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lunes, 24 de febrero de 2014

Capítulo 70.


    A las dos de la tarde ya estaban sentados alrededor de la mesa. Ésta era rectangular, como las otras cinco que estaban colocadas en la explanada de la iglesia,  y estaban separadas entre sí por un espacio tan reducido que sólo cabía una persona. Sole estaba sentada en el extremo más próximo al improvisado escenario de tablas, donde estaba situado un gran equipo eléctrico del que salía la música que estaba amenizando la comida. A su izquierda se había sentado Gerardo, que ahora estaba repartiendo la paella en los platos de su familia, como hacía cada año, le seguía Miguel, luego estaban Laura y por último, al final de la mesa estaba Lalo, que charlaba alegremente con su amigo Adrián, que había ocupado el sitio frene al joven de cabellos rubios. Seguía Jacobo, Julia, al lado de ésta, su inseparable hermana Vicky, y en el otro extremo, justo frente a Sole, se había puesto Alejandro, pues así tenía un buen sitio para hacer las maniobras que fuesen necesarias para colocar su silla de ruedas.
- Alejandro, anda que no sabes tú nada.-dijo Miguel.-Te has colocado en el mejor sitio porque ese pasillo, como da al escenario, es más ancho que los demás.
- Ya ves, Miguel, privilegios de llevar silla, chico.-dijo Alejandro sonriendo mientras llenaba el vaso de Vicky de vino con gaseosa.-Sole ¿quieres tu también un poquito de vino?.
  Sole cogió su vaso y se lo mostró.
- Si, claro que quiero. Echa un dedito de vino y el resto de gaseosa.      
   Alejandro rió.
- Cuidadín, no te pongas piripi, suegra.-ironizó en broma.
- Yerno, no te las des de listo que yo no he dicho si el “dedo” lo quiero medido horizontal o verticalmente, y eso lo cambia todo, ¿no te parece?
  Miguel, soltó la risa.
- Madre, desde que está aquí Alejandro te veo un poco “desmelenada”.
  El aludido cabeceó con la botella de gaseosa en la mano.
- Sí, claro, y la culpa es del pobre lisiao de turno ¿no?. Ains, que cruz más grande…
  Toda la familia rió la contestación de Alejandro, pero fue Vicky quien le dio la réplica
- Anda, que no le echas tu teatro al asunto, joio.
- Mira, con la fama que tengo, un día de estos me echan la culpa de lo de la capa de ozono porque fumo.
- Sí, ya. Pobre, que pena me da.-replicó Adrián.
  Alejandro, levantó su vaso.
- Bueno, ahora en serio, propongo un brindis por los Fernández Castillos y sus “parientes satélites”. Que me habéis aceptado mucho mejor de lo que esperaba, la verdad.
- No digas eso, hombre.-respondió Adrián.-Te aceptamos porque eres un buen tío y punto.
  Miguel se echó hacia delante para que Alejandro le viera.
- Eso, un buen tío, que no es lo mismo que un “tío bueno”. Te lo aclaro por si tienes alguna duda, Alejandro.
   Éste rió.
- Vaya, y yo que me estaba haciendo ilusiones…
  Gerardo carraspeó para que le dejasen hablar.
- Alejandro, tengo que decirte una cosa que me está carcomiendo desde que te conozco y ya va siendo hora de que ponga el punto sobre la i.
   Vicky se quedó paralizada. Esperaba algo así de un momento a otro, pero no imaginó que su padre fuese tan insensible de poner a Alejandro en evidencia delante de toda de la familia.
- Bueno, Gerardo, dispara.-dijo Alejandro esperando lo peor después de lo que le había oído decir desde la cocina el día de su llegada.
- Alejandro, cuando te vi en mi casa, lo primero que se me pasó por la mente fue matar a mi hija, o enredarme a perdigonazos contigo y con ella hasta sacaros del mapa…-Sole le dio un codazo en la cadera.-Calla, Sole, coño, que no sabes lo que voy a decir.
- Eso es lo malo, que si lo se, Gerardo.-se lamentó Sole, que llevaba una camiseta color celeste y unos vaqueros que, a pesar de haber entrado ese mismo día en la setentona, le sentaban de maravilla.
- ¿Qué te apuestas a que no?-le retó su marido con los ojos entornados, con lo cual solo se veía una pequeña línea a cada lado de la nariz.
- ¿Qué os apostáis que me subo al escenario como no hables ya, Gerardo?.-bromeó Alejandro tratando de “quitar hierro” a la situación que se estaba avecinando.-Si me vas a criticar hazlo ya, y si, por el contrario, me vas a alabar, ya estas tardando, suegro.
- Padre, habla ya, hombre, que nos tienes en vilo.-intervino Adrián.
- Cuando os calléis todos, hablaré.-advirtió el patriarca.
- Venga, di ya lo que tengas que decir, padre.-pidió Vicky un poco a la defensiva.
