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viernes, 26 de julio de 2013

Capítulo 9.


   El sábado por la mañana, que no fue posible abrir la librería a causa de un repentino problema eléctrico, Vicky decidió ir a dar una vuelta por el centro a mirar escaparates, que ya tenían expuestos las rebajas y cuando pasó justo por delante de una zapatería le llamaron la atención unas botas altas de medio tacón en color marrón oscuro. Decidida como pocas veces en su vida, entró a preguntar, y veinte minutos después salió con una bolsa en la que llevaba sus nuevos zapatos. Después de un rato caminando y viendo escaparates de todo tipo, decidió descansar en una acogedora cafetería, que Vicky no había visto jamás por lo que pensó que acababa de abrir.


 - Un descafeinado con leche, por favor.-pidió al camarero, un joven de rasgos claramente latinos.


    El camarero regresó a penas cinco minutos después, con el pedido y la cuenta, que Vicky pagó, con la idea de irse pronto de allí para seguir su camino a casa. Cuando Vicky se dio cuenta de que al atareado camarero se la había olvidado los sobres de azúcar, y después de hacerle señas para que la viese, decidió acercarse ella misma a la barra.


   Una vez que le entregaron los sobres de azúcar, Vicky se dispuso a sentarse de nuevo en su mesa, pero cuando estaba a punto de sentarse sintió que algo le daba un golpe en el tobillo, que le produjo un dolor intenso en él. Ella, se tuvo que agarrar a una mesa cercana para no caer al suelo.


- Serás gilipollas.-susurró furiosa, pero se quedó helada al ver que el golpe que acababa de sufrir se lo había provocado el pedal de una silla de ruedas, cuyo ocupante, un hombre de unos cuarenta y cinco años, la miraba asombrado, mientras la sujetaba del brazo con fuerza.


- Disculpe, ¿le he hecho daño?-se interesó él.


- No, creo que sobreviviré.-bramó Vicky sin dejar de masajearse la pantorrilla.


- Deje que la invite a un café.-le pidió el hombre, dispuesto a hacer lo que fuese necesario para ser perdonado.


- No es necesario.-respondió ella con brusquedad.


- Insisto, por favor. Si no me permite que le recompense por el golpe que le he arreao, no me quedaré tranquilo. Por favor…-  En ese momento, Alejandro reconoció a aquella preciosa mujer de espesa coleta oscura, y ojos grandes y rasgados, como una princesa de cuento de “Las mil y una noches” .- No me lo puedo creer. Por lo visto, el destino quiere que nos conozcamos a base de recibir mamporros.
- Pero ¿Qué demonios dice?.-preguntó Vicky, que reconocía a un ligón a kilómetros de distancia, y pensó que aquel, estaba trasnochado.


-¿No se acuerda de mi?.-preguntó él con una amplia sonrisa que a Vicky le resultó asombrosamente familiar, pero no conseguía recordar donde había visto a su portador.


   De repente, Vicky se acordó de donde le había visto antes. Claro que sí que le conocía, era el mismo hombre que unos días atrás acabó medio enterrado entre decenas de cajas de CDs.


- Sí, el del estropicio, ¿no?- bromeó provocando el repentino bochorno de él.


- Sí, así es.-reconoció Alejandro, sonrojándose como pocas veces lo había hecho en sus cuarenta y cinco años cumplidos- Qué horror que me recuerde por aquello.


   Vicky, avergonzada por su propio descaro, bajó la mirada.


- Lo siento, no pretendía ser descarada.


- No se preocupe….-se detuvo al darse cuenta de que no sabía su nombre.


- Victoria.-se presentó ella dándole la mano.-Vicky para los amigos y para los que me atropellan con su silla de ruedas.


   Al escuchar aquel cometario, Alejandro soltó una ruidosa carcajada.
- Buena respuesta, sí, señor.-Dijo entre risas.- Yo me llamo Alejandro. Encantado de haberte “atropellado” en plena vía pública.-dijo siguiéndole la broma.


- Creo que mi espinilla no está nada de acuerdo contigo.-comentó la mujer mientras se daba un ligero masaje en la parte de detrás de la pierna.-Me llamo Victoria Fernández, Vicky.


-¿De veras que no te he lastimao?-insistió Alejandro mientras colocaba su silla de ruedas frente a la mesa que hasta ese momento había estado Vicky a solas.


- No es nada, tranquilo.- Vicky apartó mecánicamente la silla que estaba a su izquierda.- Colócate aquí, si quieres.- dijo ella mientras ocupaba de nuevo en la silla que estaba a la izquierda de él, en la mesa de imitación de mármol sobre una única pata de hierro forjado pintado de negro que imitaba una fina columna torneada.


- Gracias.-dijo Alejandro, que la miró con admiración, mientras pensaba que era la mujer más hermosa que había visto en toda su vida.


- Creo que tienes una curiosa forma de entablar amistad con la gente.-bromeó ella al notar que Alejandro estaba algo indeciso.


- Eso parece. Vaya casualidad de encontrarnos por aquí.


- Bueno, yo vengo a menudo a mirar escaparates en la calle Barcelona.


