A las dos de la tarde estaban, según Vicky, a unas dos horas de Hoyos del río, pararon en una gasolinera a comerse los bocadillos y como hacía un calor de mil demonios en plena hora de la siesta, decidieron entrar a tomar algo en la pequeña cafetería de carretera que había a pocos metros, la cual, para sorpresa de Alejandro, sólo tenía un pequeño escalón en la entrada que el hombre sorteó sin ninguna dificultad. Cuando entraron, observaron que el local era más grande de lo que parecía desde fuera. Era alargado y en su parte izquierda estaba la barra, que a esas horas de la tarde estaba desierta, sólo había un par de personas en una de las mesas y un grupo de jóvenes que, a juzgar por sus atuendos y su gran número de mochilas que llevaban, no podían ser otra cosa que turistas. Cosa que Alejandro confirmó inmediatamente cuando escuchó a una de las tres chicas que lo componían, dijo algunas palabras en claro inglés.
- Seguro que son turistas.-dijo Vicky señalando a los chicos con un leve movimiento de cabeza.
- Hablan en inglés muy cerrado, así que deben ser norteamericanos por lo menos.
- Que suerte poder viajar cuando se es joven.-dijo Vicky con un elocuente gesto en la cara.
- Es verdad, Matusalén, tú ya eres una ancianita, como le dice Jorge a mi hermana.-bromeó Alejandro.
Vicky rió.
- Bueno, no tengo veinte años como ellos, eso no me lo puedes discutir.
- Ni yo treinta y seis como tú, no te fastidia.-sentenció Alejandro.
- Es lo mismo, tú y yo ya somos adultos, ellos son casi adolescentes. Acaban de salir del cascarón como quien dice.
En ese momento, Alejandro se dio cuenta de que la bolsa de los orines, que siempre llevaba sujeta a la parte delantera de la pantorrilla derecha, estaba a punto de reventar.
- Vicky, voy a ir al baño a vaciarme la bolsa. Si viene el camarero mientras, pídeme una lata de cerveza sin alcohol.
-¿No te apetece más un café?-le “sugirió” ella, pero a Alejandro más le había sonado a una orden.
- Vicky, con este calor.-protestó él, pero sabía que ella no iba a cambiar de opinión con facilidad, así de decidió darse por vencido, aunque a medias-Vale, acepto ese café, pero con hielo.
La mujer asintió y sonrió mientras encendía un cigarrillo.
Al cabo de pocos minutos Alejandro regresó a la mesa, justo en el momento que dos señoras de mediana edad que estaban en la mesa de detrás de la de ellos se quedaron mirando descaradamente al hombre, lo que hizo que una de ellas derramara un poco de su café fuera del vaso al removerlo con demasiada energía y sin mirar.
- Señora, que se va a quedar sin café por mirarme. Sé que es una pena que un hombre tan guapo como yo este así, pero también es una pena que señoras tan educadas como usted no se
Cuando la señora en cuestión escuchó el “discurso” de Alejandro, muy digna ella, giró la cara en dirección contraria a la cara del hombre.
Vicky, que había escuchado a Alejandro, y que por poco se atraganta al escucharle, estaba muerta de risa cuando él se colocó frente a ella.
- Quillo, pero que cara tienes.-exclamó divertida.
Alejandro se señaló en el pecho.
-¿Cara yo? Pero si ha sido ella la que no me ha quitao ojo de encima desde que entró en este sitio.-se defendió divertido.-Si por poco se echa el café en salvase la parte por no mirar al vaso. Si se descuida se quema el seto.
- ¡Alejandro!-exclamó Vicky al oírle.-Por Dios, que descarado eres.
El hombre se tomó el café de un trago y la miró con cara de fastidio.
- Vicky, si tu llevaras soportando la mirada de la gente en to el cogote durante los últimos nueve años, reaccionarías de forma parecida a como lo he hecho yo. Mira, cuando salí del hospital después de meses ingresado me di cuenta que no sería cosa fácil. Allí, es “normal” ver personas en silla de ruedas, nadie te mira y cuchichea a tu paso, y claro, no te das cuenta de que eso no será igual en la “vida real”. Pero cuando sales a la calle, amiga, ahí te topas de morros con la realidad, con gente que no tiene el menor reparo en dejarse las muelas en una farola con tal de mirarte hasta que su cuello no puede girar más. Eso, cuando acabas de quedarte paralítico te deja muy tocado emocionalmente, y te sientes como un mono con dos cabezas o algo así. Y, es por eso que yo le echo tanta cara. Decir este tipo de burradas como la que le he soltao a esa mujer, es como un escudo que, no sé cómo, impide que te haga daño el que te miren.
Vicky estaba alucinada, era la primera vez que oía a Alejandro hablar en serio sobre algo relacionado con su discapacidad. De hecho, era la primera vez que hablaba de cómo le afectaba el comportamiento de ciertas personas.
- Alejandro, no sé qué decir. Me has quedao helada. No sé, no creí que te afectara tanto, como se te ve tan…que lo tienes tan…asumido.
Alejandro hizo un gesto negativo con la cabeza.
- Vicky, esto no se asume. Simplemente, llega un día que o dejas de pensar en lo que eras antes y te pones las pilas para apañártelas en tu nueva situación, o te tiras al primer camión que pase delante de ti. Yo, ya te lo conté, quise matarme, y por poco no lo consigo, pero al cabo de un tiempo conocí a un tipo que debía tener unos cincuenta años por entonces y me dijo unas cuantas cosas que me hicieron comprender que debía seguir adelante, aunque me sintiera mal. Me dijo que debería hacerlo por las personas que me querían y que querían volver a encontrarse con el Alejandro de antes del accidente, y eso es lo que hice. Me costó muchas lágrimas, pero lo he conseguido bastante bien, creo yo. Hoy por hoy, ya no me afectan ciertas cosas, aunque aún me quedan otras pendientes como lo de mis “accidentes”, eso aún me fastidia bastante, pero lo lograré, ¿y sabes por qué? Porque lo consiga o no, eso no va a cambiar. Ese hombre me dijo una cosa que me hizo pensar mucho, me dijo: “Muchacho, si no puedes con el enemigo únete a él”. Y tenía mucha razón, aunque he tardao años en entenderlo.
Alucinada era la palabra que mejor describía como se sentía Vicky en ese momento. Desde ese instante decidió que, además de amar a ese hombre, ahora le admiraba profundamente. Nunca había oído hablar a nadie con tanta claridad y elocuencia. Vicky hizo lo que su corazón le pidió en ese instante, sin pensárselo dos veces, se levantó de su silla y le dio un beso en los labios que dejaron al hombre descolocado totalmente.
-¿Y esto?-fue lo único que acertó a decir Alejandro mientras se tocaba los labios.
- Porque te quiero y punto, no hay más motivo que ese.
Alejandro, cuando reaccionó, soltó una carcajada.
- La virgen, eres un caso perdio, pero te quiero así, no cambies jamás. Quiero que cada día me sorprendas con cosas como esta que acabas de hacer.
- Eso está hecho, Alejandro.
- ¿Qué te parece si nos tomamos los refrescos en el coche y nos zampamos los bocatas de Myrna?-sugirió Alejandro.
- Pues que es una gran idea.
Cuando el camarero les entregó las latas, que habían pedido que se las metieran en una bolsa para llevar, se dirigieron al coche para comer cómodamente sentados con el aire acondicionado a todo dar.
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