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viernes, 20 de septiembre de 2013

Capítulo 49.

Cuando Vicky aparcó su coche justo delante de la rampa de acceso a la puerta principal de la casa. Después de ayudar a Alejandro a salir del vehículo ambos se dirigieron a la puerta principal. Vicky le entregó las llaves del coche donde también estaban las de la casa, el buzón y alguna otra. - Toma, abre tú.-le dijo intentando ocultar una sonrisa. -¿Pasa algo, Vicky?-preguntó él un poco extrañado. - No, nada. Sólo que estoy contenta de verte de nuevo en casa. Alejandro metió la llave en la cerradura, la giró y cuando la puerta se abrió un coro de voces le gritaron al unísono: - ¡Bienvenido a casa! En ese momento vio a un grupo de personas que le miraban riendo y dando saltos algunos de ellos. Tardó un instante en reconocer entre ellos a su hermana, a Jorge, las niñas, que reían con una pancarta en las manos que rezaba: “BIENVENIDO A CASA, TIO ALEJANDRO”. Junto a las niñas Marga y Myrna las ayudaban a sujetar la gran cartulina blanca con letras de colores muy alegres. -¡Joder, que sorpresa más grande!-exclamó Alejandro tan emocionado por el recibimiento que a duras penas podía contener las lágrimas. Vicky cerró la puerta y le dio un beso desde detrás de la silla. - No te lo esperabas, ¿eh?-estaba feliz de verle tan emocionado. - Sois la leche…os quiero…de verdad.-dijo abriendo los brazos para recibir entre ellos a sus dos sobrinas. Alejandro, a duras penas pudo pronunciar las palabras. - ¿Cómo estas, tío Alejandro?-preguntó Carolina sentada en una de las piernas del hombre y su hermana gemela en la otra. Alejandro abrazó a las dos niñas a la vez y las besó repetidas veces en las sonrosadas mejillas. - Ahora de p…-se detuvo a tiempo e improviso una palabra más adecuada para las niñas.- de película. Jorge se echó a reír. - Eso son reflejos y no los de Fernando Alonso.-le dijo riendo mientras le estrechaba la mano y daba un cariñoso abrazo.-Bienvenido a casa, cuñao. - Qué ganas tenía de volver, joder.-admitió.- Lo he pasao fatal, os lo aseguro. He tenio varias piedras pero como estas últimas ni hablar. Las otras las expulsé sin darme ni cuenta, pero estos dos últimos pedruscos cualquiera los suelta sin ayuda, joer. Myrna se le acercó sonriendo y con los brazos muy abiertos, dispuesta a darle uno de sus famosos achuchones. - Mi cielo, ya volvió.-de repente se detuvo frente a él para observarle.-Se me quedó bien flaquito.-dijo con disgusto al notar que había perdido un poco de peso y que tenía profundas ojeras bajo los ojos, que habían perdido parte de su brillo.-Mañana mismo le hago un cocido de esos que tanto le gustan. Alejandro sonrió. - Dame un par de días para que me habitúe a comer cosas que no sean hervidas ni sin sal, y te acepto encantado ese cocido. Es que le meto a mi estómago algo así, tal como está de vacío, y reviento.-dijo llevándose las manos al sitio.- Por cierto, tengo un hambre de lobo, me comería una vaca con cuernos y todo. Vicky se dirigió a él. -¿Te apetece un poco de jamón de pavo con pan de molde?.- le preguntó sonriendo. - Sí, mira, eso no es mala idea.-aceptó gustoso. - Yo también quiero comer eso, tía Vicky.-dijo Carlota. Vicky miró a la madre de la niña para pedir su aprobación, y Mª José asintió, porque sabía que la niña no aceptaría ninguna otra opción. -¿Tú también quieres un sándwich de pavo, Carolina?.-preguntó Vicky. La niña aceptó encantada.-Pues, venga, venid con Myrna y conmigo y le hacemos a tío Alejandro el suyo y luego los vuestros, ¿vale? - Siiiiii.-gritó la revoltosa Carlota.-Yo preparo el de tío Alejandro, ¿vale, tía Vicky? Porfa, porfa, porfa.-la niña llevaba las manos en señal de súplica. La mujer asintió mientras seguía a Myrna y a las niñas en dirección a la cocina. - Vale, vale, tú se lo preparas, ya verás cómo le va a encantar.-dijo Vicky pasándole el brazo por la espalda mientras caminaban tras las otras dos. Cuando se quedaron solos en la sala de estar, Alejandro se llevó las manos a los riñones. - ¿Estás bien, cariño?