   Alejandro sonrió.


- Sí, porque los precios de estas tiendas son prohibitivos, por no decir que son un robo a mano armada.


   Vicky rió el comentario.


- Pues sí. Tienes razón. Acabo de quedarme de piedra en la tienda de bolsos de ahí detrás. El que me gustaba valía 135€, voy y le pregunto a la dependienta que en cuanto se me quedaría con el descuento, y va y me suelta, ella muy digna: ”Señorita, ese es el precio final, después de aplicar la rebaja correspondiente”


   Alejandro abrió los ojos desmesuradamente.


- La ostia, pues no quieras saber el precio del bolsito cuando aún no estaba rebajao, jajaja. Te dejas en la tienda los dos ojos, jajaja.


- Ya te digo. He salido de la tienda como un cohete.


   Vicky soltó una ruidosa carcajada, que fue secundada por otra, no menos escandalosa de Alejandro.
   Cuando ella se dio cuenta de que le estaba observando, carraspeó antes de hablar.


- ¿Te gustó el DVD de “La Traviata”?


- Sí, es preciosa esa ópera.-reconoció Alejandro, que no solía tener ocasión de charlar de uno de sus temas favoritos con nadie, ya que a su mejor amigo, Karlos, tenía un concepto bastante diferente al de él en lo referente al ocio, pero que compartían la afición por el deporte rey, el futbol.- Tuve la ocasión de disfrutar de ella hace años en La Scala de Milán.


   Vicky quedó asombrada, ese era uno de sus sueños, poder asistir a una representación de esa ópera en dicho teatro.


-¡Qué maravilla! Qué lástima que la ópera no sea del gusto de la mayoría de la gente. –se lamentó la mujer con sinceridad.-No tengo esa, pero si, una maravillosa versión de “Carmen” con Josep Carreras en el papel de Don José, pero ahora no recuerdo el nombre de la soprano…


- Agnes Baltsa, creo que se llama, si no me falla la pronunciación.-comentó Alejandro, que estaba casi seguro de ello.- Si no me equivoco ahora mismo, pues hablo de memoria, y la mía es de pena. Es mezzosoprano y nació en Italia.


  Vicky sonrió al tiempo que chasqueaba sus dedos en el aire.


- Eso es, si.-dijo al recordar ella también aquella versión maravillosa que tenía en un viejo formato de video VHS.-Pero tengo que hacerte una pequeña corrección, ya que la Baltsa no es italiana, sino griega.


   Alejandro chaqueó los dedos.


- Sí, tienes razón, no es italiana, sino griega.-admitió Alejandro riendo como hacía años.- Veo que entiendes de ópera.


- Es que me encanta todo lo relacionado con la ópera y, como ya te he dicho, creo, es uno de mis sueños imposibles, ver esa obra, y con esos interpretes. Pero no creo que se me cumpla ese tampoco.-terminó soltando la risa más franca y alegre que Alejandro había visto o escuchado jamás.


  Alejandro sonrió por enésima vez. Comenzaba a disfrutar de la compañía de aquella preciosa mujer de espesa cabellera, y bellos y rasgados ojos, color caramelo.


- No, no me lo has dicho, y si, veces, los sueños se cumplen.-comentó Alejandro y se rió al ver la graciosa mueca que hizo ella.


- No sé, tengo serias dudas respecto a eso desde que siendo una adolescente me enamoré como una loca de Harrison Ford y no ha venido aún a buscarme el muy desconsiderado.-soltó una carcajada.


  Alejandro rió de buena gana la ocurrente respuesta de Vicky.


- Sé que no soy Harrison Ford ni por asomo, pero si quieres te invito a tomar otro café o lo que te apetezca.-le ofreció él.


   Ella sonrió y asintió.


- Gracias, me tomaré otro descafeinado con leche, por favor.


   Alejandro sacó el paquete de tabaco y le ofreció uno a Vicky.


- ¿Fumas?


    Ella asintió.

- Si.-dijo rebuscando en su bolso.-Pero si no te importa, cogeré uno de los míos que son más suaves.


- Como quieras.-dijo él, poniéndose un cigarrillo en la comisura de los labios y guardando luego el paquete de tabaco en el bolsillo de su camisa.


   Alejandro levantó el brazo y el hizo una discreta señal al camarero que vino rápidamente.


- Buenos días, ¿qué les pongo?


   Alejandro acercó su encendedor plateado a la boca de Vicky para encenderle el cigarrillo y después de hacer lo mismo con el suyo, miró al regordete y sonriente camarero, que aguardaba la respuesta educadamente.


- Dos cafés con leche, por favor.


- En seguida, señor.


  Cuando el camarero se marchó en dirección a interior del local, Vicky, con la mayor discreción de que fue capaz, repasó de arriba abajo la imagen de Alejandro. Llevaba unos pantalones de color crudo y un suéter negro de cuello alto, sobre el que llevaba la misma cazadora que el día que entró en la tienda, y unas botas del mismo color que estaban intactas a excepción de una arruga que los surcaba de lado a lado por delante del comienzo de los cordones. Advirtió que estaba muy atractivo a pesar de llevar una barba de varios días. Probablemente no se afeitaba desde hacía casi una semana.


