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lunes, 24 de febrero de 2014

Capítulo 69.


   Vicky y Alejandro se acercaron a Sole que estaba acompañada de un hombre de cabellos y mostacho color castaño. Vicky le reconoció inmediatamente y se acercó a él para darle un fuerte abrazo.
- Mauricio.-saludó Vicky al hombre que, al verla se acercó a responder con las misma efusividad.
- Hola, preciosa.- Le dio un beso en cada mejilla.- Estas más bonita que nunca, Vicky.
- Tú también estas muy bien, Mauricio.
- Bueno, con algunos achaques, pero no puedo quejarme, hija.
   Vicky se giró para hacer que Alejandro se acercase a ellos, pues se había quedado a unos pasos junto a Sole.
- Mira, te presento a mi novio, Alejandro Jaureguibeitia.-miró a su novio.- Cielo, este es el doctor Mauricio Álvarez, el médico oficioso de éste pueblo.
- Hola Dr. Álvarez.-saludó Alejandro ofreciéndole la mano.
- Muchacho, no me llames así, soy Mauricio a secas. De hecho hace casi cinco años que dejé de practicar la medicina oficialmente, aunque aún ejerzo aquí para mis vecinos. Ya sabes, gripes, y cosas sin importancia. Supongo que como el médico más cercano que tenemos está a más de una hora en coche, pues echan mano de lo más parecido que tienen.
- No seas tan modesto, Mauricio, que las madres de éste pueblo te debemos mucho.-dijo Sole.
- Madre mía, Sole, no sigas que al final me voy a poner colorao. Yo soy como una especie de linterna, que va de maravillas cuando se va la luz en casa.
  Alejandro se echó a reír.
- Eso ha estado muy bien, Mauricio.
- Es la verdad, hijo.
  Sole miró su reloj de pulsera e intervino.
- Bueno, será mejor que regresemos a donde las mesas, que tu padre debe estar que trina pensando que no llegamos a tiempo de comer el arroz.
-¿Arroz?.-repitió Alejandro mirando a Vicky con expresión interrogante.
- Sí, es el plato fuerte de la verbena.- dijo Vicky.- Ponen grandes mesas largas en la plaza y todos comemos juntos una gran paella de marisco y carne que prepara Nicolás, el dueño del restaurante “La higuera”. Ese que hay a la entrada del pueblo que te gusto tanto cuando pasamos delante al llegar.
   Alejandro quedó pensativo unos segundos.
- Ah, sí, el de las columnas Corintias en la entrada ¿no?-Vicky asintió.-Es precioso, me ha encantao, la verdad. Os invitaría a comer allí uno de estos días, pero, para variar, tiene cuatro o cinco “hermosos” escalones en la entrada y yo aun no domino eso de subir los escalones con la silla, y no pienso subir de culo como en la casa. No quedaría nada elegante en plena calle.
  Sole y Mauricio le miraron, no sabían si hablaba en serio o no, pero la risa de Vicky les sacó de dudas y ellos también se echaron a reír.
- Hijo, veo que te lo tomas con mucha filosofía.-dijo Mauricio.
- Mauricio, es que o me lo tomo a cachondeo o me pego un tiro.-dijo Alejandro sonriendo con cierta desgana.-Descubrí hace años que España aún no es un país para cojos. No sale a cuenta esto de estar lisiao, pero no se puede elegir.
- Hijo, no digas eso.-le pidió Sole.
- No, si es de guasa. Ya os digo que yo me lo tomo bien a estas alturas. Pero es verdad. Sin ir más lejos aún hay adoquines en las calles, y no veáis lo que saltan las ruedas al pasar por ellos, se te quedan los riñones hechos una piltrafa.
   Los cuatro se dirigieron al centro de la plaza del ayuntamiento, donde habían colocado cinco mesas grandes en forma de U en las que cabían unos trescientos comensales, es decir, la práctica totalidad de los habitantes de Hoyos del Río.
- ¿Qué te parece el banquete que se organiza aquí?-preguntó Vicky a Alejandro al llegar donde estaba toda la gente agolpada buscando sitios libres en las mesas junto a sus conocidos.