-le preguntó su hermana un poco alerta aún. Él sintió. - Sí, estoy muy bien, y sobre todo, feliz de estar en casa con las personas que más quiero de este mundo. Lo que me pasa es que llevo varios días sin sentarme en la silla y me duele la espalda. Debería pasarme al sofá un rato.-miró a Jorge que ya se estaba levantando de la silla.- ¿me ayudas, cuñao? - Claro, ¿crees que me he levantao pa darte un beso o qué?-bromeó Jorge. - Anda que no eres bruto ni na, tío.-exclamó Alejandro. Alejandro acercó su silla de ruedas al sofá de tres plazas y su cuñado, cogiéndole por debajo de las rodillas y por debajo de las axilas lo acomodó en el sofá. - ¿Estás bien así, Alejandro?-dijo cuando lo dejó con los riñones apoyados al brazo del sofá. - Sí, muy bien. Gracias Jorge.-dijo tapándose las inertes piernas con la manta que siempre estaba sobre el respaldo del sofá. - Vete por ahí, no tienes nada que agradecer, hombre.-dijo su cuñado volviendo junto a su mujer. Carlota llegó en ese momento con una bandeja que parecía enorme comparada con su cuerpo. Traía un plato con un sándwich y un vaso de zumo de naranja. - Toma, tío Alejandro.-dijo con cierto tono de orgullo en la voz.-Lo he preparado yo sola. A ver si te gusta. Le he dado mi toque personal, como dice Myrna. Sus padres y Alejandro soltaron la risa ante la frase de la niña. - Seguro que está riquísimo, preciosa.-dijo Alejandro cogiéndole la bandeja y colocándosela sobre las piernas. - Venga, pruébalo.- le apremió la niña de larga coleta dorada. Alejandro se lo llevó a la boca y después de darle el primer bocado puso los ojos en blanco. - Umm, está para chuparse los dedos, mi niña. Me encanta.-exageró un poco para hacer feliz a la niña, que le miraba orgullosa.-Nunca he comido un sándwich más rico, eso seguro.-acercó su cara a la de la niña y le dijo al oído.- Me gusta muchísimo más que los que me hace Myrna, pero-se llevó el dedo índice a los labios.-no se lo digas a ella, no quiero que se ponga triste, ¿vale? Este será nuestro secreto, preciosa. La niña se tapó la boca riendo feliz. - Vale, yo no le digo nada, para que no se ponga triste, que yo la quiero mucho.-Miró a sus padres que observaban la escena divertidos.-Vosotros a callar, ¿vale, papis?. Los dos asintieron riendo con el dedo en los labios para dar a entender que no dirían nada. Cuando Alejandro se acabó con verdaderas ganas el sándwich, Carolina le trajo su postre favorito, una deliciosa compota de frutas naturales hecho por Marga como regalo de bienvenida. -¿Pero esto qué es?-preguntó el hombre cogiendo el recipiente de cristal que le daba Carolina con cierta cortedad, al contrario de su hermana.-Compota de frutas, que rico. Cómo me deis de comer así todos los días me podéis servir en Nochebuena con una manzana en la boca a estilo cochinillo asado.-reconoció riendo.- Por cierto, ¿cuándo coméis vosotros los “mayores”?. - Ahorita se está haciendo nuestro almuerzo.-dijo Myrna risueña. - Es por puro masoquismo, ya lo sé, pero ¿puedo saber qué vais a comer? Todos rieron, pero Vicky fue quien habló. - Desde luego que es masoquismo, cariño mío.-corroboró- ¿de veras quieres saberlo? - Sí, no….sí, dímelo. Pero me da que mis jugos gástricos se van a cabrear de mala manera. Todos rieron. - Pues, unos garbanzos.-dijo Vicky y rió ante la cómica cara que puso Alejandro.-Ojú, que cara, madre.-rió.-Ya te advertí que no era buena idea que lo supieras. - Vicky, esto es una tortura psicológica en toda regla, ya te lo digo yo. Ains, ¡no es justo! Las dos niñas reían a piernas sueltas viendo la cara de su tío, y el, gozoso, exageraba más aún para que ellas continuaran divirtiéndose a su costa. - Qué cara se te ha puesto, tío Alejandro.-decía la pequeña Carlota riendo. - Vuestra tía no sabe cómo hacerme pasar hambre, hijas.-exclamó fingiendo que lloraba, para gozo de las niñas. - Te han advertido de que no era buena idea que preguntases.