- Aquí tienen sus cafés.- anunció el joven y alegre camarero de acento venezolano y rasgos marcadamente nativos.


- Gracias.-dijo Alejandro entregándole un billete de diez euros.- tome cóbrese, por favor.


- Sí, señor, enseguida le traigo el cambio.


   Cuando Alejandro le dio el billete al camarero, Vicky observó que en el dedo anular de la mano izquierda llevaba una alianza y eso, no supo el motivo, la desanimó un poco.


-¿Trabajas desde hace mucho en esa tienda?.-preguntó él de repente.


   A la mujer le sorprendió la pregunta.

- Eh…pues desde hace años que entre a trabajar y ahora soy socia al 50%, tanto en los beneficios, como en las facturas.


   Él sonrió nuevamente.


- Dicen que quien no se consuela es porque no quiere.- comentó Alejandro.


   Los dos se echaron a reír.


   Sin saber cómo, el camarero apareció de alguna parte con el cambio en una pequeña bandejita plateada, y volvió a marcharse. Alejandro dio una ojeada a la cuenta. Cogió la bandejita con el dinero, se guardó el billete de cinco euros dejando en la bandejita el resto del cambio. Cuando volvió a pasar el camarero se la dio en mano.


- Quédate con el cambio, gracias.- dijo Alejandro.-Pero guárdatelo tú, que eres quien curra aquí.-dijo sonriendo con complicidad.


- Gracias, señor.-respondió sonriendo el regordete muchacho de a penas veinticinco años desapareciendo de nuevo entre las mesas.


   Los nuevos amigos continuaron hablando animadamente durante un buen rato.


  A eso de la una del mediodía Alejandro propuso a Vicky comer juntos en algún restaurante de la zona que fuese accesible y propuso el “Mogambo”.


  Vicky asintió satisfecha con la propuesta.


- Perfecto, el dueño, Andrés, es cliente nuestro desde que se abrió la tienda.-sonrió Vicky de pronto- creo que nos mantenemos a flote gracias a él.


  Alejandro rió de nuevo, y pensó que hacía años que no se sentía tan relajado.


- Bueno, pues entonces no se hable más, iremos al “Mogambo”.-dijo Alejandro mientras salía de entre la mesas con un rápido y ágil movimiento de las ruedas.


   Cuando llegaron al local, Alejandro se sintió aliviado de poder acomodarse en una de las mesas más accesibles. Nada más verles entrar, el dueño, Andrés, un hombre bastante voluminoso de sonrisa afable y traviesa de unos cincuenta años, se acercó a ellos para saludarles. Después de charlar animadamente durante un buen rato, pidieron una fideuá, que resultó ser el plato de marisco favorito de ambos.


   Antes de servirles la comida, el camarero les trajo una botella de vino blanco, y dijo que era un obsequio del dueño, abrió la botella y les sirvió una copa a cada uno.
- Yo no puedo tomar demasiado alcohol, pero supongo que hoy es un día especial, no siempre como mi plato favorito con la vendedora más guapa del barrio.- admitió Alejandro para sorpresa de Vicky y de él mismo.


   Vicky sonrió, empezaba a sentirse muy a gusto con él.


- Ostras, vaya que amable, gracias.-dijo ella un poco colorada. No estaba acostumbrada a los cumplidos a pesar que se los merecía.


   Alejandro levantó la copa de vino y dijo:


- Lo dicho, propongo un brindis por la vendedora más guapa de todo el barrio.-Vicky se ruborizó visiblemente y bajó la mirada.-¿Te he molestado? No era esa mi intención.- aseguró él preocupado.


   Vicky levantó la vista y se encontró con los ojos de él, en los que comenzaban a ser visibles ya unas arrugas en la parte del parpado inferior. Le miraban con afecto, creyó interpretar ella, aunque se notaba un ligero aire nostálgico, casi melancólico.


- En absoluto, eres un caballero, aunque un poco lanzado, la verdad.-y añadió señalándole la alianza que llevaba en su mano izquierda -¿Qué opina tú mujer de que invites a comer cualquier desconocida que te rescata de un alud de cajas de CDs?.


   Notó que él se ponía tenso y apartaba rápidamente la mano de encima de la mesa.


- No te preocupes por eso.- dijo él secamente.


-¿He dicho alguna impertinencia?-preguntó ella preocupada por haberle ofendido sin pretenderlo.


   Alejandro suspiró profundamente y encendió otro cigarro.


- No, en absoluto, la culpa es mía.


- ¿Estás separado de hace poco y no lo has aceptado?


    Con esa pregunta pretendía quitar hierro a la situación, que de repente se había puesto algo tensa, pero obró el efecto contrario.


- No, no estoy separado, al menos no por gusto.- reconoció Alejandro secamente.- Enviudé hace más de ocho años.


  Vicky, deseó que la tierra se la tragase.


- Ostras, Alejandro. Lo lamento, perdona, no quise ofenderte.-se disculpó desconcertada.


