Cuando Vicky entró en la casa, seguida de su madre, su cuñada y su hermana, lo primero que vio fue a Jacobo que estaba sentado en el sofá, secándose el cabello con una toalla. El hombre, al oírlas entrar las miró y entonces Julia se dio cuenta que su marido parecía no encontrarse del todo bien. Después de que Alejandro le contase lo ocurrido, la mujer se sentó junto a su marido.
- Jacobo, cielo.-susurró Julia mientras le acariciaba el rostro.- ¿qué te pasa, amor?
- Tranquila, estoy bien, de verdad.-dijo Jacobo.- Solo nos hemos mojado un poco.
- Tú no te encuentras bien ¿verdad?-como Jacobo había supuesto, para Julia no fue nada difícil adivinar que estaba enfermo con solo echarle la vista encima.
- No es nada, muller. Solo me duele un poco.-fue lo único que se le ocurrió decir al ginecólogo para no alarmar a su esposa.
- Madre mía, Jacobo, si estáis chorreando tanto como nosotras.-susurró Vicky.- ¿Por qué habéis salido con la que está cayendo y Jacobo enfermo?
- Chicas, no exageréis que solo me duele un poco la tripa.-comentó Jacobo con toda la serenidad que pudo, cosa que tranquilizó al resto.
- Veo por vuestros pelos y ropas empapadas, que sigue lloviendo.-indicó Alejandro entregándole la toalla con la que se había sacado él.
- Sí, mucho.-dijo Vicky mientras se secaba la cara.
- Hijas, deberíais coger unas toallas secas y enjugaros un poco el pelo, que os vais a constipar.-propuso Sole.
- Tienes razón, mamá.-admitió Vicky.-Voy a buscar unas toallas para secarnos el pelo. Julia, cariño, sube a cambiarte de ropa, que te vas a enfriar.
- Luego, ahora me preocupa más mi marido, Vicky.-dijo Julia, sin apartar la mirada de Jacobo, que estaba echado hacia atrás, con la mano en el vientre, pero parecía sereno.
- Julia, tu hermana tiene razón.-intervino Alejandro.-Tengo una idea, vosotras ir a cambiaros de ropa y secaros el pelo que yo mientras vigilo que Jacobo esté bien ¿de acuerdo, chicas?
- Vamos a las habitaciones, nos ponemos ropas secas y nos secamos el pelo con unas toallas.-dijo Sole.
Julia accedió al fin y al cabo de diez minutos bajaban las tres.
- ¿Cómo estás, amor?-preguntó Julia nada más acercarse.
- Ben, no te preocupes.-dijo Jacobo, que se mostraba sosegado.-No es nada, solo unos retortijones algo fuertes.
El hombre se enderezó en su asiento.
- Jacobo, no deberías levantarte.-indicó Vicky.
- No dramatices, Vicky, que estoy bien.-dijo Jacobo, como siempre pendiente de no preocupar a nadie.
- Mira que te advertí que no era buena idea que nos pusiéramos en camino con la operación tan reciente. Pero eres tan testarudo que no quisiste escucharme.-Julia miró a su madre.-Debí ser más insistente y negarme en redondo a venir, pero me hacía tanta ilusión venir a celebrar tu setenta cumpleaños, mama, que no insistí. Pensé que si él se empeñaba en venir era porque se sentía bien, y no imaginé que podía pasarle nada.
- Julia, créeme.-dijo Alejandro.-Nadie se pone en lo malo cuando piensa en lo bien que se lo puede pasar, te lo digo por experiencia. Si se supiera con antelación lo que va a suceder, a nadie le ocurriría nada, y el diablo no tendría en que divertirse.
Vicky apreció una gran amargura en las sentidas palabras de Alejandro y no pudo evitar acariciarle la mejilla.
- En eso tienes razón, hijo.-convino Sole.
- Familia, no habléis como si no estuviese, que sigo aquí.-indicó Jacobo.
La tormenta estaba, literalmente, encima de la casa. Los relámpagos la iluminaban por completo a pesar de que ya era noche cerrada, y los truenos sonaban ensordecedores por toda la casa, que al tener los techos altos, hacía de cámara de resonancia y eso amplificaba el sonido.
- Voy a asomarme a la ventana a ver si llueve mucho.-dijo Alejandro y regresó a los pocos segundos.-Ahora es imposible salir a la calle sin empaparse, el agua cae como una cortina blanca. Diluvia, familia.
En ese momento se oyó como alguien usaba una llave para entrar en la casa y acto seguido entraron Gerardo, sus dos hijos varones y, Lalo, el amigo de Adrián, totalmente empapados, seguidos de Hiedra y Dante, que se habían estado mojando esperando a que les abriesen la puerta.
- Hola familia.-Saludó Adrián, mientras se sacudía con las manos el agua de la camisa.-Dante, Hiedra, a la caseta del patio ahora mismito.- Los dos preciosos perros obedecieron a Adrián y se dirigieron al patio trasero de la casa, sin dilación. Cuando el chico se acercó a los demás vio que Julia estaba junto a su marido y que tenía semblante preocupado-¿Qué te pasa, Jacobo?
- Nada, un poco de dolor de tripa, pero ya sabes cómo es tu hermana, Adrián.
Gerardo cabeceó.
- Ya os dije que no era prudente que se pusiera en camino teniendo la operación tan reciente, pero como nadie me escucha…
- Eso lo dijimos todos, padre.-le contestó Adrián.-Pero Jacobo es adulto y médico, y se supone que sabe lo que hace, digo yo.
- Pues ya ves que no, Adrián.-dijo Gerardo con semblante entre molesto y preocupado.
- Familia.-dijo Jacobo poniéndose en pie con cierta dificultad mientras se agarraba el vientre con disimulo.-Estoy bien. No os preocupéis por mí, de veras.
Miguel llegó en ese momento de comprobar la situación en la casa con respecto a la lluvia.
- Padre, el agua está entrando por la rendija de la puerta.-dijo Miguel.-Subiremos al piso de arriba. Será lo mejor.
Adrián se dedicó a revisar que todas las ventanas estuvieran bien cerradas.
- Venga, Lalo, ayúdame a subir a Alejandro al piso de arriba.-dijo Adrián.
Su amigo asintió.
- Adrián, sube tú la silla, y ya subimos a Alejandro entre Miguel y yo.-le dijo Jacobo.
-¿Seguro que te encuentras bien, Jacobo?-insistió Adrián.
