- ¿Cómo está, doctorcito?.-preguntó con cierta angustia en la voz.
- Bueno, probablemente tiene una fuerte infección de orina. Le he retirado la sonda y le he puesto una inyección para bajarle la fiebre y para el dolor. Por ahora que guarde reposo, que beba muchos líquidos, sobretodo agua. Que se tome lo que le voy a recetar tres veces al día y mañana volveré a ver como sigue, pero tiene que tener en cuenta que si la temperatura no baja en cuarenta y ocho horas tendrá que ingresar para administrarle en medicamento por vía.-El médico extendió una receta y se la entregó a la mujer.-Por favor, preocúpese que tome esto cada ocho horas, es muy importante si queremos que se recupere. Las infecciones en el estado que él tiene los riñones son muy peliagudas.
Myrna asintió.
- Pierda cuidado doctorcito, ya usted sabe que yo me voy a encargar de que esta vez se porte bien.
- Eso espero, que nunca me escucha y esta vez puede acabar muy mal. Él ya lo sabe, ahora falta que obedezca. –Dijo mientras se ponía de nuevo la cazadora de piel que había dejado en la percha de la entrada.-En unos días que no se ponga la sonda, que utilice las intermitentes.
- Myrna asintió de nuevo.
El médico se marchó y la mujer se dirigió al dormitorio de Alejandro.
Cuando entró el enfermo yacía boca arriba. Estaba tapado hasta la garganta y aún así se notaba que estaba aterido de frío. Cuando la mujer se acercó a la cabecera de la cama el enfermo abrió los ojos.
- Mi…chica…favorita.-susurró tratando de sonreír.
Myrna le amenazó con el dedo índice.
- Ya ve que no se me cuida cuando está sólo. ¿Desde cuándo es que se siente mal, Alejandro?
El hombre tenía el rostro empapado en sudor a causa de la fiebre. Tragó saliva con cierta dificultad.
- Myrna, se que te vas a enfadar conmigo…cuando te lo cuente, pero…tenía mis motivos para hacer lo que hice.
La mujer hizo su característico gesto con la mirada.
- Alejandro, ¿qué fue lo que hizo?
El hombre tragó saliva de nuevo antes de comenzar a hablar.
- Una gilipollez, Myrna, lo admito.-respondió el hombre con voz cansada- Resulta que anoche cuando traje a casa a Vicky, pues, bueno, era…mi primera vez desde que enviudé, ya lo sabes… El caso es que habíamos bebido un poco más de la cuenta y… bueno, acabamos besándonos en el sofá y…una cosa llevó a la otra y… bueno, decidimos… ya sabes. Yo no quería que ella me viese la sonda en nuestro primer encuentro íntimo.-tragó saliva y descansó unos segundos con los ojos cerrados.-Total…me metí en el baño y me la saqué, con idea de ponérmela después pero…acabamos dormidos y se me olvidó por completo…Esta mañana, cuando ella se marchó no me acordé de volvérmela a poner y después, bueno…empecé a sentirme mal, fui al baño a colocármela, pero…ya era tarde, no podía aguantar el dolor y empecé a sangrar con la orina.
- Virgencita de Guadalupe, ¿no comprende que eso le pudo dañar seriamente?- no sabía si reñirle o compadecerle, pero al final optó por esto último. Pensó que cuando se recuperase tendría el momento propicio para echarle una buena bronca.
-¿Y qué más da, Myrna?. A ver si me muero de una puta vez y acabo con esta agonía.-dijo Alejandro con tanta amargura y dolor en su voz que Myrna le besó en la mejilla
- Por Dios Bendito, Alejandro, no diga eso, mi cielo.
- Es lo que siento.-respondió el hombre con sequedada.
Alejandro se llevó la mano al riñón izquierdo, que era su pesadilla desde poco después del accidente, en el que se lo golpeó y quedó muy seriamente afectado.
- Me duele a rabiar, Myrna.-confesó el hombre llevándose la mano a la zona.
Myrna le tocó la frente y comprobó que ardía. Le quitó el paño que tenía en la frente y después de humedecerlo, se lo colocó nuevamente en su sitio.