   El hombre, que había notado que ella se ponía algo tensa, volvió a adoptar una pose más relajada.


- No, la culpa es mía. Debí quitarme la alianza hace años, pero cada vez que lo intento acabo
ponérmela de nuevo.-se quedó en silencio durante unos segundos. Luego respiró hondo y siguió hablando con voz algo temblorosa.-Fue un accidente de tráfico.


- Si no quieres, no es necesario que hables de ello.


   Alejandro no pareció oírla. Echó una bocanada de humo al aire y luego habló.


- Como ya te he dicho fue hace nueve años. Teníamos dos hijos, Álvaro, de doce años y Carlota de diez. Éramos muy felices, pero en un momento todo se fue al diablo. Fue en agosto, estábamos pasando un bonito día de playa. Hicimos castillos de arena, nos bañamos los cuatro juntos, jugamos a la pelota, en fin, como cualquier familia. Cuando decidimos volver a casa lo hicimos por la costa, para que mi niño pudiera ver los grandes barcos atracados en el puerto, cosa que le apasionaba.-tomó un trago de vino.-Me distraje un solo segundo buscando el puto paquete tabaco en la guantera, se me fue la dirección y, después de romper el quitamiedos de la carretera, caímos por un barranco. El coche dio varias vueltas de campana hasta quedar detenido por una gran roca.-volvió a llevarse la copa a los labios y bebió un largo trago, continuó su relato con un nudo en la garganta que casi le impedía hablar, pero carraspeó y siguió-Mi mujer y mi niño murieron en el acto, y mi pequeña Carlota…fue desconectada de la máquina que la mantenía con vida tres días después.-bajó la mirada unos segundos.- Yo sufrí una fractura entre dos vértebras, la T-7 y la T-8. Tuvieron que operarme para fijármelas. También sufrí daños en el bazo, que tuvieron que extirparme. Para colmo, durante la intervención padecí una fuerte hemorragia interna que me provocó un coma y para rematar me rompí el brazo izquierdo. Cuando desperté una semana después del accidente, comenzó mi nueva vida en el infierno. Descubrí que no tenía sensibilidad ni movimiento de cintura para abajo.-al terminar su relato se tomó el resto del contenido de la copa de un solo trago.-Y, poco a poco me iban preparando para decirme que mi familia había muerto. Eso fue lo más duro. Hubiera dado la movilidad de mis brazos también a cambio de sus vidas, pero eso no se puede hacer, por desgracia. Yo les maté por una imprudencia y llevo pagándolo nueve años.


  Vicky, que había estado escuchando el relato en respetuoso silencio, dijo con un susurro:


- Que horror, Alejandro, pero no debes decir eso.-dijo ella muy afectada por lo que acababa de escuchar y le puso la mano sobre la de él.- No les mataste, fue un desgraciado accidente…No sé qué más decirte, la verdad.


- No digas nada, eso pasó hace mucho y sigo sin poder dormir algunas noches. Revivo una y otra vez el momento del impacto contra el quitamiedos de la carretera. Vicky, te juro que traté de frenar y girar el volante, pero no me dio tiempo. Caímos, dando vueltas de campana, por un precipicio que daba al mar. Recuerdo claramente el ruido, los gritos de mis niños, de mi mujer… Lo siguiente que me viene a la memoria son las caras de mi hermana y mi ex cuñado, ya en el hospital…-Alejandro parecía ausente. No dijo nada más. Se limitó a suspirar.


   Durante unos minutos permanecieron en silencio hasta que la potente voz de Andrés les devolvió a la realidad. Miraron y allí estaba la enorme y oronda figura del camarero.


- Bueno, chicos, aquí tenéis la fideuá.-dijo orgulloso poniéndola sobre un salva mantel de acero.


   Los dos arrimaron la nariz a la paellera a la vez para olerla y eso les hizo sonreír.


-¿Os la sirvo yo, o preferís hacerlo vosotros mismos?


   Se miraron y contestaron al unísono.


- No, por favor, sírvela tú, Andrés.


   Rieron por la sincronización y después de que les pusieran en los platos unas generosas raciones empezaron a comer y a reír al mismo tiempo, no sabían de qué se reían, pero para ambos fue una experiencia que hacía mucho que no sentían plenamente.


   Después de dar buena cuenta del suculento manjar, tomaron de postre unos deliciosos flanes caseros de huevo, y por último unas copitas de licor de café, por expresa recomendación de Alejandro. Andrés apareció de nuevo y les preguntó si querían tomar café. Ambos aceptaron la propuesta y mientras lo saboreaban a pequeños sorbos sintieron que se conocían de toda la vida. Al salir del restaurante estaban como flotando en una nube. Se sentían como adolescentes que acababan de escapar de casa.


- ¿Te lo estás pasando bien, Vicky?-le preguntó Alejandro, que iba a su lado, llevando el mismo su silla de ruedas. Ella le miró con sonrisa picarona y dijo:


- Cómo una jovencita.-admitió echándose a reír.