El hombre hizo un elocuente gesto.
- Que si, so pesao.-dijo Jacobo.-Estoy bien. Y el próximo que me pregunte sale a la calle sin entretenerse a abrir esa puerta.-amenazó señalando hacía la entrada de la casa.
- De acuerdo entonces.-dijo Miguel.-Venga, Jacobo, cógele tú por las piernas y yo por las axilas.
El marido de Julia asintió.
- Siento ser un problema.-se lamentó Alejandro cuando le iban a coger y Adrián le dio una colleja, mejor dicho, un guantazo en la cabeza.
- Cállate, coño. Aquí lo único que es un problema es la lluvia ¿estamos, compadre?
Alejandro sonrió al ver la reacción del hermano de Vicky, que en eso, se parecía bastante a ella.
- De acuerdo, Adrián, no he dicho nada.
Cuando los otros dos cogieron a Alejandro, el menor de los Fernández se hizo cargo de la silla de ruedas, que no tardó nada en plegar y echándosela al hombro se dispuso a subir las escaleras.
- Chicos, propongo que me dejéis pasar a mí delante y así cuando subáis ya tendré la silla preparada para que sentéis Alejandro.-sugirió Adrián.
- Si, buena idea, Adri.-reconoció Miguel.
Así lo hicieron y comenzaron a subir los escalones lentamente. Miguel se colocó de espaldas y comenzó a subir muy cuidadosamente, tanteando con la punta del pie en el filo de cada uno de ellos para remontarlos poco a poco.
- Jacobo, avísame cuando lleguemos al último escalón de éste tramo, no vaya a ser que acabemos rodando los tres escaleras abajo.
- Ya te aviso por la cuenta que nos trae a todos.-respondió Jacobo mientras se aseguraba de coger a Alejandro de forma que estuviera cómodo y seguro.
- No te esmeres demasiado con mis patas, no siento nada en ellas.-dijo Alejandro.
- Carajo, pues más motivo para mimarlas, que te das un golpe y el hematoma no hay quien lo baje.-dijo Jacobo.
- En eso te doy la razón, cuñao.-reconoció Alejandro.-Los moratones se van, pero tarda mucho.
- Claro, home. Es porque no tienes bien la circulación de la sangre. Ese es uno de los problemas de las paraplejías.
-¿Y sin dejamos la clase de medicina para cuando estemos arriba, chicos?.-sugirió Miguel.
- Mejor, si. Que me veo sin muelas.-bromeó Alejandro. Miguel guiñó un ojo a Jacobo y de repente hizo como si Alejandro se le escurriese de las manos. Él hombre, al notar que se caía se agarró con fuerza a los brazos de su cuñado.- Cuidado, chicos que me la pego.-exclamó Alejandro bastante asustado. Tanto Miguel como Jacobo soltaron la risa, y a Alejandro no le quedó otra que imitarles, después de que su corazón volviera a latir al ritmo acostumbrado.- Seréis cabritos.-exclamó Alejando cuando se dio cuenta de que todo había sido una broma de los dos hombres.
- Lo siento, no pude reprimirme.-se disculpó Miguel aun riendo.
- Esta me la pagáis como Alejandro Jaureguibeitia que me llamo.-amenazó riendo.-Vaya si me la pagáis.
Cuando llegaban al sexto escalón, el penúltimo de ese tramo, Jacobo sintió una nueva embestida en su abdomen, y tuvo que pararse un momento para tomar aliento y acomodar mejor a Alejandro en sus brazos.
- ¿Pasa algo, Jacobo?-preguntó Miguel al ver que se detenía.
- No, venga.-Jacobo respiró hondo y quiso seguir adelante, pero el dolor le hizo detenerse de nuevo, y comenzó a respirar de forma dificultosa.
- ¿Seguro que estas bien, Jacobo? Me tienes “mosca” con esa cara que tienes.-dijo Miguel preocupado.
- ¿Qué cara quieres que tenga? Pues la misma de los últimos cuarenta y seis años.-replicó Jacobo.
- Yo me entiendo.-dijo Miguel.-Hablo en serio, Jacobo.
- Estoy bien.-insistió tozudamente Jacobo.-Venga, tira.-Guiñó el ojo a Miguel.- Que Alejandro está flaco, pero pesa un huevo.
- “Le dijo la sartén al cazo, apártate que me tiznas”.-recitó con ironía Alejandro.-Eso no te lo crees ni tú, galego.-le dijo Alejandro, que había descubierto a Jacobo sonriendo.-Vaya dos, como se burlan del pobre lisiao.
Los tres hombres se echaron a reír.
-¿Cuál es el chiste?-quiso saber Adrián desde arriba.
- Que Jacobo dice poco menos que estoy gordo.-dijo Alejandro entre risas.- ¿Te lo puedes creer, cuñao?
- Si tienes menos carne que un guiso de alambre.-dijo Adrián carcajeándose.
- ¡Ala el otro, que bestia!-exclamó Miguel riendo a carcajadas.
- Tampoco te pases, cuñao.-bromeó Alejandro.
En ese momento, Jacobo sintió como su vientre se volvía a convulsionar y se dejó caer con el codo en la barandilla.
- Carallo…-susurró.
-¿Qué te pasa, Jacobo?-preguntó Miguel, mientras se apresuraba a coger mejor a Alejandro, pues su cuñado le había dejado caer las piernas hasta que dieron en el escalón.-Ostras, Alejandro, agárrate fuerte a mis brazos. ¡Adri, baja!-gritó a su hermano, pero en vista de que no le había escuchado, insistió nuevamente.- ¡Adrián, ven, joder!
-¿Estás bien, Jacobo?-preguntó Alejandro.
Jacobo no podía responder. Estaba apoyado en la barandilla con la mano en el vientre. Adrián se asomó al escuchar el jaleo y como le llamaba su hermano mayor.
-¿Qué tripa se te ha roto, Miguel?-exclamó, pero al ver a Jacobo apoyado en la barandilla, a Alejandro medio caído en las escaleras y a Miguel con serios apuros para hacerse con el control de la situación, empezó a bajar el tramo de escalera que les separaba saltando de dos en dos los escalones.
Justo cuando Adrián llegaba a donde estaban los tres hombres, salía de la cocina Lalo, que había estado charlando con Sole y sus hijas, que también se presentaron al escuchar el alboroto.
-¿Pero qué leches…-Lalo se cayó y fue a ayudar rápidamente.
