Jacobo entró en la casa detrás de Alejandro, puesto que le dejó pasar para sujetarle la puerta y se fue directamente a sentar en la mecedora.
- Ya no estoy para estos jaleos, Alejandro.-confesó Jacobo, que se estaba comenzando a encontrar cada vez peor.
- Tu lo que tienes es complejo de Matusalén, que no eres tan viejo, hombre.-le dijo Alejandro sonriendo.
Jacobo negó con un movimiento de cabeza.
- No, en serio. Desde que me dio el ataque de apendicitis di un bajón enorme. Fíjate, yo antes corría todas las mañanas unos cuarenta y cinco minutos antes de desayunar y ahora no puedo hacerlo. Me lo propongo y me canso enseguida.
-¿Has ido al médico?-quiso saber Alejandro.
Jacobo le miró de soslayo y sonrió.
- Alejandro, yo soy médico ¿recuerdas?
El otro asintió.
- Sí, ya lo sé, pero no es lo mismo. Ya sabes lo que se dice: “El médico que se examina a sí mismo, tiene a un gilipollas por paciente”.
Jacobo rió.
- Eso es muy cierto, si. Estoy seguro que yo no me haría la mitad de las cosas que les hago a mis pacientes.
Alejandro soltó una gran carcajada.
- Coño, claro, tú eres partero, ¿no querrás hacerte una episiotomía, por ejemplo?
Ambos rieron.
- Bueno, claro, eso es obvio. Que dolor, por Dios.-dijo Jacobo estremeciéndose al imaginándoselo.
- Jacobo, oye, que con la tontería se me ha olvidao que venía a vaciarme la bolsa.-dijo Alejandro de repente.
Jacobo asintió.
- Es verdad, dámela y subo a vaciarla.-le dijo poniéndose de pie.
Alejandro sacó del bolsillo de su camisa la pinza de la sonda y después de interrumpir con ella el paso de los orines a la bolsa, le entregó esta a Jacobo.
- Toma, no te manches, eh.
Jacobo sonrió.
- Si mi mujer me ve una mancha, por pequeña que sea, en éste pantalón soy galego muerto. Por lo visto, es complicado de lavar en casa.
Alejandro aún reía cuando su cuñado subía las escaleras en dirección al baño.
Mientras le esperaba, Alejandro se pasó a la cheslón aprovechando para tumbarse en ella para descansar la espalda.
- Ufff, que alivio.-dijo al recostarse.
Ahora si se sentía cansado, pero como se había divertido de lo lindo, daba por bien empleado el dolor de espalda y la hinchazón de los tobillos. Volvió a sentarse en el sofá y cogiendo primero una pierna, y luego la otra, se dio en ambas un relajante masaje para bajar lo recargado. Mientras lo hacía escuchaba a Jacobo que iba de un lado al otro en el piso de arriba. De repente escuchó cómo se vaciaba la cisterna y dejó de escuchar sus pasos allí para comenzar a sentirlos mientras bajaba las escaleras.
- ¡Jacobo, no te dejes arriba la bolsa, por favor. Que te cuesta otro viaje, macho!-dijo el voz alta para que le escuchase desde lo alto de la escalera.
- ¡Tranquilo, ya la cogí!-le decía Jacobo mientras se escuchaba como había comenzado a bajar.
- Jacobo, estoy pensando que “un día es un día” y que me está apeteciendo dar una vuelta por el pueblo ¿te apuntas?
Jacobo, que ya había bajado las escaleras, hizo un gesto de duda con la cara.
- Bueno, no es mala idea, la verdade, pero ¿no dices que te duele la espalda?
- Y me duele, pero eso no es motivo suficiente para que yo me quede aquí encerrao sin disfrutar de un paseo.
-¿Tú no sabes que está a punto de caer una tormenta de órdago?-le recordó el gallego.
-¿Qué nos va a pasar por mojarnos un poco? ¿Qué crezcamos un pelín?-insistió Alejandro, dispuesto a aprovechar cada segundo de sus primeras vacaciones después de años.
Jacobo, aunque no es sentía del todo bien, decidió complacer a su nuevo cuñado. Después de todo ¿Qué podría pasar por dar una vuelta por las, literalmente, cuatro calles de Hoyos del río.
- De acuerdo. Venga, siéntate en tu silla.
Dicho y hecho, dos minutos escasos después, ambos hombres salían de la casa, en dirección a las afueras del pequeño pueblo, donde estaban las pocas senaras aún en activo que tenían los vecinos.