- Yo me siento igual.-reconoció Alejandro riendo tímidamente.- Gracias por esta deliciosa comida. Hacía mucho que no comía fuera de casa, y menos en tan grata compañía.


   Vicky se sonrojó, y Alejandro sonrió para sí.


- Eres muy amable, pero yo podría decir lo mismo de ti.


- Pues, dilo, no te cortes.


   Los dos rieron de nuevo y se sintieron tan libres que desearon tener el don de poder parar el tiempo. De repente Alejandro detuvo su silla y mirando hacia arriba a los bonitos y grandes ojos de Vicky le dijo:


- Bueno, yo ya te he contado mi historia, ahora te toca a ti. Dime, ¿estás comprometida con alguien?


  Siguieron caminando mientras ella comenzaba su relato.


- Hace años que Cupido se olvida el arco en casa cada vez que se acerca a mí. Sólo me visita el inspector del gas.- dijo echándose a reír a carcajadas.


   Alejandro, después de ver aquella reacción por parte de la mujer, también soltó una carcajada que le hizo caer hacia su lado izquierdo, pues su silla carecía de brazos.


- Ups, que me caigo, leches.- exclamó entre risas y agarrándose al lateral del asiento se puso de nuevo recto.- Con la estabilidad de huevo cocido que tengo, algún día voy al suelo, ya lo verás.


   Los dos continuaron riendo hasta que les empezó a doler el estómago.


-¡Qué bueno, qué gracia!.-exclamó ella entre risas.


- Sí, tú ríete, pero no es la primera vez que hago “puenting” desde aquí arriba.-admitió él riendo también.


- ¿Por qué no llevas los brazos de la silla, entonces?


- Buena pregunta, pero es que me molestan para hacer los traslados. Ya sabes, al coche, a la cama, al sofá de casa cuando me duele la espalda de estar tantas horas en la misma posición. Todo eso.


   Vicky asintió.


- Ya, no había pensado en eso. Tienes razón, así debe ser más cómodo.


- Sí, es más práctico.

- ¿Y no haces ningún tipo de ejercicio?


    A Alejandro le sorprendió la pregunta.


- Bueno, al principio venía un fisioterapeuta a casa, pero ya hace años que lo dejé, total, no conseguía adelantar nada.


   Vicky cabeceó. Sin darse cuenta hacía rato que iba cogida al mango izquierdo de la silla, para caminar junto a Alejandro.

- Alejandro, no creo que se trate de adelantar nada, sino de no perder la movilidad que tienes. No sé, creo que te vendría bien hacer pesas, o algo así, para mantener los brazos fuertes.


   Él sonrió.


-¿Te parece poco levantar un peso muerto de noventa kilos con sólo la ayuda de los brazos?. Eso lo hago cada vez que hago cualquiera de las cosas que te decía antes.


- Vaya, entonces sí que haces un buen ejercicio con ellos.- admitió ella.


- Y tanto que sí, ahora mis brazos tienen que hacer su trabajo y el que ya no pueden hacer mis piernas.

   Vicky quedó pensativa y luego dijo:


- Supongo que tendrás ayuda, ¿no? Me refiero para ducharte, por ejemplo.


   El negó enérgicamente.


- Ni hablar, me ducho yo solito. Tengo un plato de ducha con un asiento abatible acoplado a la pared y así no necesito a nadie. Además, el baño es espacioso y me puedo mover a mis anchas sin problemas.


   Vicky asintió.


- Muy bien, eso es genial. Debe ser importante para ti saber que puedes apañártelas sólo, supongo.


   El hombre asintió con vehemencia.


- Y tanto, me hace sentir que no soy un bebé al que tienen que hacérselo todo, y eso, psicológicamente hablando, es muy importante. No hay nada más frustrante que saber que puedes hacer alguna cosa y que no puedes conseguirlo por alguna tontería como una estantería demasiado alta, un escalón donde debía haber una rampa o cosas así. Eso me deja la moral por los suelos, la verdad.


- Me lo imagino.


  Alejandro negó con la cabeza.


- Perdona, pero no te lo puedes imaginar. Cuando yo podía caminar no reparaba en esas cosas, pero, supongo que nadie es consciente de lo que tiene, hasta que lo pierde.


  Ante eso, que podía añadir ella. Se limitó a asentir.


  Permanecieron en silencio un rato, hasta que ella, miró al mar y después de unos segundos ensimismada en sus pensamientos, dijo de repente:


- ¿Vives solo?.-preguntó se repente.


- No, hace casi cinco años que tengo a Myrna, un cielo de mujer hondureña que me hace de cocinera, ama de llaves, y enfermera cuando es preciso. Ella, que tiene una gracia que pa’ que te cuento, se autodenomina “asistenta multiusos”-rió-. Es un caso perdio, la quiero mucho, la verdad. Para mi es mucho más que mi asistenta o mi enfermera ocasional, es una amiga a la que le puedo contar cualquier cosa sin miedo de que se escandalice o se asuste.


- Debe ser un cielo.


- Bueno, lo es. Pero que te pille confesao como tenga el día torcio. No veas cómo se las gasta la caribeña.-dijo riendo.-Se vuelve tan peligrosa como un gremlin mojao.