Una vez que Lalo y Miguel se hicieron cargo de Alejandro, Adrián se acercó a Jacobo, que ya se enderezaba en la escalera.
-¿Qué te ha pasao, tío?-quiso saber Adrián.
- Solo un calambre en la herida.-mintió de nuevo.-Ya me siento mejor.
-¿Podrás subir tú solo?-le preguntó Adrián.
- Sí, de veras que no fue nada. Alejandro, siento haberte caído. ¿Estás bien?
- No te preocupes, estoy igual de paralítico que hace un minuto.-bromeó Alejandro.
- Pero mira que eres animal de bellota.-exclamó Adrián.
- Pues vamos para arriba.-dijo Miguel, que junto a Lalo, llevaba a Alejandro.
Jacobo, que iba el último, acompañado por Sole, no dejaba de darse masajes en el vientre.
-¿De verdad te sientes bien, hijo?-insistió Sole.
- Me duele un poco la tripa, pero no es nada.-dijo el hombre sonriendo, pero ni él sabía cuánto tiempo más podría fingir.
- Me preocupas, cariño.-dijo Julia, que subía detrás de ellos, junto a su hermana, seguidas de Laura y Lalo y cerraba la comitiva un serio Gerardo, que no dejaba de renegar para sus adentros por todo, como era su costumbre.
Una vez arriba, decidieron que todos se instalarían el al sala que estaba desocupada, al lado de la de los padres. Todos los jóvenes se sentaron en el suelo, mientras que Gerardo y Sole se sentaron en una de las camas y Julia, Vicky y Laura, en la otra.
- Hijo ¿quieres sentarte en la cama tú también?-preguntó Gerardo a Alejandro, que estaba en su silla.
- No, gracias. Yo estoy bien aquí sentao en mi silla. Si me duele la espalda luego ya veré que hago.-dijo Alejandro.- No te ofendas, suegro, pero no me trates con tantos mimos, que me repatea.-admitió Alejandro.
- Perdona, no era mi intención molestarte.-se disculpó Gerardo, para asombro de los demás, pues no era nada habitual en él hacer eso.
- No me has molestado.-respondió Alejandro.-Perdóname tu a mi. Estoy tan harto de que la gente me trate como si fiera de porcelana, que a veces me comporto como un neandertal.
Gerardo hizo una señal con la mano con la que dio por zanjado el tema de forma definitiva.
- Sería una buena idea que bajásemos a coger algo para cenar ¿no os parece, familia?-propuso Adrián.-Que ya son casi las diez de la noche.
- Yo no puedo comer nada.-dijo Julia.-Con lo de la tormenta y encima lo de Jacobo, estoy nerviosa y no soy capaz de meterme nada en la boca ahora mismo, Adri.
- Muller, que no me pasó nada.-dijo Jacobo y le acarició a cara.- Ayyy, mi hipocondríaca favorita, que espíritu tiene, carallo.
- No te rías de mí, Jacobo Carreiras.-le gruñó Julia dándole un pequeño puñetazo en la cabeza.
- Valeee, ya no me meto más contigo.-respondió Jacobo.-Hasta dentro de una hora, al menos.
Media hora después, Jacobo seguía riendo por lo bajo.
- Hijo, si queréis comer algo vosotros, bajad al bar, pero yo creo que nadie tiene ganas en este momento.-dijo Sole.
- Entonces esperamos, que no viene de una o dos horas.-dijo Adrián.
Al cabo de un rato, cuando todos permanecían en silencio, aparecieron los dos perros, que Adrián, había dejado que subieran por miedo a que el agua les ahogase dentro de la caseta de Hiedra, que estaba en el patio, a ras de suelo. Los dos animales, se dirigieron directamente a donde estaba Jacobo y cada uno se echó a un lado del hombre, que no dudó en ponerse a acariciarles el lomo cariñosamente.
-¿Qué os pasa, chicos? ¿Estáis nervioso con tanto trueno?-les hablaba como si lo hiciese a dos críos y los canes parecía que le entendían pues empezaron a lamerle la cara a la vez, cada uno por un lado, cosa que hizo muy feliz al hombre, que no dudó en ponerse a acariciarles el pelo del lomo y de la cabeza.-Mirad que me gustáis, chicos.
- Jacobo, a este paso te lavan la cara.-le dijo Sole, que no era nada partidaria de que los perros la lamiesen.
- Déjale, madre, que hay sequía y así ahorramos agua.-bromeó Adrián.
Jacobo sonrió, acariciándoles las cabezas a los dos perros a la vez.
- No hagáis caso, pareja. A mí me gusta que me demostréis vuestro cariño a lametones.-Jacobo hablaba a los perros, que le miraban como si entendieran cada una de sus palabras.
- Es que son unos cielos, la verdad.-admitió Vicky.
Alejandro soltó una repentina carcajada.
- Menos mal que no está aquí el sordo, sino se acaba el concierto.-dijo en clara alusión a Óscar.
Vicky también rió.
- Es verdad.-admitió.-Si estuviera aquí el renacuajo de Óscar os aseguro que estos dos no estarían tan tranquilos.
-¿Tan revoltoso es?-intervino Laura, que no conocía al animal, pues Vicky no lo había llevado nunca a casa de sus padres porque temía que el pequeño animal provocase un altercado detrás de otro con Hiedra.
- Con decirte que en el diccionario, al lado de la definición de sinvergüenza viene su fotografía ya te lo imaginaras.-le dijo Vicky y todos comenzaron a reír, cosa que les ayudó a liberar parte de la tensión acumulada.
- ¡Ostras, que bueno, Vicky!-exclamó Laura, que aunque tenía un carácter algo brusco, no era nada antipática.
- Lo tienes que traer alguna de las veces que vengáis.-dijo Adrián.
- Sí, eso, y la pobre Hiedra acaba en el psicólogo perruno.-contestó Vicky.
Jacobo soltó tal carcajada que acabó resintiéndose del vientre y decidió ponerse de pie y dar un paseo para que no le notasen que estaba comenzando a sudar copiosamente.
- Voy al baño, ahora vengo.-le dijo a Julia y se dirigió al pasillo.
Después de salir del aseo, Jacobo, resolvió ir al pequeño patio trasero de la casa, donde estaba instalada una lavadora y sobre esta una secadora. Cuando salió vio que Vicky estaba allí, de pie junto a la barandilla que daba al patio trasero de la casa, y de salían dos barras paralelas de hierro que formaban un tendedero del que colgaban varias prendas de ropa, todas ellas de colores claros.
