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viernes, 20 de septiembre de 2013

Capítulo 47.

Al cabo de hora y media, el médico salió del quirófano enfundado en una bata verde de cirugía. Las tres personas que aguardaban se acercaron al médico ansiosas por saber de Alejandro. - Bueno, la intervención ha sido un éxito. Hemos localizado un cálculo que ocupaba una buena parte del riñón y se lo hemos sacado, pero es posible que a pesar de eso, acabe echando alguno más pequeño por la orina, en las próximas horas. Alejandro está ahora en recuperación. Cuando despierte le llevaran a su habitación, pero aún tardará algún tiempo. Si quieren pueden ir a tomar un café y luego regresen aquí y podrán verle. Vicky le tendió la mano al médico. Carraspeó para poder hablar pues siempre que se ponía nerviosa perdía la voz. - Gracias, Dr. Carvajal.-dijo la mujer. El médico le cogió las manos entre las suyas y sonrió. - De nada, mi trabajo consiste en esto. Sólo cumplo con mi deber.-dijo sonriendo.-Ahora, si me disculpan, me esperan en planta. Buenos días. El médico se alejó por una puerta de corredera de cristales opacos en la que había un cartel que rezaba:”PROHIBIDO EL PASO A PERSONAS AJENAS AL SERVICIO”. Como sólo eran las poco más de las once de la mañana se dirigieron al restaurante del centro hospitalario y después de encontrar una mesa vacía las chicas se sentaron y Jorge se dirigió a buscar unos cafés. - Vicky, quiero que sepas que valoro mucho lo que has hecho por mi hermano.-le dijo Mª José cogiéndole de la mano de forma cariñosa. - Yo sólo le he dado mucho amor y él a mí. Es una especie de ayuda mutua. Ya os conté que yo lo pasé muy mal con Tony, mi ex, y hasta que no conocí a tú hermano no supe lo que era el amor sincero e incondicional. Amor de verdad. Me ha llegado al alma que Alejandro estuviera dispuesto a renunciar a ser feliz para que yo no sufra con sus problemas de salud. - Díos, que ronca estás, apenas se te oye. - Son los nervios, me dejan sin voz. - ¿Y no hay nada que te la quite? Vicky carraspeó de nuevo para poder hablar. Negó. - Pues que yo sepa…no. Se me pasa cuando me…tranquilizo. En ese momento llegó Jorge con una bandeja con cafés con leche y bocadillos de atún para los tres. - He comprado bocatas. Pensé que tendríais hambre, puesto que no habéis desayunado. Vicky estaba tan nerviosa que no se atrevía a comerse el apetitoso bocadillo. - Jorge, te lo agradezco mucho, pero no tengo hambre. No puedo pensar en la comida ahora mismo.-carraspeó por enésima vez ese día. Mª José le cogió la mano del mismo modo que lo haría con una hermana. - Vicky, intenta comer algo, cariño.-le pidió.-Ya has oído que la intervención ha salido bien. No tienes motivos para estar preocupada. La chica asintió. - Lo sé, pero hasta que no le vea no me quedaré tranquila.-confesó. - Venga, mujer.-la animó Jorge acercándole el bocadillo.-¿Quieres que te lo dé el tito Jorge? Vicky sonrió a Jorge, al escuchar la vocecita mimosa con la que se dirigía a ella. Definitivamente era un encanto, decidió. - No te vas a dar por vencido hasta que me lo coma, ¿verdad, Jorge?-El movió la cabeza de un lado al otro en señal de negación, así que la chica acabó por darse por vencida.- Ya me lo temía yo, pero por probar no cobran nada.-admitió Vicky sonriendo. Cogió el bocadillo y comenzó a comérselo. Jorge sonrió satisfecho. - Eso es, así me gusta. Buena chica. Mª José, que observó la escena en silencio, sonrió también. - Has hecho bien en darte por vencida, Vicky. Jorge no es de los que se rinden hasta que no consigue lo que quiere. Lo sé de primera mano. Los tres se echaron a reír. Cuando acabaron de desayunar eran casi las once y media, así que decidieron volver donde estaba Alejandro. Cuando preguntaron a una enfermera ésta miró en su ordenador. - Pues, el señor Jaureguibeitia ya está en planta.