viernes, 31 de enero de 2014
Capítulo 62.
Cuando su hijo Adrián le comentó a Gerardo Fernández que su hermana Vicky había vuelto con un prometido, omitió un “pequeño e insignificante detalle”, mencionar a su padre que Alejandro iba en silla de ruedas y cuando el hombre le vio girar sobre sí mismo para ponerse de cara a él por poco le da un jamacuco. Jamás de los jamases se había imaginado que su hija fuera tan irresponsable de hacerse cargo de un inválido, pero allí estaba con sonrisa nerviosa cogida de la mano de aquel hombre, que por cierto, dedujo, era al menos diez años mayor que Vicky.
- Hola papá.-dijo Vicky con su característica ronquera nerviosa y sin atreverse a soltar la reconfortante mano de Alejandro.
- Hola Victoria.-dijo con su potente voz de barítono que tantas veces había hecho sentir orgullosa a Vicky en su infancia, cuando Gerardo se pasaba el día canturreando óperas mientras despachaba en el bar.
- Hija, acércate y dale un beso a tu padre, que no muerde.-dijo Soledad sonriendo para tratar de suavizar la situación.
-“Eso de que no muerde no lo tengo yo tan claro”.-pensó Alejandro al ver el semblante serio de aquel hombre de setenta años, incipiente barriguita y estatura similar a la de Vicky y Adrián, y que aún conservaba gran parte de su, antaño, espesa cabellera castaña, ahora algo salpicada de blanco.
- ¿Cómo no has venido en tres años, Victoria?.-le recriminó Gerardo acercándose.-¿Es que aquí no tienes a nadie?. Tú madre ha sufrido mucho por tu culpa, descastada.
Como el padre no tenía intención de callarse, la madre intervino para evitar males mayores.
- Gerardo, ahora no es momento para reproches. Da la bienvenida a tu hija y a su prometido, venga.-le apremió Soledad, decidida a acabar de una vez con los problemas entre padre e hija, que empezaron con la tempestuosa y repentina relación de ésta con el indeseable de Tony.
- Papá, te recuerdo que lo de Tony acabó hace casi cuatro años.-le espetó Vicky mirándole fijamente a sus diminutos ojos castaños, que sin duda había dejado como herencia genética a Adrián.-y me fui de aquí porque tú y yo no nos vamos a entender en la vida. Somos muy distintos, al parecer.
-“Dos gotas de agua en el carácter”.-pensó Alejandro, pero que Dios le librase de hacer ese comentario en voz alta.
- Victoria…-comenzó a decir Gerardo con cierto tono cortante, pero la intervención de Alejandro salvó la situación.
- Vicky, cielo, ¿no me vas a presentar a tu padre?.-se atrevió a pedir Alejandro, tratando de cambiar de tercio.
La mujer asintió.
- Alejandro Jaureguibeitia, Gerardo Fernández.-dijo secamente sin dejar de mirar a su progenitor, quien optó, para asombro de su mujer e hijos, por sonreír mientras le ofrecía la mano a Alejandro.
- “A esta muchacha la mato”-se decía Gerardo para sus adentros, mientras de cara a su invitado ponía su mejor sonrisa. Alargó la mano y se la ofreció a Alejandro.-Hola hijo, bienvenido.
- “Si me pinchan no me sacan sangre”.-pensó Soledad, pero, como conocía a Gerardo, sabía que aquella “amabilidad” tenía truco sin lugar a dudas.
- Gracias, señor...
Gerardo no le dejó acabar la frase.
- De señor nada, Gerardo y de tú, Alejandro. Después de todo vas a ser mi nuevo yerno.-“Por encima de mi cadáver”.
-“Joer, a mi padre me lo han cambiado”.-se dijo Adrián, que estaba preparado para escuchar unos de los bramidos de su padre, y que tanto le habían atemorizado de niño.-“Seguro que se lo han llevado en un platillo volante para investigar su cerebro y nos han dejado este espécimen, mucho más sociable. Tiene que ser eso, seguro”.-sin darse cuenta, asintió sonriendo, pero nadie pareció advertirlo.