Al advertir una presencia tras ella, Vicky se giró. Estaba fumándose un cigarrillo y sonrió al ver a su cuñado, al que adoraba.
- Hola, Vicky ¿te molesto?
Ella hizo una elocuente mueca de extrañeza con la cara, arrugando el entrecejo, gesto que había heredado de su madre.
-¿Molestar, tú?-replicó.-Jacobo, tú no molestas jamás, ya lo sabes.
El apuesto marido de Julia dejó asomar en sus finos labios una bonita sonrisa.
- Eres un sol, Vicky.-dijo el gallego mostrando su mejor y más atractiva sonrisa, que años atrás, cuando era un adolescente, y sin pretenderlo, había causado estragos entre las féminas de su colegio, y luego, del instituto.
-¿Un cigarrillo?-le ofreció Vicky mostrándole el paquete.
Jacobo alargó la mano en ademán de inequívoco rechazo.
- No, ahora no. Gracias, Vicky.
Ella abrió los ojos de forma exagerada mientras sonreía.
-¿Estas rechazándome un cigarro, cuñado? Es la primera vez desde que nos conocemos que lo haces.
Jacobo hizo un enorme esfuerzo para sonreír.
- Bueno, hoy he fumado bastante y no debo pasarme.
- Ojala Alejandro pensara igual que tú.-se lamentó Vicky con cierto tono melancólico en la voz.
- Ya me di cuenta de que fuma más de la cuenta.-indicó Jacobo.
- Pues ya ha bajado mucho el consumo.-repuso Vicky.- Según me confesó él mismo, ha habido temporadas que llegaba a tres paquetes diarios.
-¡Carallo!-exclamó un sorprendido Jacobo quien, a pesar de admitirse a sí mismo que últimamente abusaba del tabaco, nunca había pasado de un paquete al día, excepto aquella mediodía de junio de hacía trece años cuando esperaba impaciente, de pie en el altar junto a su madre y madrina, la llegada de su futura esposa, que se retrasó mucho más de lo acostumbrado a causa de un inoportuno pinchazo en el, por entonces, flamante Audi de Miguel, mientras que un jovencísimo Adrián, con, a penas diecinueve años, fue el elegido para acompañarle a él y a su difunta madre, Aurelia, a la pequeña ermita de una aldea de Lugo, donde se casaron. Un lugar idílico, con templete junto a un bonito lago, que fue el delirio de la mayoría de los ciento veinte invitados, la mayoría amigos de la pareja, que se reunieron para celebrar el enlace. Jacobo, sonrió al recodar los nervios que pasó aquel día esperando a su prometida a la entrada del precioso cenador enmarcado entre cuatro hermosas columnas Jónicas. De repente, Jacobo sintió un fuerte dolor en el vientre que le hizo encorvarse levemente.
-¿Te encuentras bien, Jacobo?-se preocupó Vicky, al ver que palidecía de repente y le brotaba el sudor en el rostro.
- Sí, es solo un retortijón. Tengo problemas de tránsito últimamente.-repuso el ginecólogo, con la misma confianza en que sentiría al hablar con una hermana.
- Oh, vaya.-susurró Vicky con cierto embarazo en la voz, pues no esperaba que su cuñado fuese tan rotundo.
- Oye, Vicky, cambiando de tercio, ¿cómo se lo está pasando Alejandro? Bueno, quiero decir en general, por que hoy se lo pasó de miedo en la comida.
Ambos sonrieron al recordar lo estupendamente que debió pasarlo Alejandro, mientras bailaba todas y cada una de las canciones se iban sonando sucesivamente, mientras los asistentes bailaban y charlaban alegremente.
- Pues, de maravilla, según me ha dicho. Me ha confesado que desde que perdió a su familia, no estaba tan…relajado.
Jacobo sonrió y tomó un trago de su limonada.
- Eso está muy ben, me alegro de oírlo. Es un buen tipo y se lo merece, igual que tú.
- Gracias, Jacobo.
El hombre besó en la frente a Vicky, y ésta notó que tenía los labios algo calientes, pero no le dio importancia.
-¿Te pasa algo, Vicky?.-preguntó él de repente, al ver que ella había puesto semblante serio, de repente.
-¿Eh?-la pregunta sorprendió a Vicky, que tardó un par de segundos en procesarla en su cerebro, antes de responder.-No, nada, solo pensaba en lo diferente que noto a Alejandro últimamente, es como si estuviese liberado, no sé.
- Bueno, no es extraño.-indicó Jacobo.-Lo pasó muy mal durante años y ahora es como…no sé. ¿Conoces la leyenda del Ave Fénix?
-¿Esa que se dice que renace de sus cenizas?-Jacobo asintió.-Si, creo que lo has definido de una manera tan corta como adecuada. Alejandro se hundió completamente tras el accidente y, poco a poco ha tenido que reconstruir su vida para adaptarla a su nueva realidad como persona con discapacidad, y eso, creo yo, que tiene que ser durísimo, la verdad.
- Por supuesto que lo debe ser. Yo no creo que superase algo así, la verdad. –Admitió Jacobo muy serio-Creo que no lo soportaría. Vicky, no sé si es lo normal, o se debe al hecho de que no hayamos podido tener hijos tu hermana y yo, pero me siento enormemente unido a ella. Ya sabes, me refiero en el sentido emocional. Creo que sin tu hermana, yo no sobreviviría ni un solo día, la verdad te digo. Y eso que llevamos juntos casi quince años.
- Bueno, yo creo que lo vuestro tiene unas bases muy sólidas. Creo que sois, como se suele decir, almas complementarias. Ya sabes, sois opuestos en la mayoría de las cosas, pero os complementáis a la perfección.-Vicky se detuvo pensativa durante unos segundos.
-¿Te ocurre algo, bonita?-se interesó Jacobo, pellizcándole la barbilla, del mismo modo que hacía cuando, siendo ella una espigada adolescente, volvía furiosa a casa después de la enésima pelea con alguna de sus inseparables amigas de instituto, o algún encontronazo con un compañero que, de forma bastante camicace, había osado burlarse de la redonda figura de la joven Vicky, antes de convertirse en la bellísima mujer que era ahora.
- No es nada, solo que…-no sabía si seguir adelante y, como cuando era una jovencita, contarle sus pesares o callárselos.
