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sábado, 21 de septiembre de 2013

Capítulo 50.


   El viernes amaneció muy soleado pues ya estaban a mediados de mayo y la primavera comenzaba a estar en su apogeo .
Vicky se levantó temprano, como no tenía que ir a la librería, pues había quedado en comenzar el lunes por la tarde, se dedicó a preparar unos bocadillos, y unos termos de café y cacao para que se lo llevasen los familiares de Alejandro para el viaje de regreso a casa. También hizo una buena tortilla de patatas y unos filetes de pollo empanados para ahorrarle a Mª José tener que meterse en la cocina nada más llegar.
  Cuando los cuatro ya estaban duchados y listos para partir, salieron a despedirles a la puerta de la casa todos menos Alejandro, que se había quedado en la cama donde se había despedido de su familia, pidiéndoles que no tardasen en volver a visitarles. Fue Jorge el que prometió regresar de nuevo en Navidades, pues en la emisora le   habían prometido quince días de fiesta.
- Ten mucho cuidado, Jorge, que los coches los lleva el mismísimo diablo a veces.-le pidió a su cuñado al darle un sincero abrazo de despedida.
- No te preocupes, no pienso correr.
- Por favor, llamad cuando lleguéis a casa para que me quede tranquilo de que habéis llegao bien.-le pidió Alejandro a su hermana al abrazarla.
- En cuanto entremos en casa te llamo, no sufras.-le prometió Mª José.
   Lo más duro fue cuando tuvo que despedirse de las niñas, las abrazó a las dos a la vez durante un buen rato sin poder articular palabra alguna.
- Chicas, portaros bien y no discutáis mientras papá conduce, ¿vale?
  Las niñas no comprendieron las palabras de su tío, pero lo prometieron igualmente.
  Después de que la familia se marchara, Vicky y Myrna, seguidas del dicharachero Óscar, regresaron al interior de la casa.
- Espero que hagan un buen viaje.-deseó Vicky en voz alta.
- Segurito que si.-afirmó Myrna.
- Voy a ver cómo está Alejandro.-dijo Vicky con semblante preocupado.-Le he visto muy triste, y no quiero que se hunda más de lo que está.
- Nosotras le ayudaremos a que se le pase, seguro que es la primavera, a él le pasa cada año. Coge un poco de depresión, pero este año va a ser diferente gracias a usted, Vicky, ya lo verá.
  Antes de mediodía, Alejandro decidió levantarse. Cuando se presentó en la cocina, las dos mujeres estaban preparando la comida.
- Buenas, chicas.-saludó Alejandro al entrar en la cocina.
  Las dos mujeres se volvieron. Alejandro se había puesto un pantalón vaquero desgastado y una camiseta azul marino de propaganda de una conocida marca de pizzas.
- Hola, amor.-respondió Vicky dándole un beso.-¿Qué tal estas?.
- ¿Se siente bien, mi cielo?
  Myrna se acercó para darle un cariñoso beso en la frente.
- Siiiii, estoy muy bien. No tengo fiebre, no tengo dolor. Sólo tengo una cosa, muy jodida…-las dos mujeres le miraron expectantes.-… HAMBREEEEEEEE.
  Las dos se miraron y luego soltaron la risa.
- Pobrecito mío, leches.-bromeó Vicky.-¿Y qué te doy yo ahora?. Es una hora muy tonta, además has desayunado muy bien. ¿Un par de galletas?
   Alejandro asintió impaciente.
- Bueno, algo es algo.-dijo algo decepcionado.
  Vicky cogió el bote y le dio dos o tres galletas María.
- Con esto matarás al gusanillo.-le dijo Vicky sonriendo.
- Qué va, como mucho lo dejo en coma.-bromeó Alejandro.-Y de eso se sale, que lo sé de primera mano.
- Que bruto eres, hijo.-le espetó Vicky dándole una colleja.
-¡Y dale!-exclamó Alejandro rascándose en la zona.-Joder, que me la vas a dejar plana a base de ostias.-dijo riendo.- Como la Tierra, achatada por los polos.
   Se echó a reír dándole un buen bocado a la galleta.
- No eres más bruto, porque no entrenas, cariño.-bromeó Vicky.
   A la una y media, recibieron la llamada de Mª José, diciéndoles que habían llegado a casa y que el viaje había sido perfecto, por lo que dijo, habían ido casi todo el camino a buen paso, pues no había tráfico en la autopista.
   Alejandro respiró aliviado, y cuando se sentó a la mesa a comer, estaba animado.
- ¿Qué hay para comer, chicas?-preguntó con el tenedor empuñado como un niño travieso.
   Myrna, al verle, sonrió.
- Macarrones con tomate, ¿Qué le pareció?
- Que está tardando mucho en hacerse, que te voy a decir, Myrna.