-dijo y sonrió al oír el resoplido de alivio que lanzó Jorge. - Muchas gracias, señorita.-dijo el chico y los tres se encaminaron hacia los ascensores.- Fijo que esa chica es también vasca. Es la primera persona que oigo que pronuncia correctamente tu apellido, rubia. Mª José se rió y Vicky asintió. - Es que el apellido se las trae.-se echó a reír.-Recuerdo la primera vez que le hablé a Marga de Alejandro.-rió al recordar el momento.-Le dije que había conocido a un tal Alejandro Jaureguibeitia y va ella y me pregunta toda decidida “¿Quién es ese tal Alejandro Jaureguibestia?”.-rió- Ojú, lo que me pude reír aquel día, muchachos. De nuevo apareció en la cara de Mª José la bonita sonrisa de su hermano mayor. - Jaureguibestia, que bueno.-rió con verdaderas ganas.-¿Se lo has contado a Alejandro alguna vez? Vicky lo pensó unos segundos. - Pues, creo que no, pero lo haré. Conociéndole se tronchará de la risa. Cuando entraron en la habitación de Alejandro, Vicky y Mª José sé acercaron y observaron que era la primera vez en varios días que dormía profunda y relajadamente. Incluso roncaba. Seguía llevando el suero en la mano izquierda, pero el apósito era nuevo. Tenía los brazos a los lados del cuerpo y por fuera de las sabanas. A Jorge le pudo la curiosidad e intentó levantarlas para ver que le habían hecho, entonces Alejandro abrió los ojos y sonriendo dijo de improviso: - Quieto parao. Jorge dio un respingo y soltó las sabanas. Al ver que Alejandro le miraba y sonreía, sonrió también. - Coño, tío, que susto me has dao, la virgen. Creí que dormías. Vicky y Mª José se echaron a reír sin poder contenerse. - ¿Se puede saber que buscabas debajo de las sabanas?-preguntó Alejandro a su cuñado.-Creo que “todo” sigue en el mismo sitio ¿o no?. - Nada, tío. Sólo quería ver que te habían hecho. Y, sí, supongo que todo sigue en su sitio original. -dijo Jorge con cierta incomodidad. - Ah, bueno, eso me tranquiliza.-bromeó Alejandro.-Es que como yo tengo medio pa’yá el “yamentiendes” pues no estaba seguro de que siguiera ahí. Vicky soltó una carcajada al escuchar semejante comentario de boca de Alejandro. -¡Qué bruto eres, quillo!-exclamó entre risas. Observó divertida que la redondeada cara de Jorge había cogido de repente una tonalidad roja tirando a granate. Mª José se fijó que por debajo de la sabana salía el tubo que estaba conectado a la bolsa de la sonda. Miro en ella y vio que los orines estaban empezando a salir mezclados con sangre. - Le han puesto una sonda permanente.-comentó Vicky. - ¿Cómo te encuentras, hermanito?-preguntó Mª José acariciándole la sudorosa frente. - Agotao, me duele to. - Bueno, dale tiempo a los calmantes y veras como te sientes mucho mejor.-le dijo Vicky, que estaba junto a su futura cuñada. La hermana de Alejandro se apartó de la cama y entonces Vicky ocupó su sitio al lado de la cabecera del paciente. - Chicos, yo voy a llamar a Myrna a decirle que todo ha ido bien y de paso a preguntar cómo se portan “Zipi y Zape”. De esa forma tan original se refirió a sus hijas. Mª José se salió al pasillo y al cabo de unos veinte minutos regresó con una amplia sonrisa. - Alejandro, tu sobrina Carlota me ha pedido…no, mejor dicho, me ha exigido, que te de un par de besos de su parte, así que yo te los voy a dar. Los hermanos se fundieron en un gran abrazo y Mª José le plantó un beso en cada mejilla. - Esas niñas valen su peso en oro, chicos.-dijo Alejandro con voz débil y emocionada al tiempo.-Ojala las podáis disfrutar toda vuestra vida… Es contra natura que los hijos mueran antes que sus padres, y duele mucho. Vicky advirtió que a Alejandro se le saltaron las lágrimas. - Ey, que debemos estar contentos, chicos.