Jacobo cogió las manos de Vicky entre las suyas.
- Venga, suéltalo o la bola que ahora no es más que un garbanzo, acabará siendo una pelota de reglamento.-la animó a seguir él, sonriendo.
- Estaba pensando en Alejandro y en lo que ha cambiado en estos meses.-Jacobo asintió mientras tomaba un trago de limonada casera.-Si le hubieses visto cuando le conocí. Ya os conté como le conocí. Madre mía, estaba tan…diferente. Parecía mucho mayor de lo que es, la verdad. Yo pienso en todo lo que él ha pasado en estos años y no sé si saldría a flote, te lo aseguro.
-¿Tú?-replicó Jacobo.-Claro que si, eres muy fuerte, Vicky.
- Ya, eso decís todos, pero no es para tanto, Jacobo. Yo, de haber sufrido lo que le pasó a Alejandro, no sé si hubiese tenido fuerzas para continuar.
- Bueno, todo eso tuvo que ser terrible para él.
- Yo lo imagino y… pobres criaturas, que pena de los niños. Entiéndeme, Jacobo, no digo que Elisa no me dé pena, claro que sí, pero es que los críos, por favor, eso no sé si hay forma de superarlo. Creo que Alejandro, según me ha contado, vio el cuerpo de su hijo, que estaba detrás de él, a través del retrovisor. Según me ha contado, el niño murió decapitado…
Jacobo le miró con gesto entre asombrado y horrorizado.
- Joder… que espantoso todo.-susurró el médico, que saber de la muerte de una criatura, le afectaba demasiado, a pesar que, por su trabajo, había tenido que presenciar el nacimiento de bebés con deformidades así como, a su pesar, tener que asistir a la muerte de recién nacidos.-No sé cómo no se volvió loco, la verdad.
- Pues sí, Jacobo. De hecho, su hermana me contó cuando la conocí, que durante un tiempo se temió por la cordura de Alejandro. Estuvo medicándose durante años.
- Es verdad, no me acordaba que nos dijo que tiene una hermana menor.
- Sí, Mª José se llama. Es muy simpática. La conocí a ella y a la familia este invierno, al poco de trasladarme a vivir con él.
-¿Y qué tal te llevas con tu nueva cuñada?.-preguntó el hombre mostrando su atractiva y amplia sonrisa.
Vicky asintió decidida.
- Pues, igual de mal que contigo.-bromeó Vicky.
- Ah, bueno, entonces no hay que preocuparse.-contestó Jacobo riendo.
-Es guapísima, Jacobo.-comentó Vicky.-Es alta, delgada, rubia, vamos lo que se dice, asquerosamente preciosa.
Ambos rieron.
-¡Qué bueno, Vicky! No conocía esa parte de tu personalidad.
-¿Qué parte?
- La celosa.-respondió Jacobo soltando una ruidosa carcajada.
- Yo no soy celosa, cuñadito.-se defendió ella.- ¡Si es mi cuñada, que celos voy a tenerle, so burro!
- No, ya lo veo.-replicó Jacobo entre carcajadas.
- En serio, es muy linda. No te puede imaginar lo bien que me lo pasé con ella y su familia. Tiene dos hijas gemelas que parecen sacadas de una revista de moda infantil. Ya te puedes imaginar, rubias, altas, delgadas. Vamos, son como su madre, pero tienen el pelo de Alejandro, liso, y lacio. Por cierto, he visto unas fotos antiguas de Alejandro con su mujer y sus hijos. Las sobrinas de Alejandro se parecen tanto a su hija que parece que la pobre niña ha sido clonada. Es increíble el parecido entre las tres niñas.
-¿Tres?-de repente Jacobo se había distraído de la conversación.-Ah, sí, recuerdo que Alejandro nos dijo que son gemelas.
Vicky asintió.
-Sí, son gemelas de las idénticas. ¿Cómo se las llama?...uninosequé… ¿univigenicas?...
Jacobo rió.
- Esa palabra es de tu cosecha, Vicky.-indicó el ginecólogo divertido.- Creo que lo que quisiste decir es univitelinas.
- Si, eso, univitelinas. O sea, de las que no se pueden diferenciar a simple vista ¿no?
Jacobo asintió.
- Así es. Lo que coloquialmente se describe como “dos gotas de agua”.
- Es curioso eso de los gemelos. ¿Sabes una cosa? A mí me encantaría tener un embarazo de gemelos, ya sabes, puestos a pedir, un niño y una niña.
Jacobo se lo estaba pasando de maravilla conversando con su cuñada.
- Vaya, veo que lo tienes clarísimo, Vicky.
Ella rió.
- Yo, si, ahora hay que ver lo que dispone la naturaleza.
- Bueno, ya se sabe, “uno propone, y Dios dispone”.
- Eso será para los creyentes, porque yo eso no es que lo tenga claro.
- Bueno, amiga mía, es que a estas alturas de la vida, y de ver todo lo que pasa en el mundo, y con las personas, pues uno se hace esa misma reflexión. Bueno, la verdad es que yo, lo que se dice católico, pues no es que lo sea, vamos.
- Ya sé que tú eres de los míos. Respetas todas las creencias, pero no practicas ninguna.
Jacobo asintió sonriendo cómplice, a sabiendas de que su cuñada era de su misma opinión.
- Eso es, si.
-¿Te acuerdas de la cara que puso tu padre cuando le dijiste que, si te casabas algún día, lo harías por lo civil?-preguntó Jacobo, acordándose de aquel día, que por casualidad estaban presentes él y Julia. Que cara se le puso, por Dios.
- Ya. Es que mis padres son de esos que, aunque se consideran ateos, se casan por la Iglesia por aquello del “Qué dirán”, cosa que a mí, más bien me ha importado un pimiento morrón. Yo respeto todas las religiones y creencias pero, a mí, que no me busquen en una iglesia, porque no me van a encontrar.
- Fíjate, en cambio, tu hermano Miguel y Laura son muy de misas.
- Miguel no lo era, pero desde que se enamoró de Laura, se ha vuelto de un religioso…
- Ya.-fue el escueto comentario de Jacobo, que sabía muy bien a lo que se refería.-Bueno, no hay que culpar a Laura del cambio que ha experimentado Miguel. Ella es algo esnob, pero no es mala persona.
Vicky negó enérgicamente.