- Bueno, pues como tú quieras, Gerardo.-dijo Alejandro con su habitual y amplia sonrisa en el rostro, mientras estrechaba la firme mano del padre de Vicky.
-¿Queréis tomar algo fresquito antes de la cena?.-preguntó Soledad, aún extrañada por el sorprendente comportamiento de Gerardo para con Alejandro. Todos aceptaron y Soledad se levantó de su silla para ir a la cocina a buscar unas cervezas cuando advirtió que su marido la seguía.-¿Ocurre algo, Gerardo?.-le preguntó al ver que la seguía cuando entraba en la espaciosa cocina de muebles de madera en tono claros.
- ¡Ocurre que tu hija se ha vuelto loca de atar. Ahora dice que se quiere casar con un paralítico, vamos lo que faltaba!-explotó Gerardo mientras que su mujer cogía unas latas de cerveza de la nevera.-¡Primero un vago y ahora un inválido, me cago en Dios!
Soledad se llevó el dedo a los labios para mandarle callar.
- Gerardo, que te va a escuchar Vicky o el mismo Alejandro.-le advirtió.- ¡Y no metas a Dios en tus líos!
Gerardo, furioso, dio un manotazo en la mesa de la cocina.
- ¡Como si me escucha el mismísimo Papa de Roma!-exclamó el hombre rabioso.-Es un soberano disparate y no pienso consentirlo.
- Gerardo, ya no es una niña.-argumentó Soledad.-Sabe lo que se hace y él, también. Además, ni te has molestado en hablar con ese muchacho un solo minuto. Puede que a él le hayas engañado con tu tono de falsa cordialidad, pero a mí no, Gerardo Antonio Fernández, a mí no. Y, otra cosa, ten en cuenta que está en juego la felicidad de tu hija, y eso es suficiente para que hagas un esfuerzo por aceptar esta relación y, además, de querer que salga bien.
-¿A ti te parece lógico que se haya encaprichao de un … de un…inválido?-preguntó Gerardo furibundo.-Esta hija tuya está loca de atar, primero se larga de casa con un vago sin oficio ni beneficio y ahora se presenta con un paralítico. Coño, si lo que pretende es cabrearme, pues lo ha conseguido.
Soledad se acercó a su marido, que a pesar de medir escasamente un metro setenta y cinco, a penas la superaba en cinco centímetros.
- Gerardo, haz el favor de comportarte con Alejandro y no hacer ningún comentario que le ofenda a él o a nuestra hija, ¿de acuerdo?
La voz de su mujer, que era más bien grave, sonó dura.
- Soledad, ¿es que no ves que es un desatino lo que piensa hacer la loca de tu hija?
Su esposa cabeceó.
- Gerardo, siempre haces igual.-protestó Sole, molesta con su marido.-Cuando los chicos hacen algo que te enorgullece son “tus hijos” y cuando hacen algo que no te gusta son “mis hijos”. A ver cuando te enteras que son “nuestros hijos”. Los cuatro son tuyos y míos a partes iguales, sin tener en cuenta que lo que hagan o dejen de hacer te guste o no.
-¿A caso estás de acuerdo con esa barbaridad que quiere hacer “nuestra” hija casándose con ese hombre?-Gerardo se preocupó de recalcar la palabra para que no pasara desapercibida por su mujer.
- Gerardo, lo esté o no, carece de importancia porque nuestra hija es una mujer adulta y no podemos entrometernos en sus decisiones. Además, he de confesar que a mí me ha gustado Alejandro, es muy simpático, la verdad sea dicha.
- Tu, como siempre, llevándome la contraria. Eso no es nuevo.-bramó Gerardo.-Tu hija se quiere joder la vida atándose a un paralítico y tú no estás dispuesta a impedirlo…
Vicky estuvo en la puerta de la cocina el tiempo suficiente para escuchar parte de la discusión que sostenían sus padres y hacerse una idea de lo que pensaba cada uno de ellos sobre su relación con Alejandro. Decidida entro en la cocina, dispuesta a defender a su prometido ante su intransigente padre. Ella ya sabía que no le iba a hacer gracia, pero no imaginó que lo declarase de una forma tan abierta, sin pensar que pudiera ser escuchado por ella o, algo peor, por el propio Alejandro.