- ¡Guau, que barbaridad, es enorme!-exclamó un atónito Alejandro, pues nunca había asistido a una comida tan multitudinaria en plena calle.
- Ven, vamos a buscar a la familia. Sígueme de cerca que como te descuides, te envuelven en la masa humana y acabas en el río.
  Alejandro, que iba a su lado, se echó a reír.
- Espero que no, porque hace casi diez años que no me meto en el agua, sin contar la ducha, claro.
  Después de “luchar” contra la aglomeración, llegaron a una de las mesas que estaban justo delante de un improvisado escenario. Vicky fue la primera en localizar a su hermana, que llevaba un buen rato saludándoles con ambas manos para que la vieran.
- Menos mal, Vicky, creí que no me veríais hasta tropezar conmigo.-dijo sonriendo mientras cogía unos platos de plástico que los organizadores habían puesto al servicio de los asistentes a la comida.- Venga, Vicky, ayúdame a poner la mesa.
- Deja, Julia, ya te ayudo yo.-dijo Alejandro cogiendo un paquete de cubiertos de plástico.
- ¿Vas a…-empezó a decir Julia, pero Alejandro la interrumpió con gesto amenazante.
- Querida Julia, como tu frase acabe “…poder hacerlo tú sólo?”, acabas de cabeza en el río, cuñada.-la amenazó sonriendo mientras blandía un cuchillo delante de su cara.
  Julia soltó una carcajada al escuchar la amenaza por parte del hombre, que al verla también se echó a reír.
- Vale, no he dicho nada.-dijo Julia con cara de circunstancias que luego cambio a cara de sargento de tropa y señaló unas cajas de cartón que había a un lado de la mesa.- ¡Venga, ya estas poniendo los cubiertos, los vasos y las servilletas!.-le “ordenó”.- ¡Y no te olvides de poner las botellas de vino, gaseosa y de agua…!
- Bueno, tampoco te pases “Bwana”.
  Julia se echó a reír.
-¡Que simpático eres, Alejandro!-exclamó Julia divertida con las ocurrencias del prometido de su hermana menor, a la que adoraba, y era correspondida.
  En el otro extremo de las mesas le observaban Vicky y Jacobo, muy divertidos.
- Tú novio y mi mujer se llevan a las mil maravillas ¿eh?.-dijo Jacobo a Vicky riendo.
- Mi novio está en su salsa, Jacobo.-dijo Vicky sonriendo.- Ayer se lo decía a las chicas. Le miro así, riendo con mi hermana y me parece mentira que sea el mismo hombre que conocí en enero. Estaba muy mal anímicamente, aunque se empeñase en disimular ante todo el mundo.
- Me alegra oír eso, Vicky. Ha debido pasar unos años terribles desde su accidente y, claro, contigo en su vida pues se sentirá como un hombre nuevo.-dijo Jacobo mientras se llevaba la mano derecha al vientre y se daba un discreto masaje.
- ¿Estás bien, Jacobo?
   El hombre resopló.
- Sí, es sólo un poco de molestia por los puntos. No te preocupes.
- Bueno, pero no te hagas el héroe. Si te sientes mal, te vas a casa a descansar y listos.
- No empieces tú también como tú hermana, que acaba de decirme algo parecido y yo quiero pasarlo bien, ¿de acuerdo, Vicky? -dijo Jacobo con su sonrisa más atractiva en la cara.
- De acuerdo, no te lo diré más, pero no te hagas el valiente.
  Jacobo la miró de soslayo.
- Victoriña…
  Vicky levantó ambas manos en señal de rendición.
- Valeeee, me callo.
- Así me gusta.-reconoció Jacobo mientras se quitaba la chaqueta y la colocaba en el respaldo de una de las sillas.- Me puse la chaqueta porque tenía frío hace un rato y ahora estoy sudando.
- Hombre, es que no hace frío ninguno. No sé si te has enterado pero estamos en Huelva en pleno agosto. ¿Seguro que estás bien, Jacobo?
  Jacobo sonrió.