- No, si yo no la culpo a ella. Mi hermano no es mala persona, ya lo sabes tú, pero tiene cosillas que no son muy…solidarias.
- En eso te doy la razón. Miguel se parece cada vez más a vuestro padre, serio, cabizbajo…en fin, me temo que Laura no es culpable de ese cambio, pero sí que es la víctima, no sé si me entiendes…
- Claro que te entiendo, Jacobo. Tú sabes que yo quiero mucho a mi hermano Miguel, pero es una persona de difícil trato, en especial cuando se cabrea, cosa que le sucede a la menor ocasión. No sé como ella le soporta, porque, como diría mi amiga Marga:”Tiene una patada en los cataplines…”.
Jacobo soltó una gran carcajada, cosa que le hizo resentirse del vientre.
-¡Eso estuvo bien!-exclamó agarrándose la tripa con la mano.-Ayyy, mi vientre.-Jacobo no paraba de reír.
Jacobo sacó un pañuelo del bolsillo de su pantalón, con el que se enjugó la frente.
Los cuñados siguieron riendo mientras acababan sus cigarrillos. El hombre fue el primero en tirarlo a la calle, que estaba inundada de agua que, como siempre que llovía de esa manera, se salía del cauce del rio hasta acabar llenando la calzada del pueblo hasta desembocar de nuevo al otro lado de Hoyos del rio, de vuelta a su cauce.
Cuando Jacobo se acercó a su mujer esta le miró preocupada.
- Has tardado mucho ¿estás bien?-le preguntó Julia cuando se sentó de nuevo junto a ella.
- Que si, cariño. Sólo he ido a orinar y a fumarme un cigarrillo en el balconcito de la habitación donde nos quedamos tú y yo. Me entretuve charlando con tu hermana.- Julia asintió dando como válida esa respuesta.-Por cierto, familia, está lloviendo a cubos y el agua corre calle adelante como si fuese el mismísimo río.
- Estoy empezando a asustarme.-confesó Julia, quien de niña quedó atrapada en el piso de arriba a solas en el transcurso de otra tormenta como aquella y aún no lo había podido superar del todo, a pesar de que habían transcurrido más de treinta años.
Jacobo la abrazó de forma muy paternal.
- Tranquila, ceo, no va a pasar nada, ya lo veras.
Durante un rato nadie se levantó de su sitio. Sole se distraía mirando un libro que tenía en su mesita de noche mientras Gerardo dormitaba sentado en la cama con la cabeza apoyada en la pared. Los demás también trataban de dormir un poco, pero nadie lo conseguía.
Adrián se levantó y Alejandro le siguió hasta el cuarto de baño.
- ¿Tienes que entrar, Alejandro?-preguntó el joven antes de entrar en él.
- Sí, pero no tengo prisa, solo quiero vaciar la bolsa de la sonda, no vaya a ser que se reviente y entonces se arme la de Dios.
- Si quieres te dejo entrar primero, que yo voy a tardar.-dijo Adrián, que llevaba un periódico de deportes en la mano, de un número atrasado.
- No te apures. Tómatelo con calma.-dijo Alejandro.
- De acuerdo, pero luego no te quejes si te meas esperando a que yo termine.-advirtió Adrián mientras se metía en el baño.
Habían pasado quince largos minutos y Adrián no había salido aún, por lo que Alejandro comenzó a arrepentirse de dos cosas, una, de haberle dejado entrar primero, y dos, de no haber cambiado de opinión a tiempo, pese a la advertencia del joven, pero ya era demasiado tarde para lamentarse y solo le restaba esperar. Cuando Alejandro comenzaba a pensar que tal vez, y era la única razón que se le ocurría para justificar que Adrián llevase en el baño casi media hora, había sido engullido por el retrete, apareció Jacobo, que al verle sonrió.
- No me lo digas, Adrián lleva ahí dentro un cuarto de hora.-dijo mostrando su atractiva sonrisa.
- Pues no.-respondió Alejandro.-En realidad lleva ahí dentro más de treinta minutos.
- Carajo, pulverizó su propio record.-exclamó Jacobo riendo.
-¿Le pasará algo?-preguntó un preocupado Alejandro.
-¿Cuándo entró llevaba un periódico o algo parecido?-pregunto Jacobo.
Alejandro asintió asombrado por el acierto de su cuñado.
- Así es.
- Ay, carallo.-exclamó Jacobo sonriendo.-Pues yo que tú, teniendo en cuenta que no tienes problemas para orinar, pues lo haces en la bolsa que llevas, no me quedaba esperando.
- ¿Por qué dices eso, hombre?-preguntó Alejandro sonriendo.
- Por que si lleva una revista eso quiere decir que estaba por hacer “mudanza” en sus intestinos, y eso en Adrián puede llevar más de una hora.
- ¿Quieres decir que está…
Jacobo sonrió y asintió.
- Sí, justo lo que estás pensando. Y créeme cuando te digo que se eterniza.
- Ostras.-susurró Alejandro.
- Ya lo sabes para mañana.-le advirtió Jacobo.-Él siempre “visita al Sr. Roca” a la misma hora, como si en su intestino tuviera un reloj suizo. En eso es muy puntual y eso ayuda a que le esquivemos para entrar en el baño.
Alejandro rió.
- Eso se avisa, tío.
- Y yo que sé si tu tenía que entrar o no.-respondió Jacobo riendo, mientras se daba masajes en el abdomen.-De repente sintió un fuerte retortijón y de dio cuenta de que era urgente que entrase él en baño.- Alejandro, no quiero abusar, pero ¿me dejas que entre yo primero? Es que tengo un “apretón” tremendo y no creo que pueda esperar a que tú acabes.
Alejandro soltó una carcajada.
- Pero bueno, tío ¿acaso habéis endulzao el café de esta tarde con un laxante o qué, macho?
Jacobo trató de sonreír.
- Eso parece, si.-le respondió Jacobo con la mano en el vientre.- ¿Me dejas pasar por delante de ti o no?
- Sí, va, no me viene ya de otra media hora, yo al menos llevo protección para los escapes.
Jacobo sonrió.
- Gracias, hombre. Y no te creas que no te envidio yo ahora.-Un nuevo retortijón le hizo doblarse y cuando se recuperó se acercó a la puerta del aseo para llamar con los nudillos.- ¡Adri, por tu madre, sal de ahí ya, que me lo hago encima, rapaz!
- ¡Cinco minutos como mucho!-gritó Adrián desde el otro lado de la puerta del baño.