- Bueno, pues lo que trato de decir, y que no me dejáis…
-¡Padre, por Díos!-exclamó, el siempre sereno Miguel, lo que hizo que toda la familia le mirase.-Por favor, que me estoy estresando. Esto es peor que esperar el veredicto del jurado, la ostia.
   Laura movió la cabeza de un lado al otro mientras reía.
- Exagerado.
- En fin-volvió intervenir Gerardo, que ya comenzaba a impacientarse.-Lo que trato de decir, y no sé cómo hacerlo, es que al principio pensé que mi hija se había vuelto loca. Que era una barbaridad este emparejamiento, o como coño se le llame ahora a pedir relaciones formales a una chica. Supongo que soy un antiguo y eso de que un hombre dependa de una mujer se me hace raro, pero cuando he visto con mis propios ojos cómo te manejas tú solo, me di cuenta que tu no dependes de nadie, al contrario, hijo, lo que si depende de ti es la felicidad de mi hija, y me pregunté una cosa:”Gerardo ¿Quién cojones te crees que eres para meterte en la vida, y en lo que es más importante, en la felicidad de tu hija?”. Eso me dije y lo tuve claro. Por mi parte, nunca jamás, diré o haré algo para que tu relación con mi hija se malogre, podéis estar seguros, hijos.-se sentó de nuevo.-¡Y, coño, a comer, que la paella está de muerte y se está pasando!.
  Vicky, con lágrimas en sus hermosos ojos, se puso de pie y echándose un poco sobre la mesa, abrazó a su padre, tal vez, por primera vez en su vida de adulta.
- Papá, eres un cabezota, pero te quiero muchísimo.-dijo y se volvió a sentar, no sin antes dar un beso a Alejandro en la mejilla.-Te amo, leches, que se sepa. ¡Amo a Alejandro Jaureguibeitia!-gritó, pero, por suerte, pensó Alejandro, entre la música y las voces de los vecinos, nadie pareció escucharla.
- Victoria, siéntate, por favor.-le “ordenó” su padre con voz severa.
  Adrián, copa en mano, se levantó.
- Por el amor sin prejuicios.
  Lalo levantó su copa igual que hicieron los demás, pero además, lanzó un discreto beso y un guiño al aire que nadie advirtió. O ¿tal vez si?. Justo en ese momento estaba sonando una antigua canción de Mecano, de título “Mujer contra mujer”. Adrián pensó que parecía que alguien les había leído el pensamiento a ambos hombres.
  Jacobo, después de juguetear durante un bien rato con la comida, apartó el plato y bebió un poco de agua.
- ¿No comes más, cariño?-le preguntó Julia, algo preocupada.- Mira que la paella es tu plato favorito y está riquísima.
- Sí, está muy buena, la verdad, pero no tengo hambre. Me he puesto a picar y se me quitó el apetito.-se justificó Jacobo.
   Julia frunció el ceño en señal de extrañeza.
- Que raro, Jacobo. No has picado a penas. Además te gusta mucho la paella y siempre repites.
- Creo que estoy incubando una gripe, ceo.
  Julia le puso la mano en la frente y advirtió que, tal vez, tenía algunas décimas.
- Puede ser.-dijo la mujer.-Creo que te sentaría muy bien una taza de té o de leche calentita, así sudaras y te quitaras de encima ese pequeño constipado que te está empezando.
- Sí, luego antes de marchar a dormir me lo tomaré con un antipirético.
  Julia asintió.
  Jacobo se sentía como hinchado, pero no quería decir nada para no preocupar a su mujer y a los demás. Al cabo de unos minutos bebiendo agua para serenar su estómago, y sintiendo que no lo conseguía, todo lo contrario, en ese momento sintió una fuerte arcada que a duras penas pudo disimular por lo que, sin decir nada, se levantó y fue al baño, que había sido instalado en el centro de la plaza. Al cabo de unos veinte minutos regresó a la mesa donde se sentó pesadamente.
-¿Te ocurre algo, Jacobo?-le preguntó Alejandro al verle sudoroso y pálido.
- Tengo el estómago muy revuelto.-dijo Jacobo escuetamente, intentando que su mujer, que estaba a su lado charlando con su hermana y la madre de ambas, no le escuchase.-He echado la comida sin digerir. Alejandro, no le digas nada a Julia, pero esto no me gusta un pelo.
- Deberías decírselo tu mismo.-le aconsejó.-Es mejor que se entere por ti mismo que lo haga por otro. Se puede cabrear y con toda la razón del mundo ¿no te parece?
   Jacobo asintió.
- Tienes razón, pero no quiero que se preocupe antes de tiempo. Si sigo así se lo contaré.
- Lo que quieras, tú decides.-dijo Alejandro.
  Jacobo cogió un vaso de agua y se lo bebió de un solo trago.

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