-¡Qué cojonudamente se está aquí, Jacobo!.-exclamó un alegre Alejandro, lanzando un rugido mientras se desperezaba, ante la divertida mirada de Jacobo.
- Ya lo creo, Alejandro. En mi tierra no hay noches como estas que, aun amenazando tormenta, se está de lujo. En el norte se nubla un poco y hay que sacar las chaquetas. Tu cuñada, con lo friolera que es, se congela, pobriña.
Ambos hombres soltaron una gran carcajada que retumbó en la noche.
Después de unos veinte minutos caminando pausadamente, llegaron a una zona de sembrados, y una bifurcación, donde decidieron, de manera espontánea, seguir por el camino de la derecha, que, a pesar de que a simple vista parecía más accesible que el de la izquierda, se encontraba en bastantes malas condiciones, ya que estaba lleno de viejas y grandes raíces de los robustos árboles que había a cada lado del sendero, formando una imagen propia de una postal. Unos cincuenta metros más adelante, se encontraron una vieja construcción que a Alejandro le pareció estar en ruinas, pues carecía de una parte del tejado. En ese momento, y como si el destino lo hubiese preparado, comenzó a llover de improviso y a cantaros. A los dos hombres solo les dio tiempo de ir a guarecerse a toda prisa dentro de ella.
- Joder, que forma de caer agua en dos segundos.-protestó Alejandro mientras se sacudía la camisa.
- Esto es así aquí. En un segundo puedes pasar de un sol radiante a una tormenta de narices.-comentó Jacobo mientras intentaba quitar algo de humedad a la suya, que empapada como estaba, dejaba entrever el vendaje que cubría la herida de su reciente operación de apendicitis.
- Ahora sí que la hemos hecho buena, cuñao.-indicó Alejandro.-Hasta que no escampe un poco no podemos salir de aquí, tío.
-¿Te has traído el móvil, Alejandro?-preguntó Jacobo, en previsión de que les podía hacer falta.
- Sí…o eso creo, espera.-Alejandro rebuscó en la mochila de su silla y se alegró de haberse acordado de meterlo allí, aunque, el hecho de no recordar el momento en que lo hizo, le dio la pista de que, tal vez, había sido Vicky la que lo había colocado allí.-Si, lo tengo aquí. Ahora solo falta que tenga batería suficiente.
-“Nai miña”.-se dijo Jacobo, que no estaba nada seguro de que las molestias de su vientre cesasen en breve.-Bueno, cuando se den cuenta de que no estamos en la casa digo yo que nos buscarán.
- Claro, eso seguro.-corroboró Alejandro.-Pero no creo que la tormenta dure toda la noche.
- No sé qué decirte, no sería nada raro.
- Oye, con esa forma tuya de animar al prójimo, menos mal que no te dedicaste a la psicología porque fijo que te quedas sin pacientes a las primeras de cambio.´
Jacobo sonrió con cierta desgana, cosa que pasó totalmente desapercibida para Alejandro, que estaba muy ocupado tratando de encontrar su teléfono móvil dentro de la mochila que siempre llevaba colgada de los mangos de la silla
- No, solo que yo ya viví varias tormentas nocturnas aquí y sé que pueden durar hasta la madrugada.
- Si lo llego a saber, me traigo el libro de crucigramas.-bromeó Alejandro.
Jacobo trató de sonreír, pero el dolor se lo impedía.
Parecía que Alejandro buscaba con interés algo dentro de la mochila negra de su silla.
-¿Te trajiste el móvil, Alejandro?.
-¿Eh?...ah, no, creo que me lo he dejado en el otro pantalón que me quité anoche. Lo siento, cuñado.
- Pues ahora sí que la hicimos buena, Alejandro.
- No te preocupes, Jacobo. Conociendo a Vicky, cuando regresen a casa y no nos encuentren organizará una batida de búsqueda, ya lo verás.
- Eso espero.-susurró Jacobo, pero su comentario fue escuchado por el otro hombre, que intentaba, de forma bastante infructuosa, de secar las perneras de sus pantalones, con un pequeño trapo que había encontrado dentro de la mochila.-¿se puede saber qué carajo haces, Alejandro? Te vas a caer de bruces si te doblas de esa manera hacia adelante.
- Tranquilo, está todo bajo control. Estoy secándome los bajos de los pantalones para que la humedad me dé lo menos posible en las piernas que, por culpa de la poca circulación de la sangre que tengo en ellas, se me ponen heladas y moradas en cuanto me da en ellas un poco de humedad.
- Ah, claro. Pues no lo dejes, termina de secarte, no vaya a ser que cojas un enfriamiento.
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