-dijo Jorge que también lo había notado. A la una del mediodía Mª José y Jorge se marcharon a casa de Alejandro para ver a las niñas y comer con ellas y Myrna. Vicky estaba leyendo mientras Alejandro dormía tranquilo. Estaban solos en la habitación, pues Ramón y su novia habían recibido visita de unos familiares y estaban con ellos en uno de los dos comedores de la planta, situados a ambos lados de ella. Alejandro se removió un poco y se quejó. Vicky dejó el libro sobre la mesita de noche abierto y boca abajo, para no perder la página, y se inclinó para tapar a Alejandro, que había sacado los dos brazos de debajo de las sábanas y había dejado al descubierto su torso, y ella temía que se enfriase pues aún tenía unas décimas de fiebre. El hombre, al sentir el contacto de la fría mano de ella sobre su afiebrado pecho, abrió los ojos muy despacio y sonrió débilmente al reconocer a su novia. - Preciosa…-fue un débil susurro. - Hola, mi vida, ¿cómo te sientes? - Cansado…-le costó trabajo tragar saliva. Vicky le acarició la frente y pudo comprobar que la fiebre le había subido un poco. - Tu hermana, antes de irse me dijo que cuando despertaras te diera un par de besos de su parte. Alejandro sonrió mientras Vicky le daba un beso en cada mejilla y un tercero en la boca. - Como supondrás, este era de mi parte exclusivamente. - Te quiero, mi vida.-dijo Alejandro. A Vicky, la voz de Alejandro le sonó extraña. Apagada y sin ningún tipo de emoción, pero pensó que era lógico después de haber sufrido una operación. - Alejandro, ¿te…-Vicky iba a preguntarle algo, pero Alejandro se había vuelto a dormir y decidió continuar leyendo para no despertarle. Vicky estaba inmersa en la lectura, cuando entró alguien en la habitación. Levantó la vista del libro y allí estaba Myrna, de pie bajo al marco de la puerta. - Hola Myrna, guapa. Myrna se acercó a Vicky, que se apresuró a guardar su libro en la mesilla de Alejandro. - Hola, mi cielo.-susurró mientras le daba un par de besos a Vicky.-No, no se levante, yo me sentaré en la silla de Alejandro. ¿Cómo está él? - Lleva durmiendo casi desde que lo trajeron. Se ve que le cargaron de anestesia y de calmantes. Myrna se acercó sigilosamente a la cabecera y, cogiéndole la mano derecha a Alejandro, la besó. - Qué carita se le quedó.-susurró.-Se le ve que lo está pasando mal, tiene mala cara, pobrecito. ¿No ha despertado aún de la anestesia?. - Sí, se despierta a ratos, pero solo unos minutos, luego sigue durmiendo.-dijo Vicky algo preocupada. - Bueno, ahora para él, lo mejor es que duerma. Así se recuperará antes. Alejandro tosió e hizo una mueca de dolor. Despertó de pronto. - Vicky… La mujer se levantó rápidamente y le cogió la mano. - Estoy aquí, amor. - Hola, mi loquita.-dijo Alejandro tratando de enfocarla mejor con los ojos. - Mira quien ha venido a verte, cariño.-dijo Vicky apartándose para que se acercase Myrna. - Hola, mi cielo. - Myrna…hola… -¿Cómo se siente, Alejandro?. Dicen que la cara cuenta cómo se siente uno, y usted tiene la cara muy serena. Alejandro tragó saliva y eso le hizo que sintiera como si se hubiera tragado una lija. - Pues…mi cara miente como una bellaca…-dijo.- porque me siento como si…me hubiera atropellao un…mercancías… Vicky sonrió mientras le acariciaba la frente. - Ay, mira que eres exagerado.-le dijo. Alejandro se llevó la mano a la parte izquierda del abdomen. - Vicky ¿qué ha dicho el médico?-quiso saber Alejandro. - Que todo ha salido muy bien. Como dirías tú, Alejandro, tenías el Peñón de Gibraltar en el riñón, pero han sacado el trozo más grande con la cirugía. Aún quedan pequeñas piedrecitas en el riñón, pero espera que lo eches sin problemas. - Madre mía.-susurró Alejandro.