   En ese momento llegó Vicky con la cacerola llena de la pasta que repartió generosamente entre los tres platos. Alejandro, sin percatarse, empezó a comer con sumo placer.
- Que aproveche.-deseó Vicky, sonriendo.
  Alejandro se dio cuenta que había empezado sin esperarlas y habló con la boca llena.
- Perdón… que aproveche… que ricos están, la leche. Por fin algo decente para comer…-dijo riendo.
   Después de comer, Alejandro se metió en su despacho a escribir un rato en su artículo titulado “Ciudad y discapacidad, ¿es compatible?”. El título le parecía pésimo, pero aún no se le había ocurrido ninguno más original. Decidió que lo dejaría para el final. Tal vez, alguna frase empleada en el cuerpo del texto le diese una idea. Se concentró en leer el borrador, y al final lo dio por bueno, y continuó escribiendo. Tenía apalabrado entregarlo a su editor a finales de mes y quedaban menos de quince días. Pensó en llamar a Karlos Otegui, ese era su nombre, pero conociéndole como le conocía desde que estuvieron juntos haciendo el servicio militar en Canarias, hacía más de veinticinco años, pues no le parecía una buena idea, pues seguro que su primera reacción sería darle un buen sermón sobre el cumplimiento de la palabra dada, para luego invitarle a una cerveza. Eso sí, esta vez, tenía una buena razón para su, más que probable retraso.
   A media tarde se tomó un café con leche con las dos mujeres, y luego regresó a su despacho a sumergirse en su artículo. A las seis ya estaba acabado y enviándose vía fax a su editor.
   Alejandro se quitó las gafas, que dejó junto al teclado, apagó el ordenador y salió de su despacho satisfecho.
- Chicas, Óscar, ya soy todo vuestro.-dijo orgulloso entrando en la cocina, donde las dos mujeres estaban iniciando los preparativos para la cena.
- ¿Acabó su pesado artículo?-preguntó Myrna con su habitual sonrisa en su pintada boca.
- Sí, acabado y enviado.-dijo Alejandro con satisfacción.
   Vicky se dirigió al hombre para darle un cariñoso abrazo de enhorabuena.
- Me alegro, cariño.-dijo feliz de verle tan contento.
   Después de cenar, Alejandro se dirigió a darse una merecida ducha y ponerse el pijama, como hacía todas las noches.
   Vicky y Myrna, se fueron a la sala de estar junto al pequeño Óscar, a ver la televisión. En ese momento estaban emitiendo los últimos minutos de la información meteorológica, y luego comenzó una divertida película, “Mentiras arriesgadas” de Arnold Schwarzenegger. Las dos mujeres se pertrecharon de una buena cantidad de palomitas de maíz y de refrescos de cola.
   En un momento dado, sintieron, amortiguado por el ruido de fondo del film, una especie de golpe seco, pero ambas se miraron y después de quedarse de escucha durante unos momentos, pensaron que el leve sonido pudo venir de la calle, y siguieron bien atentas a la película, riendo a mandíbula partida todo el rato. De repente el pequeño Óscar comenzó a ladrar de forma insistente.
- ¡Óscar, calla, hombre!-le gritó su dueña señalándole hacia su trasportín.-¡Échate en la cama y no ladres más, so pesao!. Ojú con el enano. Por su culpa acabaré viendo solo películas con subtitulo.
   Myrna la miró y se echó a reír.
   Vicky no le había visto jamás ladrar de una forma tan insistente. Dedujo que quería algo. Tal vez se había quedado sin comida o agua, así que decidió seguirle, pero cuando dejaron la cocina de largo y continuó pasillo adelante hacia las habitaciones, se extrañó.                                                   
-¿Qué quieres, Óscar?-le preguntó siguiéndole.
   Myrna, iba a la zaga.
- ¿Qué le pasa a mi lindo perrito?-preguntó la mujer justo en el momento que el can se detuvo frente a la puerta del cuarto de baño.
  Vicky se agachó.
- Deja que Alejandro se duche en paz. Ahora saldrá a jugar a la pelota contigo.
  De repente, a Vicky le pareció sentir que Alejandro la llamaba. Cogió al perro, y le tapó el hocico para que no ladrase más. Fue entonces cuando sintió nítidamente la voz de Alejandro.
- ¡Vicky!-la llamó el hombre desde dentro del baño.
- Cariño, ¿qué pasa?-preguntó Vicky arrimando la cara a la puerta para poder oír y ser oída mejor por Alejandro. De pronto sonrió.-Ya sé, te has olvidado el desodorante, ¿a que sí, so despistado?
-¡Entra, Vicky, está abierta!-le pidió el hombre con un tono raro de voz.