- Madre, no insistas en defender a Alejandro, ya sabía yo que mi padre no aceptaría de buen grado que yo fuera feliz con un hombre a quien no ha sometido previamente a su tercer grado, pero no es nada nuevo.-dijo Vicky con toda la frialdad que pudo, aunque lamentaba que esas palabras solo le dolerían a Soledad.
- Hija, tu padre no ha querido decir esas cosas.-intentó disculparle su madre.
- No mientas, Sole.-dijo Gerardo indignado-Pienso así y no solo no me avergüenzo, sino que no pienso disculparme.
- Gerardo, por Dios.-la voz de Soledad sonó a súplica.
-¿Es tu última palabra, padre?.-preguntó Vicky desafiándole con una mirada que parecía desprender chispas.
-¡Sí, lo es!-respondió Gerardo, y su voz resonó como un trueno en los oídos de Vicky.
En ese momento entró en la cocina Adrián, que había acudido al oír el jaleo de voces, pero que a las que no entendía nada desde el comedor donde había estado acompañando a Alejandro.
- ¿Se puede saber que cojones pasa aquí?-preguntó el joven hermano de Vicky en voz baja para intentar no ser oído por Alejandro.-Se os siente desde la sala de estar.
Gerardo se volvió al escuchar la voz del menor de sus hijos, que era el que más se le parecía físicamente.
- ¡Tu hermana, que se ha vuelto loca de remate!-exclamó un iracundo Gerardo.
Adrián se acercó a las tres personas que habían estado discutiendo tan solo unos momentos antes.
- Padre, pues será mejor que habléis más bajo por que se os oye desde la salita.-advirtió Adrián- Por suerte no se os entendía nada.-dijo Adrián, que sospechaba los motivos de la discusión entre sus padres y su hermana.
-¿Crees que Alejandro ha escuchado algo?-preguntó Vicky preocupada.
- Escucharlo, seguro, pero creo que no se ha enterado de la conversación. Yo al menos sólo escuchaba las voces, pero no entendía las palabras.
Soledad se giró para mirar los diminutos ojos castaños de su testarudo marido.
- Gerardo, tu hijo tiene razón. Por suerte, Alejandro no se ha enterado, pero no debemos consentir que se sienta incómodo. Intenta escucharle y hacerte una idea de cómo es antes de juzgarlo por como está. ¿Comprendes por donde voy?
-¿Me comprendéis vosotras a mi?-insistió Gerardo en un susurro furioso.
- Por una vez.-intervino Vicky, que apenas controlaba las ganas de salir de aquella casa para el resto de sus vidas.-intenta ponerte en el pellejo de otra persona, para variar y trata de entender su punto de vista sin querer imponer el tuyo a la fuerza.
La expresión de dureza que mostraban los grandes y almendrados ojos de Vicky hizo que, por primera vez, su padre pensara que tal vez, su hija había sentado la cabeza y que realmente aquel hombre la hiciera verdaderamente feliz. Decidió que le daría una segunda oportunidad y que se preocuparía de conocer su forma de pensar sin tener en cuenta su estado físico.
- De acuerdo.-dijo Gerardo al fin, después de un largo e incómodo silencio que inundó la cocina.- Sole, no te prometo nada ni a ti ni a tu hija, pero voy a intentar escuchar a ese muchacho y formarme una idea de cómo es.
Soledad sonrió satisfecha. El tempestuoso carácter de Gerardo había dado paso al “corderito” en el que se convertía cuando se sentía acorralado durante una discusión.
- Gracias, mi amor.-dijo dándole un beso en la mejilla.-Bueno, ahora quiero que regresemos todos con nuestro invitado y que nadie hable de este asunto nunca más ¿conformes?
