Al llegar a su casa, situada en una zona de adosados, dejó el coche en su parking privado y luego se dirigió a la puerta principal que en ligar de escalón tenía una rampa hecha de cemento. Cuando entro en su hogar, le recibió con una amplia sonrisa Myrna, su asistenta, una mujer hondureña de piel color canela y grandes y expresivos ojos negros azabache.
- Hola, Myrna.-saludó a la regordeta mujer que le asistía desde hacía algo más de dos años, cuando llegó recomendada por Francia, la anterior asistenta de Alejandro, y que muy a pesar de ambos, tuvo que regresar a su país por problemas familiares
- Buenas tardes, don Alejandro, le he preparado uno de sus platos favoritos, un filete de ternera con salsa a la pimienta, y una hermosa ensalada verde, ¿Qué le pareció?
Si había una cosa que fastidiase a Alejandro era que le llamasen “don”, y Myrna lo sabía.
- Myrna, ¿Cómo tengo que decirte que don Alejandro era mi padre?. Yo soy Alejandro a secas, ¿vale, señora Myrna?
La mujer, de unos cuarenta años, pero que aparentaba algunos más a causa de llevar trabajando desde los diez, primero en el campo en Honduras, su país de origen, de ahí su piel envejecida, y luego en distintos países europeos hasta llegar a España, cinco años atrás, sonrió con picardía y le miró por encima de sus nuevas gafas de montura roja, que Alejandro, le regaló apenas unos meses antes para su cumpleaños, y que hacían juego con su tono de carmín que siempre llevaba, siendo ese, el único presente que recibió ese día.
- Ok, don…perdón, Alejandro, es que se me hace bien raro llamarle así.- Alejandro, la miró y sonrió.
- Pues, acostúmbrate, que ya va siendo hora, mujer. Y, de paso, tutéame, que no me va eso del usted.
Myrna asintió, pero su color de piel evitó que él notase que se ruborizaba.
- Ok, Alejandro, pero es que en mi país usamos el usted como acá utilizan el tú.
El hombre la miró sonriendo.
- Vale, eso te lo paso, pero lo del “don”, ni de coña, ¿estamos?- dijo la última palabra amenazándola con el dedo índice.
- Sí, Alejandro, yo ya lo intentaré.
Mientras la mujer ponía un paño en la mesa de la cocina para servirle la cena, Alejandro la observaba como lo hacía.
- Me voy a poner a escribir un rato, y esta noche me iré a la cama enseguida, que estoy molido.- dijo Alejandro llevándose las manos a los riñones.
Myrna llenó los dos platos del sabroso estofado y se sentó en la mesa de la cocina a comer con él, cosa que hacía desde el primer día por expreso deseo del hombre, que odiaba comer sólo.
-¿Se siente bien?- Myrna le miró preocupada, a lo que él respondió con una sonrisa.
- Sí, estoy bien, sólo un poco cansado, eso es todo.- aseguró.
-¿Seguro? ¿Quiere que llame al Dr. Villanueva?
Alejandro levantó la vista del plato de ternera con verduras, su plato favorito.
-¡Cómo le llames, como el otro día, te mato, Myrna!- fingió enfado, pero ella ya le conocía y sonrió levantando las dos manos.
- Ok, ok, no dije nada. Pero es que el otro día me asusté mucho cuando le encontré tirado en el piso de su dormitorio.-reconoció Myrna con las los brazos levantados en un gesto más propio de una
"Diva" del "Bell Canto".
- No estaba “tirado”, estaba buscando una pastilla que se me cayó al suelo y rodó bajo mí cama.- explicó el hombre.
Ella asintió repetidamente y dijo:
- Pero eso lo supe después, yo pensé que era usted el que se había caído. Y yo no puedo levantarle sola.
-¡Ay, Myrna, me recuerdas a mi madre!-exclamó un divertido Alejandro.-Para ella nunca pasaban cosas buenas, y tú eres igualita.
-¿Y qué me dice del susto que me dio?
Alejandro la miró de soslayo, con el ceño algo fruncido.
- Porque eres una exagerá.-exclamó el vasco.-Si en lugar de empezar a tortas con mi trasero, menos mal que no siento nada en él, me hubieses preguntao que buscaba, tú te hubieses ahorrao el susto, el médico el venir para nada y yo, la paliza en mi culo.
Alejandro empezó a juguetear con la comida. Se había despertado muy temprano a causa de la pesadilla de siempre, que no dejaba de atormentarle, y se sentía agotado a pesar de que no eran más de las dos de la tarde.
-¿Pasó algo, Alejandro?
El hombre negó con un gesto de cabeza.
- Nada nuevo.-dijo con voz apesadumbrada-que se aproxima la fecha del aniversario de mi boda y eso siempre me afecta. Hace más de ocho años que se me fueron y todavía les hecho en falta. Es un dolor muy grande, Myrna, muy grande.
La mujer le miró con cierta tristeza en el rostro.
- Yo ya sé, cada año le pasa es lo mismo. ¿Por qué no va otra vez al psicólogo?
- Ya lo hice al principio y no sirvió de nada.- Alejandro se apartó de la mesa apenas sin probar bocado.- ¿De qué me sirve hincharme a antidepresivos, si lo que me tiene así no va a cambiar por muchos que me tome?
Myrna fingió no escuchar su comentario.
-¿No le gustó mi estofado?-preguntó la mujer cogiendo el plato de la mesa, que estaba casi sin tocar.-Le puse bien de verduras, como a usted le gusta.
Alejandro se sacó del bolsillo de su camisa un paquete de “Lucky Strike” y encendió un cigarrillo.
- Está buenísimo, pero soy yo que no tengo hambre. Hoy no me siento muy animado que digamos, lo siento. Me voy a mi despacho a ver si me pongo a escribir un poco.
- Ok, mientras yo arreglaré la cocina antes de irme a poner una lavadora, pero le esperaré por si me necesita. Por cierto, he notado que usted fuma mucho desde hace unos días, ayer tarde saque el cenicero de su despacho lleno de colillas.
Alejandro ya había salido de la cocina, pero al oír a Myrna, regresó.
- No, ni hablar.-sentenció Alejandro tajante.-Tú terminas en la cocina o lo que sea que tengas que hacer, que yo me las apaño solito. Y en el tema del tabaco, no te preocupes, se lo que hago, Myrna, es que estoy un poco nervioso últimamente y por eso fumo más de la cuenta, pero prometo bajar a medio paquete diario en lugar de un entero. Ella sabía el motivo, también como que no sería capaz de bajar su consumo de nicotina, pero no quiso seguir con el tema.
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