  Vicky abrió la puerta y Óscar se coló dentro. Cuando ella lo hizo se llevó el susto de su vida. Alejandro yacía en el suelo sobre su lado izquierdo y mirando hacia la puerta. Llevaba un albornoz blanco como única ropa y tenía el pelo aun mojado.
-¡Alejandro!-exclamó Vicky al ver al hombre  tirado en el suelo sobre su lado izquierdo.
- Al fin…me habéis oído.-exclamó Alejandro con voz fatigada.
   Las dos mujeres se agacharon para poder atenderle.
-¿Qué pasó, mi cielo?-preguntó Myrna alarmada.
- Cuando acabé de ducharme, y al intentar…sentarme en…la silla se…me resbaló la mano.-el hombre, con la mano derecha se apretaba el brazo izquierdo contra el costado.-He intentao levantarme solo…pero con el daño que me he hecho… en el brazo…es imposible.-sentía un fuerte dolor en el hombro, que le bajaba por todo el brazo hasta los dedos de la mano.-Creo que esta vez me lo he roto, joder.
- ¿Puedes moverlos?-le preguntó Vicky intentando averiguar si estaba roto o no.
   Alejandro lo intentó, pero el dolor que sintió fue tan intenso que le brotó el sudor.
- Los muevo algo…pero he visto las estrellas.
  Vicky asintió.
- Entonces, diría que no está roto.
- Voy a telefonear al 061.-dijo Myrna mientras se ponía de pie y salía en dirección al despacho del hombre, para coger el inalámbrico.
   Óscar se acercó al hombre y, como sabiendo que estaba herido, empezó a lamerle la cara de forma frenética.
-¡Óscar, vete de aquí!-le ordenó su ama, preocupada por el estado de Alejandro.
   Al fijarse en el suelo, vio que el esfínter le había jugado una mala pasada al hombre, pero no quiso decir nada, para no hacerle sentir incómodo.
- Cariño, creo que me he manchado.-dijo Alejandro al sentir el característico olor.- Joder, que vergüenza, la ostia puta.
- No pasa nada, eso se limpia y listos.
   Vicky, para evitar el bochorno del hombre si venían los de la ambulancia y veían el “accidente”, no dudó en limpiarlo, primero con papel higiénico y luego pasándole una esponja húmeda, que era lo único que tenía a mano. Para acabar, dio varias veces al pulsador del pequeño ambientador situado junto al retrete y volvió junto a Alejandro.
- Que vergüenza, Vicky… Lo siento, no debías hacer eso tú.
-¿Cómo que no?-le reclamó ella.-Si somos pareja, es para lo bueno y lo malo ¿o tú no lo harías por mí, si la situación fuese al contrario?
   Alejandro no dudo ni un solo segundo.
- Por descontado, no lo dudes. Pero cuando le pasa a uno lo ve de otra manera.
- Además, eso es algo que todos hacemos.-dijo Vicky mientras le acariciaba el pelo para intentar calmarle.
- Ya lo sé, pero los demás lo hacéis en el retrete, no en el suelo.
- Venga, no seas tan duro contigo mismo. Eso no ha tenido importancia. Fíjate, ahora nadie diría que ha habido un estropicio aquí.
  Alejandro le cogió la mano y se la besó.
- Vicky, eres única.
- Anda ya, no lo soy.-exclamó ella algo ruborizada.
- Sí que lo eres, Victoria Fernández.-insistió él.
  Ella sonrió.
- Está bien, vale, lo soy, Alejandro Jaureguibeitia.-bromeó ella para quitar un poco de tensión al momento.
  Alejandro sonrió e hizo una mueca de dolor.
  Cuando llegó la ambulancia e hicieron una rápida revisión a Alejandro, dijeron que no creían que tuviese roto el brazo, pero que para más seguridad, le llevarían a urgencias. Después de que el técnico sanitario le cambiara el albornoz húmedo por una bata, Vicky le acompañó en la ambulancia, mientras Myrna les seguía con su propio coche, un viejo Seat Ibiza rojo, ¡cómo no!
  Después de hacerle una ecografía y una radiografía, confirmaron que no había fractura, pero si un ligero empeoramiento de la luxación que se había producido unos meses antes. El médico, le prescribió analgésicos y un relajante muscular para por la noche. También le colocó el brazo en cabestrillo, con la intención de que curase de forma más rápida posible, a sabiendas que para Alejandro, sus brazos eran también sus piernas.
  Cuando salieron del hospital eran ya casi las once de la noche y se dirigieron a casa de nuevo. Alejandro, como pudo y con ayuda de las dos mujeres, se sentó delante con Myrna, mientras que Vicky se sentó en el asiento de detrás de él, en el Ibiza rojo vivo de la hondureña.
   Al llegar a casa, y con ayuda de Myrna, que le cogió por detrás bajo las axilas, consiguió sentarse en su silla de ruedas.       
                                                                                                          *****

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