-dijo Jorge. - Ya lo sé, eso me pasa por querer saberlo. Mientras los mayores almorzaban, las niñas se quedaron a ver la tele con su tío y a ellos se unió Óscar, que había estado escondido en su cesta mientras las personas deambulaban de un lado al otro. - Hola, Óscar, amigo.-le saludó Alejandro cogiéndole en su regazo y acariciándole la barriga, cosa que le encantaba al diminuto perro. Después de comer, Myrna hizo un reconfortante descafeinado y lo acompañaron con una deliciosa tarta casera de manzana, que había traído Marga. - ¿Cómo se te ocurre traer una tarta de manzana sabiendo que estoy a dieta, Marga?-exclamó Alejandro al ver el dulce colocado sobre un plato encima de la mesa de café del comedor. La mujer sonrió. - Lo siento, no lo sabía.-se levantó para cogerla. Al ver la intención de la mujer Alejandro levantó el brazo. - Ni se te ocurra llevártela.-la “amenazó” Alejandro de una forma tan cómica que todos se echaron a reír. - Está bien, la dejaré.-dijo Marga volviendo a ponerla en la mesa. La tarde transcurrió entre bromas y anécdotas divertidas por parte de Alejandro, quien, gracias a su carácter abierto, se hizo el amo de la conversación en pocos minutos, a pesar, según él, que no se encontraba aún al cien por cien. Cuando Marga se marchó, dejando a Óscar con su ama, la calma volvió poco a poco a la casa. Las niñas estuvieron toda la tarde en el jardín de detrás jugando con el perrito, mientras que los mayores se fueron a la salita, donde Alejandro descansaba echado en el sofá. Vicky se acercó a él y le tocó la frente en busca de algún síntoma, que evidentemente no encontró. - Vicky, ¿se puede saber que haces?-le preguntó Alejandro con un cómico gesto en la cara. - Nada, sólo me aseguro de que estás bien. Alejandro hizo un gesto de hastío con la cara. - Vicky, me siento perfectamente.-le aseguró.-Sólo estoy algo cansado, y eso porque me he llevao tres días tumbao a la Bartola y ahora el cuerpo tiene que asumir que “las vacaciones ya han pasao” y hay que ponerse en marcha de nuevo. - Pues vaya vacaciones que ha tenido tu cuerpo, pobrecillo.-bromeó Mª José. Por la tarde, las siete personas que quedaban en la casa, decidieron salir al jardín de detrás a tomar unos tímidos rayos de sol que habían aparecido tras las nubes. Alejandro, sentado en su silla y, por “orden” de Myrna tapado con su manta de bebé, estaba feliz de ver jugar a las niñas alrededor del único árbol que había en el pequeño jardín, un manzano, sin duda, la fruta favorita de Alejandro. El hombre, embelesado en las dos pequeñas que jugaban a atraparse alrededor del tronco del árbol, no escuchó a su hermana cuando ésta se sentó a su lado, en una de las sillas negras de hierro forjado a juego con la mesa. -¿Alejandro?-la pregunta de hermana no le sacó de sus cavilaciones. El hombre no la estaba escuchando. Tenía la mente en una escena similar ocurrida más de ocho años atrás, cuando él mismo jugaba con sus hijos a perseguirse en la ardiente arena de la playa. - Cómo me recuerdan a mi Carlota, parecen trillizas.-parecía que su cerebro no había advertido que había transcurrido casi una década y que aún creyese que la pequeña aún estaba entre ellos. - ¿Estás bien, cariño?-le preguntó su hermana acariciándole la mano derecha, que tenía, igual que la otra, apoyadas en ambas piernas. - ¿Decías algo, Mª José?-preguntó de pronto. - Estabas distraído. Alejandro cerró los ojos un instante, con pesar. - Miraba como juegan tus hijas a perseguirse y de repente me acordé de la última vez que mis piernas corrieron tras mis hijos, jugando en la playa.-Chasqueó la lengua con desazón.-¿cómo es posible que, en apenas diez segundos, todo se fuese a la mierda? No lo entiendo.-se echó a llorar. Su hermana se acercó para abrazarle. - Cariño, no pienses en eso ahora. No debes torturarte por algo que ocurrió hace más de ocho años. Alejandro negó con la cabeza. - Maritxo, aunque pasen cien años, seguiré pensando en mis hijos. Ellos nunca…morirán en mi corazón, aunque sus cuerpos se estén…pudriendo en el cementerio.