   Vicky soltó una ruidosa carcajada, que él imitó.


- Bueno, eso nos pasa a más de una y uno.-confesó Vicky.


- Alejandro, no me has contado si trabajas o no…-dijo la mujer de repente.


- Claro que trabajo.-respondió Alejandro.-Cuando sufrimos el accidente, yo ejercía de comentarista literario para una emisora de radio local, pero, claro, como estuve casi un año ingresado entre un hospital y otro, pues eso quedó aparcado. Cuando me dieron el alta aún me medicaba para la depresión, pues no me sentía con fuerzas para trabajar, así que lo tuve que dejar. Karlos, un viejo amigo de la época del servicio militar, y que es editor de un periódico, me ofreció un puesto como columnista “freelance”, y eso es lo que hago desde entonces. Le vendo los artículos que escribo y algún que otro relato de misterio y comento alguna noticia de cierta relevancia sobre futbol. Vamos que soy, como yo digo, un cruce entre Arturo Pérez-Reverte, Agatha Christie y Matías Prats, Jr.


  Vicky soltó una carcajada.


­- Menuda rebujiña.-Exclamó Vicky divertida.-Y veo que la modestia no es tu fuerte.


  Ambos rieron largo rato.


- Es que, si no me lo digo yo, no me lo dice nadie.-se justificó un divertido Alejandro.


  Vicky asintió.


- También es verdad.


- Claro, mujer.-respondió Alejandro con un simpático gesto de afirmación.


   Eran más de las cuatro cuando Vicky miró su reloj de acero con esfera ovalada en tono rosa palo y con numeración romana.


- Alejandro, son las cuatro pasadas y tengo que volver a casa, mi perro estará cabreado como un mono porque aún no he llegado.


   El hombre le miró divertido.


- Sabía que los hijos, a veces, te ponen “toque de queda”, pero que lo haga una mascota.-rió-. La leche, eso es nuevo.


   Vicky se rió y dijo:


- Tú no conoces a Óscar.


-¿Óscar?-Alejandro rió de buena gana-¿el perro de llama Óscar?, que original, la leche.


- Sí, ya le conocerás y verás que tiene cara de llamarse así.


- ¿Y cómo debería llamarme yo según mi cara?-bromeó el hombre.


- Tú nombre es precioso. Te encaja.-dijo Vicky.


- Oh, vaya, eres muy…amable.


   Alejandro volvió a reír tan estrepitosamente que le dio un molesto y repentino ataque de tos. Vicky se asustó tanto al verle enrojecer de esa forma tan exagerada como inesperada que sólo acertó a darle unas palmadas en la espalda. Cuando se le pasó dijo levantando los brazos:


- Vicky, Vicky, tranquila, ya pasó, y cuidado que otro golpe en la espalda como esos y me tiras de bruces.-dijo él sonriendo intentando que se calmara.- se llevó la mano a la garganta-Caray, un poco más y me ahogo, leches. Gracias, Vicky.


   Vicky respiró profundamente y dijo:


- Ojú, Alejandro, que susto me has dado, quillo.


   Él la miró divertido.


- Pues, tómatelo con calma que esto me pasa cada dos por tres.-le advirtió.-Por cierto, ese “Ojú” delata que eres de allá abajo… ¿sevillana?


  Vicky sonrió.


- Casi, soy de Huelva como mi padre, pero mi madre es extremeña.


  Alejandro volvió a toser.


- Joder, con la tos.-renegó el hombre intentando aclarase la voz carraspeando.


- ¿Y a qué se debe eso?-preguntó Vicky.- Me refiero a la tos.


   Él se encogió de hombros.


- Pues, a veces, cuando me río mucho, se me corta la respiración unos segundos. Dicen que es por la traqueotomía, y mi médico de cabecera opina que es el tabaco, y tengo que admitir que puede tener razón, pero ya has visto que se me pasa en un rato. No te asustes la próxima vez.


   Vicky suspiró.


- Espero que no te pase de nuevo hoy, que acabas conmigo de un infarto.


   Alejandro rió.
- No, mujer, si es más aparatoso que otra cosa, pero, eso sí, no niego que se pasa un rato muy jodio. Por cierto, la próxima vez que me suceda, sólo tienes que darme un poco de agua a sorbos pequeños y se me pasa en nada.


- Bueno es saberlo. A partir de ahora, meteré en el bolso una botella pequeña de agua, para estar preparada si coincidimos por ahí.


   Alejandro soltó la risa.


- Que bueno, a ver si ahora te vas a convertir en mi enfermera particular, mujer.-dijo Alejandro entre risas.


   Vicky le miró y sonrió.


- Sí, tú tómatelo a chirigota, pero, que lo hago, lo hago.


- Me parece que eres de las que cumplen su palabra.


- Lo soy, y ya verás como tú repentina tos no me coge desprevenida la próxima vez.


   Alejandro asintió y le dijo:


- Vale.-dijo-Por cierto, no es que esté incómodo con tu compañía, pero, ¿te acuerdas de Óscar?