- Cuándo acabará este tema de los cálculos… Vicky le acarició la frente. - Bueno, ahora piensa en recuperarte. A las dos de la tarde, aprovechando que Alejandro dormía tranquilo, y de que Ramón, una vez que su novia se había marchado a trabajar, se había quedado en su cama, Vicky y Myrna decidieron bajar a comer juntas en la cafetería del hospital, situada en la planta baja. Las dos mujeres decidieron comer el menú del día, compuesto por una apetitosa ensalada de pasta gratinada al horno y unos lenguados a la plancha. Después de que Myrna insistiera en pagar los dos menús, se sentaron a comer en una mesa para dos que estaba junto a la puerta de cristales del espacioso local. - Tiene buena pinta el lenguado ¿verdad?.-preguntó Myrna mientras se sentaba frente a Vicky, después de ir a aliñar la ensalada verde que tenía el lenguado como guarnición. - Sí, a mi me encanta el lenguado. Durante los siguientes diez minutos, ni una ni la otra dijo nada. Fue Myrna la que rompió el silencio. -¿Está preocupada, Vicky? La mujer miró a la hondureña y asintió. - Sí, lo estoy.-admitió-Es la primera vez que veo a Alejandro tan enfermo y me da miedo de que le pase algo. Myrna, le quiero con locura. Es lo más grande que me ha pasado en toda mi vida. Hasta que no he conocido a Alejandro yo creía que en su momento yo estaba enamorada de Tony, pero ahora se con toda seguridad que lo que sentía por ese tipo era otra cosa. No sé, en un primer momento supongo que era algo así como gusto por lo prohibido, ya sabes, eso de vivir en pecado y todas esas bobadas, yo era una cría. -¿Eran muy jóvenes?-quiso saber Myrna, mientras esperaba a que Vicky terminase de echar la cerveza en el vaso. - Demasiado para donde me estaba metiendo.-reconoció Vicky.-Yo tenía dieciocho recién cumplidos y él me pareció una especie de galán de telenovela. Ya sabes, cabellos negros ensortijados, ojos oscuros, piel canela, alto… Me enamoré como una loca y no atendí a las advertencias de mi madre, ni a las amenazas de mi padre. Nos fugamos juntos a Sevilla y nos quedamos en casa de él. Fue todo perfecto, y yo no entendía tanta reticencia por parte de mis padres. Para mí Tony era maravilloso, divertido, aventurero, en fin, lo tenía todo. Vivimos muy felices, él trabajaba de noche en la discoteca de un amigo y yo me encargaba de la casa. Con el tiempo, Tony se hizo inseparable de un grupo de moteros de la zona y cada día estaba más tiempo con ellos y menos conmigo, pero le disculpaba por que lo que yo quería era que fuera feliz. Total, que en el dos mil dos me quedé embarazada, y para entonces Tony ya estaba metido en sucios asuntos de drogas. Un día llegó de madrugada muy borracho y yo cometí el error de enfrentarme a él, me pegó una bofetada, y me caí al suelo. Al hacerlo me golpee el vientre y comencé a sangrar. Me llevó a urgencias diciendo que me había caído. Perdí a mi hijo, cuando estaba embarazada de cuatro meses. Después de aquello nada volvió a ser como antes y empezaron los problemas, me pegaba, me violaba, me amenazaba con matarme, en fin, un infierno. Cuando se enteró Marga me ayudó tanto que tuve valor para dejarle y denunciarle. Le cogieron con drogas y acabó en la cárcel, y yo me divorcié. Cuando le detuvieron me amenazó con matarme cuando saliera… - Virgencita de Guadalupe, que tipo más desgraciado.-exclamó Myrna. - Así es Myrna, arruinó mi juventud. - Bueno, eso ya pasó y ahorita es muy feliz con Alejandro. - Myrna, no os he dicho nada a nadie, pero tengo un mal presentimiento. Siento que va a salir cualquier día de estos y me va a matar, o algo peor, le va a hacer daño a Alejandro. Vicky terminó el postre y esperó a que Myrna se acabara su manzana. - No diga eso, ese tipo no sabe donde está ahora y dudo que tenga como averiguarlo. - No sé, eso espero. Después de comer. Las dos mujeres regresaron junto a Alejandro, que ya estaba mucho más despejado. Myrna se marchó a media tarde, para poder preparar a tiempo la cena y Vicky le comentó que según viera el estado de Alejandro se quedaría con él o no, cosa que, cuando se lo contó a él no estaba en absoluto de acuerdo - Eres una cabezota, Victoria Fernández.