- Veo que es verdaderamente urgente.-dijo Alejandro.
- No te imaginas hasta que punto.-reconoció Jacobo que, apoyado en la pared, se apretaba el vientre con ambos brazos, presa de unos fuertes dolores.
En ese momento sonó la cisterna del retrete y a continuación la puerta se abrió y salió Adrián.
- Ostras, si tengo público y todo.-dijo, pero se detuvo cuando vio que Jacobo pasaba a su lado como una exhalación y se metía en el baño sin decir una sola palabra.-Caramba, si que tiene prisa.
- Creo que era muy urgente.-dijo Alejandro sonriendo.
- Ya veo, ya.-respondió Adrián asintiendo.
Al cabo de media hora esperando, Alejandro vio aliviado que la puerta del baño se abría de nuevo, pero se quedó parado cuando vio el rostro sudoroso y pálido de Jacobo.
- Dios, que mala cara tienes, Jacobo.-le dijo sin poderlo evitar.
- Estoy fatal, rapaz. Tengo el estómago revuelto y no soy capaz de vomitar. Tengo un dolor de vientre tremendo y me lo noto ocupado, pero nada, por más que lo intento, nada de nada, tampoco puedo hacer de cuerpo.
- Bueno, por un día que no lo hagas no te va a pasar nada, hombre.-dijo un despreocupado Adrián que estaba junto a Alejandro esperando por si necesitaba su ayuda.
- Eso es lo malo, Adri, que hace una semana que no hago nada y por eso me duele el vientre. Debo tener un atasco de cojones.
- Para eso va de coña una coca cola.-“recetó” Adrián.-Te la tomas y en diez minutos, tuberías desatascadas.
- Nunca probé eso, pero no sé si funcionaria conmigo.-dijo Jacobo algo escéptico.
- Vaya que si funciona. Es mano de santo.-respondió Adrián muy seguro de ello. ¿Te traigo una lata?
Jacobo se notó un nuevo retortijón y se llevó las manos al vientre. Tuvo que dejarse caer contra el marco de la puerta para no caer.
- Lo siento, pero tengo una emergencia.-se disculpó Jacobo, entrando en el baño, del que salió al cabo de diez minutos.-Ostras, uff..... -un nuevo retortijón le anunció que tenía que volver a entrar en el retrete de forma urgente, y no le dio tiempo ni de hablar. Antes de que los otros dos se dieran cuenta, ya había cerrado la puerta tras sí.
- Pobre, sí que lo está pasando mal.-dijo Alejandro sonriendo.
- Y tanto.-replicó Adrián riendo.
Los dos hombres se echaron a reír, ajenos a la verdadera gravedad del estado de Jacobo. Al cabo de otros quince minutos éste, salió muy pálido y sudoroso.
- Madre mía, que vomitona más horrorosa.-susurró Jacobo y de pronto se llevó las manos al vientre.-Ostras, que mal cuerpo tengo, cuñados. Bueno, me voy a donde la familia, que Julia pondrá un pregón para buscarme de un momento a otro.-dijo Jacobo echando a andar en dirección a la habitación donde los demás estaban.
- Cómo has tardado, cielo.-le dijo Julia cuando Jacobo se sentó en el suelo a su lado, junto a Vicky, que a su vez estaba al lado de Alejandro.
- Mujer, estaba en el baño.-respondió Jacobo.-Además, estaba ocupado.
- Está bien, no lo digas. Sé que soy una pesada.-dijo Julia.
- Pesada no, pero como ya te dije, un poco hipocondríaca sí que eres ¿eh?-Julia sonrió y Jacobo le despeinó con la mano.- Ayyy, que cruz tengo contigo, rapaciña.
- Sí, ya ves, pobrecito.-se mofó Julia riendo.
Tras una hora más aguantando estoicamente, Jacobo se rindió al fin y se cogió el vientre mientras era presa de otra fuerte envestida.
- ¿Qué te pasa, vida?-le preguntó Julia.
- Me duele el vientre un poco.-dijo de la forma más serena que fue capaz.
- ¿Por la caída en las escaleras?-preguntó Julia inocentemente.
Jacobo sonrió.
- No, muller. Más bien es al contrario, me caí porque me dio el dolor cuando bajaba.- con cierto trabajo se puso de pie.-Cariño, ¿te enfadas si me voy a la cama? No me siento muy bien, pero si duermo se me pasará y en un rato estaré como nuevo.
- Claro que no me enfado, ve a descansar y si hay alguna novedad con respecto a la lluvia o cualquier otra cosa, te llamo.
- De acuerdo.-dijo él y después de darle un beso y dar las buenas noches al resto de la familia, se retiró a descansar.
Media hora después de que Jacobo se fuese a dormir, Julia se dirigió al dormitorio para asegurarse que estaba bien, y se lo encontró sentado en la cama.
- Cariño ¿te sientes mejor?-le preguntó al cercarse a él.
Jacobo negó con un lento movimiento de cabeza.
- Lo cierto es que no, vida. Tengo bastante dolor ahora mismo y creo que estoy empezando a sangrar por el ano.
-¿Tú crees?-preguntó una escéptica Julia.
- O eso o me ha bajado el periodo.-ironizó Jacobo dejándose caer de nuevo en la cama.
- A ver, déjame que te mire.
Cuando Julia le destapó observó que las sabanas bajeras estaban manchadas de algo que parecía sangre. Lo tocó con los dedos para cerciorarse y, efectivamente, no había la menor duda de que se trataba de una pequeña hemorragia anal.
- Es sangre ¿verdad? Lo toqué antes y yo diría que sí, cielo.-dijo Jacobo, que yacía de lado.
- Es muy poca cosa, seguro que se trata de una pequeña venilla que se te ha roto por los esfuerzos cuando… ya sabes…
- Puede ser, pero vamos, no era tan fuerte como para eso.-dijo Jacobo.-Es más probable que la provocase los vómitos, que si que era muy abundante.
- Aún así, no es tan raro. No te preocupes con tanto tiempo.
- No se…
- A ver, Jacobo, ¿quién es ahora el hipocondríaco?-ella quiso mostrarse serena, pero Jacobo la conocía demasiado bien para tragarse el cuento de la esposa despreocupada y optimista.