-dijo Alejandro señalando enérgicamente a un punto imaginario. Su hermana le bajó el brazo. - Por Dios, Alejandro…cálmate, por favor. Esto no te puede hacer ningún bien. Mª José, que estaba comenzando a preocuparse, le abrazó aún más fuerte y le dio un beso en la mejilla. Alejandro le acarició el pelo. - Lo siento…no puedo olvidar…Me duele mucho aún, hermanita. - Lo sé. En ese momento apareció Vicky con un vaso de zumo de naranja en la mano. - Hola, Alejandro, pensé que te apetecería un zumo.-se dio cuenta que tenía los ojos llorosos.-¿Ocurre algo, mi vida?. Alejandro negó haciéndole una discreta señal a su hermana para que no dijera nada. - No, estoy muy bien. Estaba recordando con mi hermana cosas de cuando éramos críos. ¿Verdad, Maritxo? Mª José, optó por seguirle la corriente. - Sí, cuando íbamos al colegio con los Picapiedra.-bromeó. - ¡Que exagerada eres tú también! Que no me llevas tantos años, mujer. Yo voy a hacer en mayo los treinta y seis, o sea, que no soy ninguna niña tampoco. - ¿Tienes hermanos?-le preguntó Mª José de repente. - Sí, tres. Un hermano y una hermana mayores que yo y otro hermano menor. Viven fuera. Mi hermano Miguel es el mayor, tiene la misma edad de Alejandro, luego viene Julia que tiene cuarenta y tres como tú, y detrás de mí, Adrián, el benjamín, de treinta y dos años. - Que bien tener una hermana.-dijo Mª José que siempre echó a faltar una con quien compartir sus cosas. Aunque reconocía que su hermano siempre se portó bien con ella. Se adoraban, de hecho. - Sí, pero no nos vemos hace años, cuando me marché de casa con Tony ellos ya tenían sus hogares fuera de Huelva. Miguel vive en Bilbao y Julia en Ourense desde que se casaron. Al pequeño, Adrián, que sigue soltero le he visto más a menudo. - ¿Tienes sobrinos?-se interesó Alejandro, pues nunca habían hablado detenidamente de la familia de ella. - Pues de momento no, y me temo que no los tendré en mucho tiempo, mi hermana es enfermera, y mi cuñada es abogada como mi hermano y comparten despacho. - Eso es genial, pero no deberían perderse las alegrías de la maternidad.-comentó Mª José sin darse cuenta de que su comentario había devuelto a Alejandro a años atrás de nuevo. - Ya lo creo que trae alegrías.-comentó él con la mente a años luz de ellas.-Es lo más maravilloso que puede pasar a una persona… Su hermana miró a Vicky y luego a Alejandro. - Lo siento, no debí decir eso. Alejandro pareció volver al presente en ese momento. - No pasa nada, sólo que a veces recuerdo cosas que me duelen aún, pero no por eso debes medir tus palabras delante de mí. Y si, tienes razón, nadie debería perderse las alegrías de la paternidad o de la maternidad, es un regalo que te da la vida y no debes dejártelo ir así sin más. Las dos mujeres se miraron con semblante preocupado. En ese momento apareció Jorge, que había estado haciendo la revisión al coche antes de emprender el viaje de vuelta a casa. Tenía las manos negras de grasa. - Alejandro ¿dónde me lavo las manos que manche lo menos posible? Su cuñado le miró las manos y se echó a reír. -¿No sería más práctico llevar el coche a un mecánico? Además, no hacía falta que le revisaras el motor para la vuelta, sólo hace una semana que te lo miraron, pues conociéndote, seguro que lo llevaste a revisar. - Sí, lo llevé, pero nunca está demás asegurarse de que todo funciona perfectamente. - Lávatelas en el lavabo pequeño, no pasa nada.