-refunfuñó Alejandro. Vicky asintió decidida. - Vale, soy cabezota, pero me voy a quedar contigo. Alejandro lanzó un suspiro de rendición. - Está bien, como diga lo que diga, te vas a quedar, pues me quedo calladito.-dijo resignado. - Así me gusta, que entres en razón. - Y qué remedio, total no me vas a hacer caso, así que me ahorro un berrinche innecesario. Vicky sonrió. - Eso es. Veo que lo has pillado. Vicky se sentó en un cómodo sillón abatible y se puso a leer un libro que se había comprado en la librería del hospital. -¿Qué lees, cielo?-preguntó Alejandro incorporándose un poco en la cama. Vicky cerró el libro usando su propio dedo como señal. -“Vidas cruzadas”. Me lo recomendó Marga hace años y cuando lo he visto en la librería de aquí abajo, no me he podido resistir-dijo.-Además ha sido muy barato, sólo 4’50€. Alejandro asintió y volvió a echarse en la cama. - Sí, lo conozco, Elisa lo tenía como libro de cabecera. Le encantaba. Debió leerlo veinte veces en los más de diez años que estuvimos juntos.-dijo con la mente en otro lado por un instante. Luego volvió al presente.-Perdona, no debí mencionarla, lo lamento.-Alargó la mano derecha para coger la de Vicky y llevársela a los labios para besarla cómo nadie más sabía hacerlo. - No pasa nada, es un comentario sin ninguna maldad. No puedo pretender que olvides en apenas tres meses todo lo que viviste con ella en más de trece años. - Vicky, eres un ángel. A otra mujer, mi comentario la hubiese molestado. - Pues a mí no.-dijo convencida.- Es estúpido estar celosa de alguien que, por desgracia, ya no está. Elisa es tú pasado y yo soy tú presente y tú futuro, si tú lo quieres así. - Eso espero, mi vida. Eso espero.-dijo Alejandro muy serio. -¿Sabes una cosa, Vicky?-ella negó en silencio- Pues que tengo pánico a que tú mueras antes que yo. No soportaría volver a pasar por ese dolor de nuevo, pero por otro lado, no quiero ser yo el que muera primero y hacer que tú pases por el infierno que yo viví. Es algo muy doloroso, cariño. No sé si me comprendes… La mujer le besó la mano. - Eres el ser humano más generoso que conozco.- admitió Vicky con un nudo en la garganta.-Prefieres volver a pasar de nuevo por todo aquella horrible experiencia para evitar que la sufra yo. Eso dice mucho de ti como ser humano. No eres sólo una cara bonita, tienes un corazón que no te cabe en el pecho. Vicky se acercó a él y, aprovechando que Ramón dormía, se dieron un dulce y largo beso. A eso de las nueve de la noche, la enfermera le dijo a Alejandro que comenzase a tomar agua y que si le sentaba bien, podría darle un zumo más tarde, y a eso de las diez cumplió su palabra y Alejandro pudo saborear un zumo de melocotón, su favorito. Cuando la enfermera entró a eso de media noche, tanto Vicky como los dos hombres estaban dormidos, pero ella se despertó nada más oír que alguien se acercaba. - Hola, ¿qué tal le ha sentado el zumo?-preguntó en un susurro la madura, bajita y rechoncha enfermera de cabellos cortos teñidos de rubio platino, a la que Vicky le calculó unos cincuenta años. - Creo que bien.-dijo Vicky en voz casi inaudible.-Se ha quedado dormido nada más tomárselo. La enfermera sonrió satisfecha. - Eso está muy bien. Si despierta y pide algo de comer me lo dice, por favor. - Sí, no se preocupe.-contestó Vicky.-Gracias. La enfermera se detuvo a ponerle el termómetro y tomarle la tensión y el pulso. - Tiene unas décimas, pero es lo normal, no hay que preocuparse.-explicó a Vicky, que se quedó más tranquila con aquella noticia. Al cabo de unos días, la mejoría de Alejandro fue tan impresionante que la enfermera del turno de noche se aventuró a decir que era muy factible que le diesen el alta ese mismo día. - ¿Usted cree?.