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sábado, 20 de julio de 2013

Capítulo 8.



  Alejandro, estaba frente a su ordenador intentando escribir algo interesante para su editor. Había pasado mala noche, con continua pesadillas en las que revivía una y otra vez el accidente, como le pasaba desde que sucedió. Con un cigarro en los labios miró la fotografía que permanecía siempre junto a la pantalla, en ella había cuatro personas, dos adultos, y dos niños. Él estaba en esa foto, pero apenas se reconocía, habían pasado más de ocho años desde que fue tomada en la playa y desde entonces muchas cosas habían cambiado en su vida. Sintió una gran pena al recordar nítidamente el momento exacto en que fue hecha aquella instantánea. Alejandro miró la foto y viendo las caritas de felicidad de sus hijos se preguntó como hubiesen sido sus vidas de no haber ocurrido todo aquello. Sintiendo que le invadía la nostalgia y el dolor de la perdida, se apartó de la mesa y se sirvió una copa de coñac que tenía a su alcance justo a su izquierda. Tomó un sorbo y sintió como el alcohol le quemaba allá por donde iba pasando hasta llegar a su estómago, pero ni eso ni el humo de su cigarro le quitaron el frío que le invadió por todo el cuerpo al recordar. Cogió la fotografía y se la arrimó al pecho como si son ese gesto pudiera abrazar a esos seres queridos que tanto añoraba. Tomó otro trago de alcohol y tampoco le alivió la sensación de frío y soledad que sentía en su alma. Era como estar muerto en vida, no sentía más que dolor. El más grande que un ser humano era capaz de soportar. De repente y sin poderse controlar se echó a llorar desconsoladamente deseando reencontrarse con sus hijos y su joven y bonita esposa, pero sabía que eso era imposible, que les había perdido para siempre.


  El sonido de unos nudillos en la puerta le devolvió al presente.


- Alejando, ¿puedo pasar?- le preguntó Myrna desde el otro lado.


  El hombre secó las lágrimas de los ojos con los dorsos de las manos para evitar que ella lo notase y se tomó el último trago de coñac que quedaba en el vaso. Lo dejó de nuevo sobre la mesa del mueble-bar y volvió a colocarse detrás de su escritorio. Apagó el cigarro antes de hablar.


- Si, pasa, Myrna.-dijo colocándose las gafas para tratar de ocultar su mirada acuosa la más posible.


  La mujer, de figura redondeada pero simétrica, entro en el despacho luciendo su característica sonrisa pintada de un intenso color rojo.


- Alejandro, venía a ofrecerle un cafetito ¿le apetece?.-el hombre, aún con los ojos vidriosos, se quitó las gafas y se frotó los ojos con una mano tratando de disimular, pero a aquella caribeña no había forma de engañarla.-¿Pasó algo, mi cielo?


  Alejandro bajó la mirada hacia el teclado de su ordenador en un vano intento de que ella no le notase que había estado llorando hasta apenas unos segundos antes de que la mujer llamase a la puerta.


- Nada nuevo, sólo los mismos recuerdos de siempre, y aún duelen, Myrna.


- Mire, yo no sé si deba decir esto, pero creo que no le hace ningún bien tener esta fotografía acá.- la cogió y la miró pensando en la felicidad de aquella joven familia, y en la tragedia que se estaba gestando mientras ellos posaban sonrientes en bañador.- ¿quiere que la ponga en otro lugar?


   Alejandro lo meditó durante unos segundos y luego dijo:


- No, Myrna, lleva aquí casi nueve años, y aquí continuará.


  Myrna pensó que le había molestado su consejo.


- No quise lastimarle, sólo pensé que debía decírselo.


  Alejandro sonrió con amargura.


- No me has molestado, y agradezco tú opinión, pero no me siento capaz de pasar página.


- Y lo que me contó ayer noche, ¿Qué hay de eso?


  Alejandro negó con la cara baja, no quería que ella le viese las lágrimas.


- No hay nada, fue sólo una ilusión momentánea. Pensé que me había librado de mis fantasmas, pero no ha sido así, aún me atormentan los recuerdos.


   Myrna se acercó al hombre y le puso su mano encima de la de él, con tal ternura que Alejandro se sorprendió.


- Creo que debería dejarles marchar. Ellos siguen aquí, están por toda la casa, en cada rincón hay una cosa que se los recuerda. Si se trasladó de casa no fue solo para poder manejarse con su silla, también, para dejar atrás los recuerdos dolorosos, como esta linda foto, por ejemplo.


   Alejandro la miró a los ojos por primera vez en toda la conversación. Alargó sus manos hacia ella para pedirle un abrazo que ella le dio gustosa.


- Les echo mucho de menos, Myrna. No puedo vivir sin ellos. Es imposible.-le dijo llorando como un niño desvalido.

  La mujer le acariciaba el cabello con gran ternura. Alejandro la abrazaba por la cintura mientras lloraba desconsolado.


- Lo que le pasa es que no se ha permitido hacerles el duelo. Cuando sucedió todo usted estuvo muy grave, y cuando vino a esta casa aún no les había llorado. No se había despedido de ellos correctamente.


-¿A qué te refieres?-preguntó Alejandro apartándose de ella y secándose los ojos.


-¿Piensa ir al cementerio este mes también?.


- Sí, por supuesto.-afirmó Alejandro tajante.-Lo hago cada día catorce de cada mes, ya lo sabes. Es la única forma de estar con ellos. Les hablo y me siento bien, como si supiera que pueden oírme, aunque mi sentido común me diga lo contrario.


- Si hablarles le hace sentirse mejor, olvide el sentido común.-le aconsejó la mujer- Únicamente se debe hacer lo que a uno le apetece y le hace sentirse a gusto con uno mismo. Si a usted le ayuda ir al cementerio cada mes, hágalo, pero no se olvide mientras tanto de vivir. Trate de ser feliz y no se aferre a un recuerdo.


   Alejandro, cuya mano derecha tenía Myrna cogida cariñosamente entre las suyas, le puso la mano que tenía libre sobre la de ella y la acarició como lo hubiese hecho con la de su propia hermana. Le tenía un gran aprecio a aquella mujer que llegó un día como un huracán a su vida gracias a las buenas referencias que su anterior enfermera, Francia, compatriota de la mujer, le diera, de forma que su opinión fue concluyente a la hora de que Alejandro y su hermana accedieran de forma inmediata a conocer a Myrna Eloísa Cifuentes Márquez, que ese era su nombre completo.


- Myrna, ¿Cómo lo haces que siempre tienes respuestas para todo?.-preguntó Alejandro limpiándose las lágrimas que con rebeldía se empeñaban en asomar a sus ojos.-Gracias por enésima vez.


- No es nada.-dijo la mujer, cuyas mejillas tenían un color ébano lo suficientemente oscuro para camuflar el repentino enrojecimiento que sufrieron.- Me limito a decir lo que siento, sólo eso.



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