- Sí, no sé, como si estuviera un poco destemplado.-reconoció Jacobo.
  Vicky le tocó la frente con el dorso de la mano.
- Será mejor que vayas a casa y te tomes la temperatura.-le sugirió su cuñada.
- No, estoy bien. Será un poco de…bueno, da igual. Venga, dame esos vasos que los vaya repartiendo.
   De repente les sorprendió la voz de Julia que estaba detrás de ellos.
-¿Se puede saber de qué hablan tan serios mi hermanita y mi maridito?-preguntó abrazándose por detrás a la cintura de él.
- Ey, hola, amor.-exclamó Jacobo con ambas manos ocupadas y se giró para darle un beso a su bella esposa.- Nada, solo comentábamos lo bien que se lo está pasando Alejandro.
- Sí, se lo está pasando como un renacuajo poniendo la mesa.-reconoció Julia, que estaba bellísima con un vaporoso vestido color azul cielo, combinado con una fina cadena de oro de la que colgaba un diminuto diamante de talla brillante que le regalara su marido años atrás para su quinto aniversario de boda.
   Los tres miraron como Alejandro estaba muy concentrado colocando en la mesa los platos, los cubiertos, los vasos, etc., etc. A Vicky le pareció que incluso tarareaba y movía los brazos con las dos manos llenas de cubiertos, al ritmo de la famosa canción “Macarena” de Los del río, que en ese momento sonaba a todo volumen en los altavoces instalados para la verbena en la torre de la parroquia.
- Vicky, ¿es cosa mía o Alejandro está canturreando y bailando?-preguntó Julia a su hermana, que estaba mirando a su novio muy emocionada.
  Vicky reía feliz.
- Julia, es maravilloso. Ojala pudiera verle su hermana.
  Jacobo, que estaba detrás de ella, le puso ambas manos en los hombros y le sugirió:
- Podrá hacerlo si le filmas con el móvil y se lo envías.
- Es verdad, Jacobo. Chicos, cubridme para que no se entere Alejandro mientras voy a buscar mi móvil.
  Julia y su marido asintieron a la vez.
  Vicky llegó a tiempo de hacer una grabación de los últimos treinta segundos seguidos que no dudó en enviarle inmediatamente a su cuñada Mª José, con la siguiente nota: “SÍ, LO VES BIEN, ES TU HERMANO BAILANDO Y CANTANDO EN LAS FIESTAS DE MI PUEBLO. BESOS”.
- Mª José se va a poner contentísima cuando vea este pequeño video.-dijo Vicky mientras daba a la tecla de envío de su móvil.-Conociéndola, lo guardará como oro en paño.
- No es para menos, Vicky.-dijo Julia.-Yo en su lugar, lo haría.
  Jacobo estaba pendiente de Alejandro y no se perdía ni un solo detalle de su improvisada coreografía. El hombre había terminado de colocar la mesa y ahora se divertía de lo lindo bailando al ritmo de Country.
- Miradle, chicas, está desmelenadito ahora con Coyote Dax. Coño, si puso la silla en dos ruedas y todo, fijaros. ¡Qué poderío, carajo!
  Las dos mujeres se volvieron para cerciorarse de que Jacobo no les estaba tomando el pelo.
- Madre mía, Julia. Es maravilloso.-dijo Vicky tan emocionada que tuvo que taparse la boca para no ponerse a llorar de la emoción.
  En ese momento comenzó a sonar Salomé del cantante puertorriqueño Cheyenne y Alejandro continuó luciendo su espontánea coreografía. De repente dio un giro a la silla y quedó cara a su divertido público, que no dudó en aplaudirle fervorosamente. Cuando se percató de que estaba siendo observado por su novia y los hermanos de ésta, se echó a reír y a Vicky le pareció que se había sonrojado. Alejandro se acercó a ellos.
-¡Hola, chicos!-exclamó Alejandro, con una gran sonrisa en los labios.
- Cariño, no te preguntaré si te lo estas pasando bien porque es evidente que si.-afirmó Vicky sonriendo.