-preguntó Vicky muy ilusionada con la idea de tener a Alejandro en casa en menos de veinticuatro horas. - Es muy probable. Piense que si ya no tiene dolor ni fiebre, eso quiere decir que no hay infección ni cálculos, y por tanto, no es necesario que permanezca más tiempo aquí metido. Además, creo que los enfermos cuando ya mejoran tanto, deben volver a casa para recuperarse aún más rápido. Cómo yo digo, no hay nada como la comida casera y los cuidados de la gente que te quiere para recuperarte a marchas forzadas.-concluyó con una amplia sonrisa. - Eso es verdad.-reconoció Vicky.-Yo creo que, aunque en el hospital te cuiden muy bien, como ha sido en este caso, no hay nada como la familia, eso seguro. La enfermera asintió. Sobre las tres de la madrugada a Vicky la despertó un leve movimiento en la cama de Alejandro. Éste estaba despierto, con la mano libre sobre el vientre. -¿Te ocurre algo, cielo?.-preguntó Vicky aún medio dormida. - Me duele el riñón y baja hasta los mismísimos.-dijo él. - ¿Llamo a la enfermera para que te ponga un calmante?.- preguntó mientras se ponía de pie junto a la cama. - Si, cariño, por favor.-pidió el hombre temeroso de que otra piedra fuese la causante de las molestias. Después de examinarle la enfermera dedujo que el dolor que atenazaba a Alejandro no se debía a un nuevo ataque, sino que las pequeñas piedrecitas que aún le quedaban dentro, empezaban el descenso desde el riñón. - No se preocupe Alejandro.-dijo mientras le administraba en el suero una dosis de paracetamol.-Sólo son las molestias propias de la intervención. - En realidad este dolor es mucho más llevadero que el que se siente al echarla entera, eso tengo que admitirlo. Al cabo de una hora cuando una joven auxiliar le fue a vaciar la bolsa de la sonda comprobó que había partículas suspendidas en la orina. -¿Le sigue doliendo, Alejandro?-preguntó la auxiliar, un joven de rasgos marcadamente de etnia gitana. De grandes y expresivos ojos negro y melena azabache recogida en una cola de caballo extraordinariamente espesa. Alejandro negó con la cabeza. - Pues no, hace rato que no me duele nada.- reconoció el hombre que ya comenzaba a tener un color natural en las mejillas. - Pues entonces probablemente ya ha expulsado todo el cálculo.-dijo sonriendo. El hombre sonrió aliviado. - Menos mal, llevo aquí metio desde el domingo y hoy ya es martes ¿no? Vicky sonrió. - En realidad es la madrugada del miércoles. Alejandro resopló. -¿Llevo aquí metido más de dos días?. - Pues sí, hoy es el tercer día que llevas aquí ingresado.-dijo Vicky. Alejandro puso cara de fastidio. - Joder, mi hermana y su familia viene a visitarme una semana y yo me paso la mitad del tiempo aquí metido. Es pa matarme, la ostia.- dijo enfadado con-sigo mismo. - Bueno, ellos tienen previsto marcharse el viernes, así que si por la mañana te dan el alta, tienes dos días por delante para disfrutar de su compañía.- dijo Vicky con una sonrisa. - Vicky, estoy deseando ver a mis…nuestras sobrinas.-Vicky advirtió la rectificación.- La leche, como quiero a ese par de trastos. - Son unos cielos de niñas, la verdad.-admitió la mujer sonriendo y feliz porque él había empleado por primera vez ese pronombre posesivo en plural. La enfermera se acercó a la cabecera para tocarle la frente. - No tiene nada de fiebre, Alejandro. ¿Le apetece tomar un yogurt? - No sé si me sentará bien, pero si me apetece.-reconoció ante la cara de satisfacción de las dos mujeres. - Bien, ahora le traigo uno, ¿de qué le gustan?-sonrió.-No hay mucho donde elegir, pero creo que nos quedan de fresa y naturales. - Si lo hay natural, perfecto. La enfermera asintió y al poco rato volvió con el yogurt. - Aquí lo tiene, tómeselo despacito, sino le sentará mal. Alejandro asintió y se dispuso a tomárselo. *****

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