-se disculpó.
-¿Se encuentra bien?-se interesó Marga que, una vez que la tienda se quedó vacía, se acercó para interesarse por lo ocurrido.- ¡Que susto me he llevado, collons!
- Sí, ha sido más el ruido que las nueces.-bromeó Alejandro y fue entonces cuando vio que todas las cajas habían caído al suelo.- Lo siento, señorita.-se disculpó.-Menudo estropicio he organizao, madre mía.
- No se preocupe, yo las devolveré a su sitio.-dijo Vicky con tono sereno tratando de quitar importancia al incidente.-Esto sucede constantemente. Hay muchas y apenas queda sitio para meter un dedo para coger la que uno quiere.
- No, si lo que ha pasao es que no llegaba desde aquí abajo.-dijo sonriendo de la forma más encantadora que Vicky había visto jamás.-y como soy de Bilbao, y a terco no me gana ni Dios, quise cogerla yo sólo y mire la que he montao.
Vicky rió tímidamente el comentario del hombre, que no debía tener más de cuarenta y cinco años, y sintió como se ruborizaba, sin poder evitarlo.
- Lo importante es que usted está ileso. En cuanto a esto, se arregla en un santiamén.- le contestó ella mientras, con ayuda de Marga, colocaba la estantería de nuevo en su sitio.
- Gracias, señorita, pero al final, con el follón de cajas que se ha liao, he mezclao la que tenía ya elegida con las otras, ¿me la alcanza, por favor?
Vicky, le miró y luego miró al montón de cajas que estaban esparcidas alrededor de la silla de Alejandro. Se agachó y recogió unas cuantas de ellas y se las mostró en abanico.
- Si me dice la que quiere, lo haré con mucho gusto.-dijo al hombre que tenía delante.
Tenía el pelo castaño claro y liso. Ligeramente descuidado en el corte que ya le descansaba en las orejas y estaba algo largo en la nuca, y una descuidada barba de tres días, o tal vez más. Se fijó en sus ojos castaños, que a Vicky le parecieron los más bonitos y tristes que había visto jamás, y parecía que había llorado bastante. Su ropa era de buena calidad y estaba bien conservada, pero el hecho de ir sin afeitar, supuso que de tres o cuatro días le quitaba parte de su evidente atractivo. Llevaba un suéter de punto y cuello alto de color crudo, unos vaqueros desgastados, y completaba su atuendo con una cazadora y unas botas de piel marrones que parecían acabadas de estrenar a no ser por las estrías que comenzaban a formarse en la doblez del comienzo de los dedos.
- Quería “La Traviata”.-dijo con una bonita pero, a la vez, triste sonrisa.
Vicky buscó entre las cajas que tenía en las manos y no tardo en dar con la que buscaba.
- Aquí la tiene.-dijo mientras se la entregaba.
El cliente sonrió de nuevo y Vicky se percató de unos graciosos hoyuelos que le salían a ambos lados de la cara entre la enmarañada pelambrera de la barba.
- Gracias, señorita, ha sido muy amable, y le vuelvo a pedir disculpas por el estropicio de antes.
-¿De qué estropicio me habla, señor? yo no he oído ni visto nada raro.-dijo Vicky sonriendo.
- Gracias.-dijo el hombre sonriendo con picardía; y dando un rápido giro con las ruedas se alejó en dirección a la caja a pagar.
Cuando se quedaron solas, Marga se acercó a Vicky.
- Vicky, la voz de ese hombre me suena, pero no se dé que, noia.-dijo pensativa.
Su socia se encogió de hombros.
- Pues, no sé, de ser cliente habitual créeme que lo recordaría. Ya lo creo que si.-admitió Vicky sonriendo.
- Eso sí, está como quiere el hombre.-dijo Marga con sonrisa pícara.-Y caramba como me suena su voz, pero ni idea del lugar donde la he oído antes. No se…Lástima que va en silla…
-¿Y eso es un problema, Marga? A mí no me importaría, desde luego que no.
- No sé, Vicky. Debe ser complicado convivir con un inválido ¿no crees?
- La verdad es que no me lo he planteado nunca, pero supongo que eso que dices dependerá del inválido en cuestión, digo yo, no sé.
Se encogió de hombros y no volvió a pensar en ello en toda la jornada.
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