   Vicky se echó las manos a la cabeza.


-¡Ay, Dios, se me había olvidado el pobrecillo!. Perdóname Alejandro, pero tengo que volver a casa.-le dio un inocente beso en la mejilla-Espero que podamos repetir esto otro día. Ciao, amigo.


- Ciao, amiga.-susurró Alejandro cuando ella ya se había alejado corriendo.


   Alejandro la vio perderse entre en enjambre de personas que paseaban por aquella zona en ese momento. Cuando llegó a casa, se sorprendió a sí mismo tarareando el aria de “El toreador” de la ópera “Carmen”. Era la primera vez en nueve años que lo hacía, y se sintió extraño, pero a la vez, animado. Dejó las llaves de su coche donde siempre, encima de una bandejita de cristal que les regaló alguien el día de su boda que llevaba sobre la mesa de madera del recibidor desde entonces. Puso su cazadora en una percha de pie que un amigo había recortado hasta dejarla a una altura en la que él pudiera colgar sus cosas sin ayuda de nadie. Se dirigió al comedor y, al mirar hacia las paredes se fijó que ya no estaban allí las fotos de sus hijos, eso le hizo sentirse extraño.”Esta Myrna es un ángel”, pensó, y cuando entró en la cocina vio un gran plato cubierto con un paño, sin poder resistir la tentación levantó el trapo y ante sus ojos apareció una urna de plástico que contenía la tarta de chocolate más apetitosa que había visto en su vida. Sin pensárselo dos veces, cogió un plato del lavavajillas y un tenedor, los dejó junto al pastel, y luego cuchillo en mano, se sirvió una gran porción. Satisfecho como un niño, salió de la cocina llevando el plato con mucho cuidado sobre su regazo y lo dejó encima de la mesa de café del salón, fue a su despacho a buscar el inalámbrico, por si alguien llamaba y luego, con gran destreza se pasó de la silla al sofá. Con ayuda de sus manos colocó las piernas sobre el mismo y las tapó con una pequeña manta color celeste, que había sido de sus hijos, y que estaba sobre el respaldo, luego, se puso un cojín en la espalda y cogió el plato para a continuación comenzar a devorar la generosa ración de tarta. Después de los primeros bocados, le entró una sed enorme y, maldiciendo sus huesos, se incorporó justo en el momento que la puerta de la calle se abría. Entonces oyó la voz familiar y querida de Myrna.


- ¡Hola, Alejandro, ¿es usted?!.-gritó la mujer mientras se acercaba a la sala.


   Alejandro, sonrió al reconocer la estridente y cantarina voz de Myrna y bajando las piernas del sofá, con ayuda de sus manos, dijo en voz alta:


- ¡No, señorita Myrna, soy Denzel Washington!.- exclamó imitando a la perfección el acento americano, y se echó a reír pues sabía que ese era el actor favorito de la mujer.


   Myrna entró entonces donde estaba él, riéndose.


- Hola, Alejandro, me asusté al ver que la puerta no tenía echada la doble llave.-se fijó en el trocito de tarta que quedaba en el plato-Veo que dio con el postre de esta noche.


- Ups, lo siento, lo vi en la mesa de la cocina y no pude resistirme.-dijo con una sonrisa entre pícara e inocente.


- Eso yo ya lo vi, y no tiene que disculparse, lo hice para usted esta tarde, pero como no estaba, lo dejé allá en la cocina y me marché a hacer unas compras para la cena.


- Por cierto, gracias por descolgar las fotos y los dibujos, Myrna, eres un cielo.


   La mujer le sonrió con sus gruesos labios rojos entreabiertos enseñando unos dientes blanquísimos, pero algo grandes.


- Nada que agradecer, no sea bobo. Lo dejé todo metido en una caja de cartón que encontré en el garaje.


- Vale, luego echaré una ojeada.-comentó Alejandro mientras se pasaba de nuevo a su silla y doblaba la manta.


- Será mejor que lo deje así, es mejor ir poco a poco. Ya ha dado un gran paso quitándolos de donde estaban. Por cierto, aunque me llame chismosa, ¿me puede decir dónde fue que almorzó?. Le esperé hasta las dos y al final comí sola.


   Alejandro sonrió. Mientras se dirigía a la cocina a beber. A los pocos segundos regresó.


- Sí, mamá, estuve en el “Mogambo”, comiendo una fideuá. Y disculpa que no te avisara, es que fue una decisión repentina y se me pasó.


   Myrna se le quedó mirando fijamente por encima de sus gafas de montura roja.


- Ah, ¿sí?, que bueno. Espero que a “esa chica” le haya gustado la velada. Y, si se divirtió, doy por bien empleado el comer sola.


   Alejandro le miró confuso.


- ¿Cómo sabes que estuve con “esa chica”?.- preguntó intrigado.- ¿Por qué no podía tratarse de Karlos?


- Pues porque tiene un brillo especial en los ojos, que yo nunca antes vi en ellos, y además, usted jamás come fuera de casa a no ser que sea algo muy importante. Y, sé que no fue con Karlos porque nunca quedan para comer y trabajar en sábado.