Los hermanos Fernández se miraron, miraron a sus padres y asintieron.
- Por mí, de acuerdo.-dijo Vicky, intentando esforzarse por complacer a su madre.
Adrián dio el visto bueno con un leve movimiento de cabeza.
-¿Gerardo?-Sole miró con cara interrogante a su marido.
- Está bien.-dijo al fin Gerardo, aunque a regañadientes, para que negarlo.
- Bueno, una vez resuelto el problema, volvamos con Alejandro.-propuso Soledad.
Cuando salieron de la cocina, Alejandro les miró. Les había oído discutir, y aunque no entendió nada de lo que hablaban, estaba seguro que su nombre había salido reiteradamente en la airada disputa entre padre e hija.
- Disculpa que hayamos tardado, hijo, pero no encontraba las cervezas y Gerardo se ha pensado que no había y por poco me muerde.-intentó justificarse Soledad a sabiendas que su “historia” era poco o nada creíble.
- No os preocupéis, si todo está resuelto, pues ya está.-dijo Alejandro y a Vicky le pareció entrever en sus palabras una segunda lectura que solo ella notó.
Después de tomarse unas cervezas bien frías, se pusieron a cenar los cinco. Durante el tiempo que estuvieron sentados a la mesa, dando buena cuenta de un rico surtido de embutidos, nadie sacó el tema del pequeño rifirrafe entre padre e hija, todo lo contrario, entre Alejandro y Adrián se dedicaron a contar chistes y a los postres las aguas habían vuelto a su cauce. Tanto que padre e hija bromearon incluso. De pronto Alejandro se decidió a contar un chiste.
- “Se despierta un tipo después de una operación y dice…Doctor, doctor, entiendo que se vista de blanco, pero por qué hay tanta luz?-relató Alejandro riendo.-“Hijo, no soy el médico, soy San Pedro”.-y terminó soltando una carcajada.
Todos le imitaron divertidos, incluso Gerardo, para sorpresa de Vicky.
- Que bueno, tío.-exclamó Adrián entre carcajadas.
- “Mama, mama, ¿la abuela es fosforescente?”.-Empezó Adrián rojo de reír.-“No hijo, ¿por qué?”.”Ah, pues entonces, se está electrocutando”.
-¡Coño, que bestia, Adri!-le espetó Vicky riendo.
-¿Que hace un hombre leyendo una hoja en blanco?-se animó Soledad.-Vicky hizo un gesto de no saber la respuesta.- ¡Leyendo sus cualidades!-terminó la madre de familia entre risas.
Vicky soltó una carcajada.
-¡Qué bueno, mamá!-reía tanto que las lágrimas se le saltaron.
- ¿En qué se parece los hombres a los caracoles?-siguió Soledad, que estaba animada.- En que tienen cuernos, babean y encima se arrastran. Y por si fuera poco, creen que la casa es suya.
- Muy bueno, mamá.-dijo Vicky entre risas.
- Ya estamos con el feminismo.-dijo Adrián sonriendo.
De repente Gerardo se levantó de la mesa.
- Bueno, yo me voy al patio trasero a fumarme un purito ¿os apuntáis?.
- Gerardo, no abuses del tabaco.-le dijo su mujer.-ya sabes lo que te dijo el médico.
Alejandro aprovechó que no le oirían para hablar con Vicky.
- Vicky, tengo que ir al baño a vaciar la bolsa.-susurró Alejandro mientras regresaban a la sala de estar.
- Pues no sé como lo vamos a hacer, porque el aseo está arriba, cariño.-dijo Vicky con cierta pesadumbre.
Alejandro se quedó pensativo un momento y luego asintió.
- Ya sé como lo haremos.-dijo.-Me escondo en algún sitio, me pinzo la sonda y tú, y eso es lo que me jode, tendrás que subir, vaciar la bolsa y bajármela de nuevo. ¿Qué te parece?
Vicky asintió sin dudarlo un solo instante.
