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martes, 26 de agosto de 2014

Capítulo 74.


   Jacobo, que estaba sentado en la destartalada escalera de lo que antaño había sido una humilde casa, se fue a incorporar para ir a ver si descampaba, pero un fuerte retortijón le hizo doblarse por la cintura, al tiempo que emitía una especie de quejido.
-¿Te encuentras bien, Jacobo?-se interesó Alejandro acercándose a él.
- Carajo…que dolor, tío.-susurró el gallego intentando aliviar el dolor haciéndose presión en el abdomen.-Alejandro, creo que voy a jorobarte el paseo.
-¿Qué te pasa?.
- El vientre…tengo una infección de cojones.
  Al confesar lo que le tenía preocupado, Jacobo sintió un extraño alivio.
-¿Cómo que tienes infección?-repitió el vasco muy serio.
- Lo siento.-se disculpó Jacobo, a sabiendas de que ahora ya no podía detenerse sin dar una explicación.-No me encuentro bien desde que me operaron, la verdade.
-¿Por qué no nos has dicho nada hasta ahora, hombre?.
-¿Por qué soy gilipollas?
- Mismamente, amigo.
- Lo siento.-se disculpó el galego.-se suponía que yo tenía que ayudarte a ti y mira, se volvieron las tornas.
   Alejandro le ayudó a sentarse en el suelo y le tapó el pecho y los brazos con su chaqueta.
-¿Estas cómodo así?
   Jacobo asintió.
- Sí, gracias, Alejandro. Eres una enfermera de primera.
  Alejandro sonrió. En ese momento se oyó un gran trueno que hizo que los dos hombres, que no se lo esperaban dieran un respingo. Entonces se empezó a oír como la lluvia, que en ese momento caía torrencialmente, golpeaba en lo que quedaba del tejado, haciendo un ruido atronador.
- Como llueve ahora, joder.-susurró Alejandro.
-¿Eso que se oye es la lluvia, Alejandro?-preguntó Jacobo.
- Sí, está cayendo una de las buenas, cuñao.-dijo Alejandro.
- Vaya por Dios.-se lamentó el gallego.-No es buen momento para salir a reunirnos con la familia. Creo que tendremos que pasar aquí un buen rato hasta que deje de llover.
- Me temo que si, Jacobo.
  En ese momento, Jacobo se llevó las manos al vientre y emitió una especie de quejido ahogado.
- Carajo…-susurró el galego.
-¿Qué te pasa, hombre?
- Me duele el vientre, Alejandro.
-¿ Tienes que ir al…
   Jacobo no le dejó acabar la frase y negó con la cabeza.
- Sería inútil, porque no hago nada desde hace varios días.-se sinceró por primera vez en todo los días que llevaba con la familia de su mujer, en los que había encontrado el cariño que no tenía como huérfano desde los veinticuatro años.
-¿Quieres decir que no…
- Justamente lo que estas pensando, Alejandro.-admitió el ginecólogo.
- Jacobo, tú eres tonto ¿verdad, tío?
   El otro se encogió de hombros.
- Supongo que sí.-admitió el marido de Julia, llevándose las manos al vientre, que en ese momento el empezaba a dolerle bastante.
-¿Quieres que intente localizar a Julia o a Vicky?-preguntó Alejandro, dispuesto a ayudarle.
- No tenemos móvil ninguno de los dos ¿recuerdas?-le advirtió Jacobo.
- Ostias, es verdad, que imbécil soy.-repuso el otro, pero enseguida se le ocurrió algo que podía funcionar.-Jacobo, se me está ocurriendo una cosa…
- A ver ¿de qué se trata, cuñado?
- Se me ocurre que yo puedo ir a buscar ayuda. Supongo que encontraré a alguien.
- Ni falar, amigo.
-¿Por qué? No veo que sea tan mala mi idea.-protestó Alejandro.
- No es mala, es suicida, amigo mío.-protestó Jacobo decidido.- ¿te piensas que me puedo defender ante Vicky si te pasa algo por mi culpa?
-¿Y tú crees que Julia no me daría a mí “la del pulpo” si te pasa algo a ti y yo no hago nada para ayudarte?
- Lo que está más que claro es que hagamos lo que hagamos, probablemente, uno de nosotros la diña esta noche.
   Los dos hombres soltaron una carcajada al mismo tiempo. En ese momento Jacobo se dejó caer en el destartalado suelo, presa de un fuerte dolor.
-Ostias, Alejandro, que dolor me dio, amigo.
- Venga, te pongas como te pongas, nos vamos a casa, Jacobo.-le advirtió Alejandro.- ¿te atreves a caminar cogido a los mangos de mi silla?-el gallego afirmó.-Venga entonces, vamos despacio y ya llegaremos. Solo estamos a unos quince minutos de casa, así que…
   El camino de vuelta a casa fue lento y difícil, pero justo cuando la lluvia arreciaba llegaron a casa, donde, para alivio de Jacobo, no había nadie, evitando de esa forma el enfado de su esposa, al menos durante unos minutos.

                                                           *****







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