- Julia, yo no tengo miedo, solo que no me gusta la idea de ponerme malo en una noche como esta, con todo lo que está pasando.-decidió cambiar su talante para no preocuparla.-Bueno, seguro que, como tú dijiste, no es más que una vena que se me rompió con los esfuerzos, no debemos preocuparnos. Seguro que no vuelvo a sangrar en toda la noche.
- Claro, cariño, seguro que es eso nada más y nos estamos preocupando estúpidamente.-corroboró Julia.
Las palabras de ambos no les convencieron a ninguno de los dos. Tanto el uno como la otra se conocían lo suficiente para darse cuenta de que mentían, pero ninguno de ellos pensaba dar pie a que el otro se preocupase.
Jacobo, después de un rato dijo que se estaba cayendo de sueño y que quería descansar, así que le sugirió que le dejase solo, pero Julia, que no estaba dispuesta a dejarle a solas, se las ingenió para permanecer cerca de él el mayor tiempo posible, inventándose cualquier texto para volver una y otra vez a la sala.
- Julia, cielo, ¿Cuántas veces piensas recolocar la ropa en el armario por esta noche? Te estoy observando y has puesto y quitado tus pantalones de ese estante alrededor de cinco veces seguidas y siempre vuelves a ponerlos en el mismo sitio una y otra vez.
- Estoy preocupada por la lluvia, está cayendo a cantaros y temo que nos quedemos aislados.-confesó Julia, pero esa solo era una parte de lo que le preocupaba esa noche.
- Bueno, aquí arriba estamos a salvo de la crecida del río. No nos puede pasar nada si no baja nadie a la calle.
- Ya, eso sí.-admitió ella.
- Claro, muller.
Julia se acercó a su marido para tocarle la frente y le pareció percibir que estaba algo destemplado.
- Creo que tienes unas décimas.-dijo con calma.
- Ya te comenté durante la comida que me sentía algo resfriado.-explicó Jacobo.
- Eso será, si.-Julia vio como su marido se llevaba las manos al vientre y emitía un quejido muy flojo.- ¿Estás bien?
Él asintió.
- Sí, son los retortijones que me dan, solo eso.
- Voy a buscar una jarra con agua para que la tengamos a mano, que con las décimas de fiebre te dará mucha sed.
Jacobo asintió y ella salió a buscarla. Cuando regresó al dormitorio, vio que Jacobo estaba sentado en la cama, y se tocaba el vientre, como asegurándose de que todo estaba bien. Ella se acercó preocupada.
-¿Te pasa algo, vida?-preguntó Julia, al tiempo que advertía una mancha bastante grande de color oscuro en la camisa de su marido.- ¿Qué es eso, Jacobo?
- Nada, no te preocupes.-respondió él intentando esconder la mancha, pero era en vano, pues Julia ya la había visto.
-¿Qué es esa mancha?-preguntó la mujer, intentando verla de nuevo, para tratar de averiguar su origen.
- Nada, no es nada.-insistió Jacobo.
- ¿Cómo que no es nada?-replicó ella, mientras le desabrochaba la prenda de un solo movimiento. Cuando lo hizo, vio que además de en la camisa, había otra mancha del mismo color en el apósito que el hombre llevaba en la parte derecha de su vientre, del tamaño de una gasa normal.-Jacobo, esto no está nada bien, deja que le eche un vistazo a la sutura.
- Te digo que no es nada, Muller. Julia ¿qué haces…-insistió Jacobo, pero ella le apartó la mano de encima del vendaje y se lo arrancó de un tirón.- ¡au, carallo!
- Asegurarme de que no es nada, como tú dices.-respondió ella, pero al ver la herida se alarmó. Estaba roja y de entre algunos de los puntos salía una especie de flujo que le pareció pus.-Dios bendito, Jacobo, está infectada.
- Julia, no es nada, yo me la estoy curando a diario.-repuso Jacobo.
-¿Desde cuándo estas así?-quiso saber Julia con semblante preocupado.
- Desde… el viernes por la mañana.-admitió Jacobo, a sabiendas que esa confesión iba a molestar a Julia.
- ¿Por qué no me lo dijiste, por Dios? Si me lo hubieses contado, no nos habríamos puesto en camino.
El hombre asintió.
- Precisamente, por eso no te lo conté.-confesó Jacobo.
-¡Tú eres tonto, ¿verdad, Jacobo Carreiras Bouzas?!-bramó Julia entre furiosa y preocupada.
-¿Ves por lo que no te lo dije? Sabía que te ibas a enfadar.
- ¡Por supuesto, claro que me enfado, hombre!-explotó una nerviosa Julia, que tuvo que serenarse antes de seguir hablando.-Tendremos que ir al hospital.
- No, ni falar, yo sé cómo tratarme esto.-respondió Jacobo.-Julia, yo me la iré curando y cuando la tormenta pase iré a la farmacia y compraré un antibiótico para la infección, de momento con paracetamol será suficiente.
A Julia no le quedó más remedio que aceptar la situación, y decidió quedarse con su marido para estar pendiente de un posible empeoramiento.
Durante las dos horas siguientes, el estado de salud de Jacobo fue empeorando rápidamente, hasta el punto de que la temperatura empezó a subirle alarmantemente así como empezó a sentir verdaderas molestias, que nadie, incluida su mujer, sabía cómo mitigar sin tener a mano nada más fuerte que paracetamol y un pequeño botiquín que el matrimonio siempre llevaba a mano cuando viajaban, fuese a donde fuese.
- Jacobo ¿Por qué no te acuestas en la cama un rato? Te sentirás mejor cuando descanses.-le sugirió Adrián, al verle más desmejorado y con ostensibles gestos de dolor en el atractivo rostro.
- Estoy bien aquí…tranquilo, Adri.-respondió el marido de Julia mientras se masajeaba el vientre, que no dejada de dolerle cada vez más.
- Hijo, Adrián tiene razón.-intervino Sole.-Será mejor que te eches un ratito a descansar.
- Cari, ellos tienen razón.-indicó Julia.-Ve a descansar un rato y cuando haya novedades te aviso ¿conforme?
Jacobo aceptó a regañadientes, pero decidió irse a la cama e intentar descansar. Poco después Julia le llevó un paracetamol con un vaso de leche, que se tomó sin demasiadas ganas, pero que admitió que le sentaría bien. Después de convencer a su esposa de que le dejase dormir a solas, esta se volvió con los demás, y para cuando volvió a echarle una ojeada media hora más tarde, el hombre dormía aparentemente tranquilo, lo que hizo que ella se calmarse un poco.
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