-dijo Alejandro. Jorge asintió. Su cuñado se marchó y al rato apareció bien duchado y con pantalones vaqueros y camiseta azul marino de manga corta. Vicky advirtió que no estaban en la sala ni las niñas ni Óscar, por lo que se levanto y fue a averiguar lo que estaban haciendo. A Óscar lo encontró en el pasillo jugando con su juguete favorito, un gracioso hueso de plástico que era casi tan grande como él. De las niñas no había ni rastro, pero advirtió un pequeño alboroto en el comedor. - Serán… Al entrar en él vio que las gemelas estaban sentadas en el sofá de tres plazas y que tenían sobre las piernas lo que parecía un álbum de fotos. Vicky, sigilosamente se acercó a las niñas y pudo ver que se trataba de un precioso álbum de tapas negras de piel. Sin duda era de boda. Al fijarse vio que en la foto que había en la hoja que las niñas miraban estaba Alejandro. Advirtió que esa era la primera imagen de él de pie que Vicky había visto y se sorprendió al apreciar su altura, de casi uno noventa y su porte delgado pero atlético. Llevaba un traje azul marino con corbata gris clara y en la solapa un capullo de rosa de color salmón. Estaba muy guapo según apreció Vicky. Llevaba el pelo más largo y ondulado. Vicky sonrió al ver la cara de serio que tenía en la instantánea a pesar de su juventud, pues tenía los veinticuatro recién cumplidos según calculó Vicky. Miró a la novia, Elisa. Era muy rubia y de cabellos lisos. Sus ojos verdes mar sonreían casi más que su cara. Llevaba un precioso traje de color champaña de falda recta y escote palabra de honor, y en el cabello una diadema de diminutas flores como único adorno. - Mira, tía Vicky, este es tío Alejandro de joven con tía Elisa.-explicó Carlota al verla detrás de ella observando.-Estas fotos son de su boda. Vicky asintió mientras se sentaba junto a Carolina y cogía el álbum que pesaba bastante pensó. - Si, cariño. Está muy guapo ¿verdad? - Sí, mucho.-corroboró Carolina.-Aquí no tenía la pupa en las piernas. ¿Ves? - Es verdad.-fue lo único que acertó a decir Vicky absorta en la imagen de un feliz Alejandro besando a su reciente y bella esposa. - Tía Elisa está en el cielo con los primos y los abuelos.-dijo Carolina haciendo gala de su inocencia. Vicky la atrajo hacia sí y le dio un beso en el cabello. - Sí, cariño, así es, por desgracia. Las imágenes devolvían una imagen de Alejandro muy diferente a la actual. A parte de las obvias diferencias físicas por el paso de los años, se apreciaba una gran diferencia en su rostro. Estaba radiante. Se fijo en las otras tres fotos de la página y vio a un hombre feliz, alegre. En la cuarta foto salían cortando una deliciosa tarta nupcial de tres pisos con una enorme espada. Ambos se intercambiaban sonrisas cómplices, sin duda, preludio de la felicidad de la que gozarían en los años venideros y desgraciadamente rota de forma brutal apenas trece años mas tarde. La cuarta foto fue tirada justo mientras disfrutaban de su primer baile como matrimonio. Elisa reía de forma divertida mientras Alejandro intentaba, al parecer sin éxito, dar unos pasos de vals. Vicky giró la hoja y la imagen que vio a continuación le quedó sin aliento. Era una foto que ocupaba toda la página. En ella los novios posaban con sus respectivas familias. Vicky pudo reconocer a una jovencísima Mª José de apenas veintidós años que posaba a la derecha de la foto, más al centro, a la izquierda de Alejandro estaba quien Vicky dedujo que era la madre de ambos, Carlota, más que nada por el notable parecido de la mujer con su hija, acompañada del que se podía asociar con el patriarca de la familia, Alejandro Jaureguibeitia, padre, al que Alejandro se asemejaba como dos gotas de agua. Al otro lado, a la derecha de Elisa estaban ¡ostras, los Gómez! Vicky quedó estupefacta al reconocer unos rejuvenecidos Consuelo y Ambrosio, con los cabellos oscuros. Vicky se quedó helada. Los suegros de Alejandro eran sus vecinos de los últimos tres años. La voz de Alejandro la trajo de nuevo al dos mil nueve. -¿Qué estáis haciendo aquí las tres solas?-preguntó Alejandro sonriendo, pero la cara se le cambió al ver que miraban las fotos que él se había encargado de ocultar a sus propios ojos para no sentir el dolor que al verlas sentía en su alma herida.