- Por supuesto, no te preocupes.
- Cielo, ve a donde está la mochila de mis cosas de sondaje y dentro en el bolsillo hay una especie clip de plástico grueso. Tráemelo, por favor.
Vicky asintió y a los pocos minutos bajó con lo que Alejandro le había pedido y el hombre se pudo quitar la bolsa al amparo del hueco de la escalera de acceso a la planta de arriba, y al poco rato todo estaba resuelto.
- Menos mal que se te ha ocurrido todo esto.-dijo Vicky después de regresar y conseguir que Alejandro se volviera a colocar la bolsa en la pantorrilla sin que nadie lo advirtiera.
Después de cenar y de dejar todo listo, Vicky y su madre se reunieron con Alejandro, Adrián y Gerardo que estaban viendo la televisión.
- Una cosa, papá, ¿cómo vamos a hacer para llevar a Alejandro a su dormitorio?-preguntó Adrián de repente.
Gerardo cayó entonces en la cuenta del problema que se les presentaba.
- Ostias, no he pensado en eso.-exclamó el padre mirando a Alejandro.
- Que nadie se preocupe, lo tengo resuelto desde que llegamos aquí.-dijo el hombre satisfecho.
- Pero ¿cómo vas a subir las escaleras?-preguntó Adrián intrigado.-Cómo no te cojamos entre mi padre y yo y te subamos “a la salita”…
Alejandro negó enérgicamente.
- De eso nada ¿o quieres que salgamos rodando los tres escaleras abajo? Vamos, a mi no se me va a volver a partir la columna, pero a vosotros os pasa algo y me da un telele de tres pares.
- ¿Qué nos va a pasar, hombre?-exclamó Adrián.-Venga, yo te cojo de los sobacos y mi padre por las corvas de las rodillas.
Alejandro, en vista de que los dos hombres se le acercaban dispuestos a llevar a cabo el plan de Adrián negó de nuevo.
- No, ya lo tengo decidido.-dijo.-Venga, vamos a la escalera y os explico mi idea.
Los cuatro siguieron a Alejandro hasta el mismo comienzo de la escalera de dos tramos de ocho escalones cada uno.
- Adrián, ayúdame a sentarme en el tercer escalón.-dijo Alejandro muy decidido.
- Alejandro, yo…-Adrián estaba indeciso.
- Venga, que se lo que hago, hombre.-insistió un decidido Alejandro.
- Está bien, tu mandas, cuñado.-dijo decidido.
Adrián cogió a Alejandro de las axilas y éste de un impulso se sentó en el antepenúltimo escalón.
-¿Pero tú sabes lo que vas a hacer, hijo? No te vayas a hacer daño.-le dijo Soledad con semblante preocupado.
Vicky, de pie junto a sus padres y hermano, observaron atónitos como Alejandro se cogía primero una pierna, apoyaba el pie en el escalón de arriba, repetía la misma operación con el otro pie y luego impulsándose con ambas manos apoyadas al escalón de encima, subía el trasero al siguiente escalón. Esa afanosa operación se repitió tantas veces como escalones había en la escalera. Cuando estaba en el descansillo entre los dos tramos Alejandro se detuvo a descansar pues su arrojo le había dejado exhausto.
- Adrián…-comenzó a decir Alejandro entre inhalaciones entrecortadas por el esfuerzo que acababa de hacer.-…sube la silla al piso de…arriba y frénala…de cara a los escalones…por favor.
El joven lo hizo sin decir una sola palabra y Alejandro continuó subiendo cada vez con más lentitud a causa del cansancio. Cuando llegó al último escalón, se giró un momento para mirar la situación de la silla y apoyando las manos en los tubos de los reposa pies de ésta, se impulso y se sentó en ella, para luego bajar las placas de los pies y ponerlos sobre ellas con ayuda de sus manos. Después de tan titánico esfuerzo, se dobló por la cintura y esperó unos segundos hasta recuperar el resuello.
- Si no lo veo, no me lo creo. Jesús que par de cojones tienes, hijo.-exclamó Gerardo con sus pequeños ojos abiertos como platos soperos.