- La música me ha transportao a varios años atrás cuando yo bailaba esas canciones en las comidas familiares. Me lo pasaba de miedo, cariño. Bueno, ahora también me divierto, y encima tiene una gran ventaja, puesto que mañana no tendré agujetas en las piernas de tanto bailar.
- Alejandro, veo que tu máxima es “Quien no se consuela es porque no quiere”.-comentó Jacobo.
- Pues sí, Jacobo. Soy del pensar que al mal tiempo hay que ponerle buena cara, porque de todas formas las nubes no van a desaparecer fácilmente.
- A mí eso me parece genial, Alejandro.-intervino Julia.-Si, señor.
  Vicky pensó que Alejandro jamás dejaría de sorprenderle.
- Tengo sed.-dijo Jacobo.-¿os apetece algo?.
- Yo una cerveza sin alcohol, cuñado.-dijo Vicky.
- Que sean dos.-dijo Julia.
- Pues, ya puestos, que sean tres.-dijo Alejandro.
- De acuerdo, ahora vengo, chicos.-dijo Jacobo, y se giró para perderse entre el tumulto de gente que, como ellos, iban de un lado al otro, colocando sus propias mesas, que habían sido adjudicadas por sorteo un par de horas antes, pues así decidieron hacerlo desde hacía dos años, después de que en el último que se hizo sin asignar por orden de llegada las mesas, un grupo de exaltados, a la postre, visitantes de pueblos adyacentes, se emborrachasen antes de lo previsto y se enredasen en una batalla campal a golpes de porras improvisadas con las patas de las antiguas mesas que desde aquel desafortunado incidente, subieron que ser sustituidas por otras con las patas bien acolladas para evitar que se repitiese tan bochornoso incidente, que hizo que, al día siguiente, el buen nombre de Hoyos del río acabase en boca de todas las aldeas vecinas, y que saliera en primera página de la mayoría de los tabloides de la provincia de Huelva, e incluso, se hizo una, afortunadamente, breve mención en algún programa de ámbito local.
   Jacobo se dirigió al improvisado puesto de bebidas que habían colocado delante de la entrada al recinto de la ermita, pero como no dejaba de sentir pinchazos en la herida, decidió acercarse primero a la casa para examinársela. Cuando, delante del espejo del aseo, se quitó la camisa, advirtió que estaba mojada de algo que parecía agua sanguinolenta. El apósito que le cubría la herida de la parte derecha del vientre, estaba empapado. Al quitárselo vio con cierta alarma, que la cicatriz parecía infectada y tenía un par de puntos abiertos de los que salía lo que no tardó en identificar, gracias al fuerte olor que desprendía, como pus.
- Ostias, non. Carallo, que oportuno son, collóns.-susurró Jacobo molesto consigo mismo y a la par, algo preocupado, sentándose en una de las camas.
   Buscó en la maleta el pequeño botiquín que siempre llevaban cuando salían de viaje y, después de desinfectarse la herida de unos diez centímetros de largo, se puso una nueva gasa. Después, advirtiendo que la camisa tenía una mancha sanguinolenta difícil de ocultar, cogió otra de la maleta, de color verde claro y tras ponérsela salió de la casa y fue directamente a buscar las bebidas. Cuando regreso donde le estaban esperando su mujer y cuñada, estas bromearon con el hecho de que cuando iba a algún sitio solo, tardaba en regresar.
- Cariño, acabaré pensando que tienes una amante escondida.-dijo Julia entre risas.
- Sí, muller, y nos liamos en casa de tus padres, bajo la atenta y curiosa mirada de os cans ¿verdad?-dijo Jacobo sonriendo.-Si que andamos ben de imaginación, cariño mío.
   Fue entonces cuando Julia advirtió que su marido llevaba puesta una de color verde agua en lugar de la amarilla con la que había salido de casa de sus padres.
- Por cierto ¿Cómo es que te has cambiado la camisa? No me digas que te la has manchado con algo que cuesta de salir…
- No, tranquila, la mancha saldrá en la lavadora.-explicó Jacobo escuetamente.
- Más te vale, galego.-le amenazó su mujer.
                                                                         *****

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