-¿Quién ha cogido ese álbum? Las niñas, a sabiendas de que habían obrado mal cogiendo el álbum, miraron a su tío. Carolina, que era la más prudente de las dos, bajo la mirada, mientras Vicky intentaba calmarla. Vicky, aún alterada por el descubrimiento que acababa de hacer, miró a su prometido, que a su vez la observaba con gesto serio. - Alejandro, acabo de descubrir una cosa espantosa, mi vida. - Carlota, devuelve ese álbum a su sitio, por favor. Y no lo vuelvas a coger sin mi permiso ¿estamos?-ordenó Alejandro con tono severo, sin pretenderlo. - Perdona, tío Alejandro. Sólo quería ver las fotos de tu boda. - Lo sé, pero ya sabes que no me gusta que lo cojas sin mi permiso.-dijo Alejandro con un tono de voz algo más calmado. - Alejandro, tengo que decirte una cosa que acabo de descubrir.-dijo Vicky aún asombrada. - Ahora no, Victoria.-Alejandro seguía serio. Al parecer no le había gustado que fisgaran en su pasado a través de aquellas instantáneas. En silencio cogió el álbum y lo volvió a dejar en su sitio en el cajón del mueble. Vicky no le escuchaba presa de la conmoción que le produjo el descubrimiento. - Mis…tus…son mis vecinos. Quiero decir que tus suegros son los Gómez, mis caseros. El piso en el que yo vivo es de ellos y me lo alquilaron por mediación de una clienta mía, que es amiga de ellos. Acabo de enterarme al verles en las fotos de tu boda. Alejandro, que estaba a punto de salir de la sala, se detuvo en seco. No sabía cómo reaccionar. Fue todo tan precipitado que no lo podía asimilar en unos segundos. - No sabía que se habían mudado.-se limitó a decir el hombre. - Según me contó doña Consuelo, se cambiaron de piso hace…ostras, según mis cálculos fue en el dos mil, después del verano me dijo ella. Compraron los dos pisos con la idea de alquilar uno. -¿Dices que se cambiaron de piso al poco de morir su única hija?-Alejandro estaba asombrado.-No me lo puedo creer…es…joder, esa mujer es una hiena. Seguro que compraron los dos pisos con lo que les perteneció del seguro de vida de Elisa y la parte del piso que Elisa y yo teníamos. - Yo no quiero hacerte mala sangre, cariño, pero tengo entendido que también hicieron, mejor dicho, ella hizo un viaje a Roma en septiembre de aquel año. - Es…no sé cómo calificarlo. Me acusó de sus muertes en el hospital cuando hacía apenas una semana que había salido del coma…Me dijo que sólo yo era el responsable de la muerte de Elisa y nuestros hijos, joder. Vicky ¿cómo pudo echarme la culpa de sus muertes y largarse de viaje al poco tiempo?.-Alejandro lloraba con una mezcla de dolor y rabia en el alma. Vicky le abrazó de forma maternal mientras él no dejaba de llorar casi a gritos. - Shh, cálmate, cariño.-Vicky le acariciaba la cara como a un niño que acabara de ser maltratado por otro mientras jugaban. Carlota, que estaba en la entrada de la sala, vio toda la escena y al ver a su tío llorar de aquella manera no pudo quedarse allí más tiempo y salió corriendo. - Esa mujer no tiene entrañas, Vicky. Con lo que duelen los hijos, joder… No podía reprimir el llanto. Saber ciertas cosas le había hecho el mayor daño que había sentido en años. Sólo superado por la muerte de su familia. Vicky, por puro instinto, se acercó a él y juntos lloraron por los niños. Y, Vicky, por primera vez en años, lloró también por aquel bebé que perdió. Mª José, que estaba con Myrna en la cocina, vio pasar a su hija Carlota corriendo, y se sorprendió al ver que se metía en su cuarto y cerró la puerta, pero no dijo nada al entender que era parte de un juego con su hermana gemela. Cuando se calmaron regresaron con la familia de Alejandro, sin decir nada de lo que acababan de descubrir. A eso de las nueve de la noche Alejandro hizo una cena ligera y se fue a descansar, mientras Vicky, Myrna, y sus cuatro invitados se quedaron un rato más a charlar en la sala de estar. Los mayores tomándose una taza de café con leche y las niñas se decantaron por unos buenos vasos de cacao. A las diez, Mª José mandó a las dos niñas a dormir, y estas obedecieron sin rechistar. - Son estupendas.-reconoció Vicky. - Sí, estamos muy orgullosos de ellas.