- ¿Victoria Fernández?-preguntó mirando a Marga.
- Es ella.-dijo la mujer, señalando con su dedo índice, cuya uña, extraordinariamente larga, llevaba siempre pintada de un tono rosa chicle, a su amiga que estaba subida en una pequeña escalera de tres peldaños colocando un nuevo póster promocional, y al oír su nombre por poco cae desde el escalón de arriba. Bajo los tres escalones con las piernas temblándole como nunca. Cuando llegó junto al joven de rasgos asiáticos, este le entregó las flores en mano.
- Gracias, pero yo… no sé, creo que es un error. Yo no…es decir…no creo que nadie me mande flores.
- Si es usted Victoria Fernández…son suyas.-dijo el joven que apenas había pasado la veintena y que no tenía ningún acento extranjero.
Cuando el chico se marchó, Marga se acercó a ver de cerca el precioso regalo.
-¿No trae tarjeta?-pregunto más impaciente por descubrirlo que la propia interesada.
Vicky registró alrededor del tiesto y al final dio con un pequeño sobrecito exquisitamente sujeto al lazo que envolvía el tiesto con una diminuta pinza de plástico. La chica lo cogió como si estuviera en llamas y puso la maceta sobre el mostrador para poder sacar la tarjeta que leyó durante unos segundos y luego sonrió.
- Es de Alejandro.-dijo al fin.-Mira lo que me pone:”Estas flores no te hacen sombra, pero expresan mi arrepentimiento por no haber sido lo valiente que tú esperabas que fuese. Si aún quieres verme, estaré en “Mogambo” esta tarde a las siete. Seré el de cara de idiota”. –sonrió feliz mirando la tarjeta como temiendo que se esfumase entre sus manos.
- Supongo que iras, ¿no?.-preguntó Marga acercándose para oler las flores.
- Marga, no te molestes, las camelias son bellísimas, pero no tienen perfume.-le dijo Vicky.
- Ups, no lo sabía, que tonta. Pero no te vayas por las ramas y dime si vas a ir o no.
Vicky no sabía qué hacer, pero al final dijo decidida:
- Sí, iré.-dijo.-Alejandro me debe una buena explicación y, o me la da, o no le dejo salir del restaurante hasta que lo haga.
- Así se habla, noia.-exclamó la amiga de la mujer, satisfecha del cariz que tomaba la situación.
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