-¿Mejor?-le preguntó al hombre que había cerrado los ojos
- Sí, mucho mejor…pero, estoy ardiendo.
Myrna acarició el rostro con mucha dulzura.
- El doctor le ha recetado un antibiótico, ahora iré a una farmacia a buscarlo. Hay una de 24h al final de la calle de detrás. Estaré aquí en un ratico.
Cuando Myrna regresó con la medicación le calentó un tazón de caldo que tenía en la despensa y se lo llevó. Alejandro se lo tomó con su ayuda, pues apenas podía mantenerse sentado. La mujer se quedó a cuidarle sentada toda la noche en la silla de ruedas de Alejandro.
Myrna se despertó a eso de la una de la madrugada al sentir que Alejandro estaba hablando en sueños.
- Álvaro…los barcos…hijo, Carlota…no…hermano…Vicky…
La mujer comprendió que estaba en pleno delirio a causa de la fiebre.
Alejandro, como poseído por una fuerza sobrehumana, se sentó en la cama de un impulso. Se llevó la mano derecha al vientre.
Myrna, se acercó al hombre y, a pesar de que la habitación estaba en penumbra, pudo darse cuenta de que tenía los ojos abiertos y que sudaba copiosamente mientras levantaba el brazo como para impedir que algo le golpease en plena cara.
- Carlota…no…al agua…Agarraos, hijos…Dios… ¡Elisa, cuidao!
La mujer dedujo que seguía presa del delirio, y le agarró suavemente del hombro para intentar que se volviera a echar en la cama.
- Alejandro, échese, mijo.
Él no la escuchaba, estaba reviviendo otra vez el fatídico lunes en el que ocurrió la tragedia.
A eso de las dos de la madrugada Alejandro dormía algo más tranquilo y Myrna descabezaba el sueño sentada en la silla de él. Eran ya las siete y media cuando Myrna despertó, y como Alejandro descansaba tranquilo se escapó un momento a la cocina a prepararse un café para desayunar. Cuando se lo tomó regresó a la habitación del enfermo que al sentirla entrar la miró con expresión agotada.
- ¿Qué hora es, Myrna?- preguntó Alejandro apartándose el pelo que el sudor le había pegado a la frente. Llevaba el pecho desnudo pero tapado hasta las axilas con la sábana.
- Casi las ocho de la mañana, mi cielo.-respondió la mujer mientras comprobaba, poniendo su mano en la frente del enfermo, que la temperatura no había cedido en absoluto, más bien, le había subido algunas décimas.
Alejandro asintió y volvió a dormirse al poco rato.
El Dr. Villanueva llegó a eso de media mañana y después de comprobar el estado de su paciente quedó algo preocupado al apreciar que, aunque la fiebre le había bajado hasta 38º, la infección persistía. Le hizo una exploración dándole pequeños golpecitos en el riñón.
- Bueno, Alejandro, esto va más lento de lo que debería pero si continúa todo así creo que en una semana estarás como nuevo.-le dijo mientras recogía el estetoscopio en su maletín de piel negro.
- Aún me duele mucho y me cuesta orinar. Y el poco orín que sale es sanguinolento.
El médico asintió con gesto recriminador.
-¿Y qué quieres? Has hecho una burrada de campeonato. Has podido dañarte los riñones muy seriamente. Recuerda que los tienes muy castigados por las continuas infecciones de orina y, el riñón izquierdo, además, por los cálculos. Por cierto, he recomendado a Myrna que uses sondas desechables durante una semana y veremos cómo evoluciona todo. Quiero que te sondes cada cuatro horas de momento, no conviene dejar residuos en la vejiga.
Alejandro asintió.
- De acuerdo.
- Y pon más empeño en cuidarte, sino no respondo.
- Yo me cuido todo lo que puedo.
- Pues, un podías cuidarte aún más. Sabes que no puedes tomar alcohol, ni fumar, y no paras de hacerlo.
Alejandro ladeó la cara.
- Tengo que permitirme alguna “válvula de escape”. .
Myrna, que estaba de pié junto a la cama, y sintió pena por él.
El médico guardó todas sus cosas en el maletín y después de despedirse se marchó, pero dijo que volvería en unos días.