-dijo Jorge con satisfacción. No eran sus hijas biológicas, pero las quería como si fuese así. Mª José miró a su marido, con emoción. Le maravillaba ver como ese chico tan joven se había convertido en todo un padrazo en apenas tres años. -¿Dónde se ha metido Óscar?-preguntó de repente Vicky, que no lo había visto desde hacía un par de horas cuando, acompañada por las niñas, lo sacó a dar su paseo nocturno al “retrete”. Jorge se levantó para ir a buscarlo, pues no quería llamarlo a voces para no despertar ni a las niñas, ni a Alejandro, a los que suponía ya dormidos. Lo buscó por toda la casa, sólo le quedaba entrar en las habitaciones donde dormían sus hijas y Alejandro. De pronto, al pasar junto a la habitación de su cuñado, y como la puerta estaba entreabierta, pudo distinguir en la oscuridad que algo se movía a los pies de la cama. Como era evidente que su cuñado no podía mover los pies, pues no le quedó la menor duda que qué, o mejor dicho quien, se movía allí. Con mucho sigilo, y sin encender la luz entró en el dormitorio comenzó a adentrarse en la sala. Cómo no se veía nada, se dio un buen golpe en el pie con una de las ruedas de la silla de Alejandro, que el hombre siempre dejaba sin frenar a los pies de la cama, para que no molestase en el caso de que alguien tuviera que acercarse a ella. - Ay, la virgen, que porrazo.-susurró mientras se daba un pequeño masaje en el dedo meñique del pie derecho.-La madre que te parió, enano. Alejandro se movió levemente, carraspeó un par de veces pero no despertó. Dormía tan relajado que hasta roncaba, ¿o era Óscar el que lo hacía? El perro estaba echado junto a los inertes pies de Alejandro, y al sentir que se alguien se acercaba se bajó de la cama de un rápido y ágil salto y salió de la sala. Jorge le siguió, pendiente de no volver a golpearse con la silla en el otro pie. Cuando salió de la habitación, el perro le esperaba en el pasillo con el diminuto rabo entre las patas, temiendo una reprimenda, que sí le llegó. -¿Se puede saber qué leches hacías tú en la habitación de Alejandro, eh?-le preguntó en susurros Jorge mientras lo cogía en brazos para que no se le volviera a escapar. El perro comenzó a lamerle la cara.-No me hagas la pelota, que Vicky se va a enterar de esto. Cuando Jorge apareció en la sala con Óscar en brazos, las tres mujeres sonrieron, siendo Vicky la que habló. - ¿A que estaba echado en la cama con Alejandro?.-preguntó la mujer. - Exactamente.-dijo Jorge sonriendo mientras le entregaba el perro a su ama.-Estaba el guaje tan pancho a los pies de Alejandro, y el cabrón cuando me ha sentido entrar en la habitación ha salido a escape y lo he pillao en el pasillo, y encima me he dao un golpe en el dedo meñique del pie con la rueda de la silla de Alejandro y he visto, no las estrellas, he visto la Vía Láctea completita y en tecnicolor. La ostia, que porrazo me he dao, la virgen. Mª José se acercó a su marido. - Deja que te vea el dedo ese, que lo mismo te has hecho sangre debajo de la uña. - No, solo ha sido el golpe.-luego me lo miraré y si hace falta me lo curas. Su mujer asintió. Cuando Vicky dejó a Óscar en su cesta en la sala de estar y se fue a dormir, Alejandro seguía dormido y ni se enteró de que ella le dio un beso de buenas noches en la mejilla. -“Pobre está reventaito”.-pensó Vicky mientras se acurrucaba a su lado. De pronto Alejandro habló. - Cariño, he tenido un sueño rarísimo. He soñao que Óscar estaba aquí durmiendo subio en la cama a mis pies y que Jorge entraba a buscarle. Qué extraño ¿no te parece? Vicky sonrió al amparo de la oscuridad. - Sí, los sueños son raros todos. Venga, duérmete que tienes que descansar. Alejandro le dio un beso en la mejilla. - Sí. Hasta mañana, mi vida. - Que descanses, tesoro. Al cabo de cinco minutos Vicky le sintió roncar relajadamente y ella se quedó dormida al poco rato, acurrucada junto a él. *****

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