   Alejandro rió divertido.


- A ti no hay quien te la dé, Myrna. Eres muy sagaz.


- A mí no me engaña, le conozco hace años ya. Además, huele toda la casa a la colonia que le regaló su hermana el año pasado para su aniversario y que usted apenas ha usado.


   Alejandro se acercó con la mano la pechera de la camisa para olerla, sonrió asintiendo.


- Vale, puede que con la colonia me haya pasado un poco, pero ¿huele tanto? La tengo en la mochila de la silla y me la pongo sólo cuando tengo algo importante.


-¡Tanto, no, más!-exageró Myrna riéndose, mientras levantaba los brazos en un gesto de lo más teatral.


- ¿Seguro que no tienes parientes vascos?-bromeó el hombre.- Lo digo porque a exagerada no te ganamos.


- Que yo sepa, no, pero…nunca se sabe.


   El hombre rió divertido.


- ¡A que va a resultar que somos primos lejanos!.-dijo entre risas.


- Bueno, yo no sé, pero no lo creo. Usted es muy blanquito y yo medio negra.


- Igual tuve un tatarabuelo muy golfo pateándose toda América de norte a sur y a las americanas.-dijo Alejandro riendo a carcajadas.


   Myrna, rió la broma y dijo:


- Eso pudo suceder, sí, pero es bien rarito.


- De rarito nada, que los Jaureguibeitia hemos tenido una fama de gamberros que, dicho sea de paso, nos hemos ganao a pulso. Al menos yo.


-¿Y por usted habla en pasado ahorita?


   A Alejandro se le entristeció el semblante de repente.


- Porque, conmigo se acaba nuestro linaje. Ya no tengo un hijo que perpetúe el apellido, y no lo tendré.


   Myrna se le acercó y le acarició el rostro con la ternura de una madre.


- Eso solo lo sabe, Diosito. Él ya tiene planeada su vida desde antes de que usted naciera, y sólo Él, sabe que va a pasar en el futuro.


- Myrna, no soy tonto, se que jamás podré tener otro hijo, y más que nada porque no tengo a la futura madre, cosa que no me preocupa hoy por hoy. Yo ya fui marido y padre y los perdí a los tres…por mi culpa…


- Ya veremos lo que pasa. Usted, tranquilo, que todo puede suceder.-cogió un cojín del sofá y le dio con él en la cabeza- y lárguese de aquí que tengo que limpiar el piso. Venga, a dar una vuelta a la calle.


- Eres una mentirosa, Myrna, acuérdate que es sábado y tienes fiesta.


   Myrna se rió.


- Yo vivo aquí, y si me apetece limpiar el piso en mi día de fiesta, pues lo hago y ya.


- No seas cabezota, de eso nada que hoy es tu día libre. Venga, siéntate en el sofá que te voy a preparar un café que te vas a caer de espaldas


   La mujer quiso protestar, pero Alejandro la cogió del brazo y de un ligero tirón la sentó en el sofá.


- Pero…

   No pudo acabar la frase por que Alejandro le tapó la boca con la mano.


- Cállate ya, so melona, y quédate aquí sentadita mientras preparo un delicioso café con leche condensada. Verás que cosa más rica.


  Cuando Alejandro se alejó la mujer dijo:

- Mi loquito, ¿Cómo se las vas a apañar usted sólo?.


   Alejandro se asomó a la entrada del salón.


- ¿Qué te apuestas que no te necesito?.- le retó tirándole un paño de cocina que le dio de lleno en la cara, y se fue de nuevo por donde había venido.


   Myrna levantó la cabeza al techo sonriendo feliz.


- Diosito, ¿qué le ha hecho a mi Alejandro que no parece el mismo?, pero déjeme a éste, ¿ok?.-rió de felicidad.


- ¿Decías algo, Myrna?.- preguntó Alejandro con su voz grave, desde la cocina.


   La mujer sonrió y le contestó alzando la voz.


- No, nada, hablaba sola no más.-bromeó.-Mas o menos.


  Al cabo de unos minutos Alejandro apareció llevando la silla muy, muy despacio y portando sobre las piernas una bandeja. En ella había dos bonitas tazas blancas y un azucarero a juego.


- Bueno, aquí está el café.


- Virgencita de Guadalupe, que detalle, Alejandro, espere, le ayudo.


  Alejandro levantó una mano al tiempo que decía:


- No, ni hablar, tú acerca la mesita al sofá.


- Ok.- se levantó e hizo lo que pidió, entonces el hombre puso con mucho cuidado la bandeja sobre ella.-Que rico huele, Alejandro.


   El hombre sonrió feliz.


- Pues, espera a probarlo.- dijo mientras se pasaba de su silla al sofá junto a la mujer.


  Cuando Myrna probó el humeante café, puso sus grandes y alegres ojos en blanco.


- Qué sabroso está esto, Alejandro.


-¿Te gusta de verdad?


- No, no me gusta... ¡me encanta!-exclamó con uno de sus alocados espavientos.


  Alejandro la observaba feliz.



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