Después de comer, a su pesar, sola, en la cocina, Myrna se dirigió de nuevo a ver si Alejandro estaba bien. Cuando abrió la puerta del dormitorio vio en medio de la penumbra que Alejandro estaba medio incorporado.
- ¿Qué hace, Alejandro?- le preguntó encendiendo la luz de la lamparita.-Recuéstese a descansar.
Él le miró. Tenía la cara desencajada y empapada en sudor frio.
- Myrna, me duele a rabiar. ¿Cuando me toca el próximo calmante?
Ella se sentó a su lado y le acarició la cara como si se tratara de uno de sus hijos. Le pasó un paño húmedo por todo el rostro para tratar de refrescarle.
- Le toca a las cuatro. Aún queda más de una hora, cielo.
Alejandro resopló.
- No sé si podré aguantar, me duele muchísimo, desde la espalda, hasta la vejiga pasando por el vientre. Es un suplicio, de verdad. No sé si sondarme de nuevo.
- ¿Quiere que le sonde yo?
Alejandro asintió.
- Sí, por favor.-dijo dejándose caer lentamente en la cama.
Myrna, que ya lo había hecho en más de una ocasión tanto con Alejandro, como con otros pacientes, cogió el material necesario que estaba en una mochila roja pequeña y cuando introdujo la sonda se dio cuenta que había salido muy poco.
- No sale más, Alejandro.-dijo ella que estaba arrodillada en el suelo junto a la cama levantado la bolsa de los orines para que él pudiera ver la cantidad.
- Ha salido muy poco… pero bueno…algo es algo.
Myrna le acarició el rostro con mucha dulzura.
- ¿Cómo se siente ahorita?-preguntó acariciándole la cara.
El hombre cogió la bolsa y miró el contenido. Un líquido oscuro y muy turbio.
- Igual, he orinado poquísimo, lo normal en mi son 600cc cada vez, y aquí sólo hay 50cc escasos.-Me duele muchísimo, Myrna.
Alejandro intentaba aliviar su dolor haciendo presión con la mano en el costado izquierdo.
- Lo imagino, pero no puedo adelantarle el calmante, ya sabe que son cada cuatro horas y el médico se lo inyecto poco antes de marcharse, debían ser las dos más o menos. ¿Quiere comer alguna cosa antes para que la pastilla no le caiga con el estómago vacío?
Alejandro asintió.
- Tengo pocas ganas de comer, pero intentaré tomarme un yogurt.
- Vale, le traeré uno y luego, más tarde, se toma la pastilla.- El asintió. Myrna fue a la nevera a buscarlo.- Tome, mi cielo. Un griego azucarado de esos que tanto le gustan.
Se sentó junto a él en la cama y le ayudó a incorporarse.
- No sé si me lo podré tomar todo.-admitió él quitándole la tapa. Se tomó la primera cucharada y tragó con cierta dificultad.- Me va a sentar mal, tengo el estómago revuelto.
- Intente tomarse la mitad por lo menos.
Después de varias arcadas consiguió dominar su estómago y se tomó más de medio yogurt.
- Lo siento, Myrna, no puedo más. Si me tomo otra cucharada lo vomitaré todo.
Myrna le cogió el envase.
- No se preocupe, es mejor medio que nada. Ahora le traeré el calmante. Espéreme, no se recueste.
Alejandro asintió y ella fue a buscar las partillas para el dolor y la fiebre, cuando se las tomó miró a la mujer.
- Myrna, no se lo digas, pero echo a faltar a Vicky, la verdad.
- Si es así, ¿por qué la dejó marchar?
- Me dijo que no estaba segura.-dijo con voz apagada.-Ante eso, ¿qué podía hacer?. Además es mejor así para ella, no quiero que se ate a mí. Eso jamás.
- Creo que se equivocan, pero ustedes son quien deciden.-sentenció Myrna, tan sincera como siempre.
Por la noche, Alejandro que estaba durmiendo agitadamente, llegó a vomitar en dos ocasiones. De repente, a eso de las tres de la madrugada, el hombre lanzó un gran alarido, se incorporó apoyándose sobre el codo y llevándose la mano al bajo vientre. Myrna, que dormitaba en una silla junto a la cama del enfermo se despertó sobresaltada al oírle. Encendió la lamparita y vio que sudaba copiosamente y se retorcía de dolor.
-¿Qué le ocurre, mi cielo?-preguntó acariciándole la cara que estaba empapada.- Cuanto suda, virgen de Guadalupe, está empapadito.- Parecía, según pudo apreciar la mujer, que la fiebre había vuelto a subir.
- Myrna, ufff.., me duele muchísimo. No puedo aguantarlo más, de verdad.-tenía el rostro desencajado.-joder, la ostia, como duele.
- ¿Qué hago?-dijo preocupada-¿Quiere que vuelva a sondarle?- él negó.- ¿llamo al doctorcito?
Alejandro asintió.
- Sí, por favor.-pidió con un susurro.-me duele muchísimo.-el dolor le hizo doblarse.-Myrna, esto no es una simple infección te lo digo yo que llevo pasadas muchas ya. Creo que es una piedra grande como la del año pasado, pero el dolor es mucho más intenso.
- Ahorita voy a llamar al doctorcito, espere un segundo.
Alejandro asintió con los ojos apretados por el dolor. Tenía el pelo pegado a la cara a causa del sudor.
- Espera, no me dejes…ostras, ay, Dios…-le cogió la mano a ella con fuerza. Daba golpes desesperados en la cama con la mano libre.- Myrna…por Dios…no puedo…Me duele desde la espalda al riñón…y baja hasta los genitales…me duele muchísimo.-volvió a inclinarse por la cintura. Myrna le acarició el rostro. Tenía mucha fiebre, y no sabía cómo aliviarle.
- Deje que llame al Dr. Villanueva y a ver qué es lo que dice él.-Myrna cogió el inalámbrico que había dejado sobre la mesita de noche y llamó al médico. Cuando acabó le apartó el pelo de la frente a Alejandro.
- Me duele a rabiar…Myrna. Creo que…ufff...creo que nunca me ha dolido tanto…como ahora mismo…joderrr.
- Ahorita vendrá el doctorcito, no se me ponga nervioso, mi cielo.
El hombre, que trataba de incorporarse asintió.
- Myrna…por favor, ayúdame a sentarme…no puedo estar echao.
La mujer le cogió por los hombros y le ayudó a incorporarse.
- ¿Mejor?
El hombre negó con un gesto de la cara.
- Acércame esa botella, por favor.-dijo señalando una botella de agua de litro y medio que estaba en el suelo junto al la mesilla. Se bebió de un solo golpe la mitad del contenido y la volvió a dejar en el suelo. Quiso volverse a colocar la almohada pero no pudo.-Tengo que echar esta piedra como sea, porque es eso, fijo.
La mujer le ayudó y le puso la almohada en los riñones.
- ¿Qué tal?
La mirada de Alejandro no daba margen a la duda.- Mal…me duele…mucho.-se llevó las manos al empeine-Ostias, joder…ufff…ufff, como duele, madre mía, que dolor mas tremendo, la ostia. Nunca me acostumbraré a esto por muchas veces que me dé este dolor, Myrna.
La mujer, que estaba sentada ahora en la cama junta a Alejandro, le acarició el rostro y le abrazó intentando consolarle. El cuerpo del enfermo ardía de fiebre, sudaba abundantemente, y tenía el pecho empapado en sudor frío.
- Mi cielo, ¿cómo le ayudo?-se sentía impotente de verle sufrir de esa manera y no saber cómo aliviar su dolor.
Alejandro soltó un alarido tremendo. Se dobló sobre sí mismo y le cogió la mano a la mujer con tanta fuerza que le hizo daño al clavarle el único anillo que la mujer llevaba en los dedos que la flanqueaban. Apoyó la frente en el hombro de Myrna, que para él era mucho más que una asistenta, era su enfermera, su confidente, su amiga. Se abrazó a ella como pidiendo consuelo, ella también lo hizo, y el hombre dio tal alarido que la mujer se asustó. Sintió como el cuerpo de él se tensaba para luego relajarse hasta el punto que cayó hacia atrás como un saco lleno de patatas.
- ¡Alejandro!-gritó ella al verle caer sobre la almohada, le zarandeó, pero no reaccionó.- Dios bendito, mi cielo, despierte, por lo que más quiera.
Le dio un par cachetes en la cara. Fue entonces cuando él reaccionó abriendo los ojos.
- Vicky….
Myrna le cogió la mano con fuerza y se la besó.
- Mi cielo, que susto me dio.
Alejandro miró a la mujer y se dio cuenta que era su querida asistenta.
- Creí que eras…ella.
En ese momento la mujer se dio cuenta de que Alejandro amaba realmente a Vicky.
- Alejandro ¿qué pasó, mi cielo?-le acarició el rostro que ahora estaba blanco como la cal y con sudor frío.
Él la miró aturdido.
- No lo sé, Myrna… Me entró un dolor tremendo… en el empeine.
El timbre de la puerta sonó un par de veces seguidas y Myrna fue a abrir, era el médico. Cuando entró en el dormitorio de su paciente le explicó lo sucedido apenas hacía unos minutos.
- Por lo que me cuentas, yo diría que es un cálculo renal.-comentó el médico.- Y has hecho muy bien sondándote. ¿Te sigue doliendo, Alejandro?
El hombre negó con un débil gesto de cabeza.
- Ya no tanto.-dijo dándose un masaje en el vientre.- Pero, le puedo jurar que ha sido…horroroso, doctor. Jamás he sentido algo igual…a causa de una piedra. Ni cuando tuve el accidente sentí tanto dolor.
- Lo mismo era eso y lo has expulsado.-dijo el médico- Cuando te hice la percusión en el costado ayer note algo raro, pero era muy débil. A ver, deja que te quite el pañal y lo miro.- Cuando lo hizo afirmó con la cabeza y sacando unas gasas y unas pinzas del interior de su maletín cogió con ellas algo de dentro del pañal.- Efectivamente.-exclamó el médico enseñando a Myrna las gasas que contenían una pequeña masa de unos cinco milímetros, de aspecto blanquecino y contorno irregular.-Mira la hermosa piedra que has echado, muchacho.
- Madre mía.-susurró el enfermo.-Una cosa tan pequeña y lo que me ha dolío echar a la muy cabrona.
- Sí, pero creo que has vuelto a vencer tú. Has orinado bastante, porque el pañal esta empapado.-dijo quitándoselo y dejándolo, buen envuelto, en el suelo.-¿Dónde tienes más?
- Deje, doctorcito, que se lo cambio yo.-dijo Myrna.
Myrna se acercó a la mochila, cogió uno nuevo y un paquete de toallitas y se dispuso a cambiárselo, como ya había hecho en decenas de ocasiones desde que le cuidaba y él estaba enfermo. Lo hizo con gran soltura y después de llevar todo a la basura regresó.
- Yo he oído que este tipo de dolor es lo más parecido que siente un hombre a los dolores de parto.-comentó Myrna que se había situado junto al médico.
- Sí, así es.-confirmó el doctor Villanueva.-Y he conocido casos que incluso son más intensos que los de las futuras mamás. No hay que olvidar que un cólico al riñón se manifiesta con fuertes contracciones de la vejiga, lo mismo que pasa con el útero en el caso de un parto.
Alejandro sonrió débilmente.
- Pues lo que soy yo, no vuelvo a “parir” otra piedra si puedo evitarlo. Ni de coña, vamos. Que si en lugar de piedras fueran críos, ya tendría mi propio equipo de fútbol con suplentes incluidos.
Los tres rieron, ya más relajados.
- Lo tuyo no tiene remedio. Hace apenas cinco minutos, te retorcías de dolor y ahora vas y sueltas una de tus burradas.-dijo el galeno.- Venga, voy a ponerte otra sonda ahora, y quiero que la cambies cada semana de momento, luego ya veremos.
Alejandro asintió.
- De acuerdo, lo haré así.
El médico le colocó la nueva sonda y luego se marchó.
A pesar de la expulsión del cálculo renal, la infección urinaria dificultó aún más la recuperación de Alejandro, ya de por sí, complicada.
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