- Tío, vaya dos huevos que calzas.-fue lo único que consiguió articular Adrián casi al tiempo.
Vicky por su parte se acercó a su prometido y le dio un beso en la frente con el mismo orgullo que una madre felicitaría a su hijo menor.
- Cariño, estoy orgullosa de ti.-dijo sin más.
- Hijo mío, me has dejado sin palabras.-confesó Soledad.
Gerardo soltó una fuerte carcajada.
- Cojones, Alejandro, tú has conseguido en un rato lo que yo no he logrado en más de cuarenta años de matrimonio, eso si que es bueno.-dijo entre risas.
Soledad le soltó una colleja al más puro estilo Vicky.
- Tonto.-exclamó riendo.
Alejandro, que comenzaba a recuperar el aliento sonrió mientras permanecía inclinado y apoyado con las manos sobre la parte de arriba de los pedales de la silla y respiraba aún con cierta dificultad.
-¿Alguien me puede traer…un vaso de agua… por favor?-pidió Alejandro, aún con la voz entrecortada por el enorme esfuerzo que acababa de realizar.
- Ahora te traigo una botella entera, campeón.-dijo Adrián dirigiéndose a las escaleras.-Coño, que tío, vaya cataplines que calza.-Acompañó sus palabras con una carcajada.
- Mi hijo tiene razón, tú te ríes de Ronaldinho y compañía. Esos no te tosen ni de guasa.-le dijo con toda sinceridad Gerardo.
- Si, vamos, a partir de ahora me vas a llamar Alejandrinho, ¿no?.-bromeó el hombre.
- Pues…no lo descarto.-le confesó Gerardo, que tuvo que auto admitirse que se había equivocado al juzgar a Alejandro a la ligera y de dar por sentado el tópico de comparar al discapacitado con alguien inútil.
Cuando Adrián le llevo la botella de agua helada Alejandro tomó un gran trago. Después de eso, todos se desearon buenas noches y Vicky y Alejandro, después de ir al baño, se dirigieron a la habitación que Soledad les había asignado. La más próxima al cuarto de baño de las tres que tenía la casa a cada lado del pasillo.
Al entrar en ella, Alejandro observó algo decepcionado que, en lugar de la cama de matrimonio que él esperaba, la habitación tenía dos camas individuales, aunque eran de noventa y por tanto pensó que dormiría perfectamente cómodo.
- Esta es mi antigua habitación que compartía con mi hermana.-dijo Vicky sentándose en la cama de la derecha según se veía desde la puerta.-Y esta mi antigua cama.
- Están como el primer día. Nadie diría que son antiguas. Estas camas de hierro forjado me encantan.-reconoció Alejandro.
- Sí, es mi sueño. Tener una cama de matrimonio de éste estilo.-confesó Vicky.
- Pues ese sueño lo puedo cumplir, amor mío.- vaticinó Alejandro. Cuando tú quieras vamos y compramos la cama de hierro forjado más bonita que encontremos.
Vicky se levantó y acercándose a la cama le besó en la boca.
- Uyyy, si es que hay que quererte por cojones, cielo mío.
Alejandro soltó una carcajada mientras se pasaba ágilmente de la silla a la cama.
- Eres lo que no hay, y estas como una auténtica cabra.-le espetó entre risas.
La pareja se pusieron los pijamas y Vicky se metió en su antigua cama.
- Venga, a dormir que conociendo a mi padre mañana es capaz de tocar diana a las cinco de la mañana y aquí ya no duerme ni el tato.
- Ay, la virgen.-exclamó Alejandro tapándose la cabeza con las sábanas.-Buenas noches.-y empezó a fingir que roncaba.
Al cabo de media hora Vicky aún seguía riendo. Estaba feliz de estar en su pueblo, con su familia y con el hombre que le había enseñado que el poder del amor es suficiente para apartar de la mente y del corazón cualquier resquicio de resentimiento y dolor.
*****
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario