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lunes, 20 de octubre de 2014

Capítulo 77.


Adrián y Lalo bajaron al comedor y comprobaron que había mucha más agua que antes. Ahora no había menos de treinta centímetros de profundidad. Algunos trastos comenzaban a flotar. Era poco alentador verlo y saber que seguía lloviendo con la misma intensidad que hacía un par de horas, y que, además, no parecía que fuese a parar en las próximas. Eran casi las dos de la madrugada y no se oía en la calle otra cosa que no fuese el circular violento del agua y algún perro asustado que, a lo lejos, llamaba insistentemente a su amo.
- Adri, a mi esto no me gusta, tío.-confesó Lalo.
-¿Te crees que a mi si?-repuso Adrián, muy serio- Pero si no nos arriesgamos a ir a buscar a Mauricio, mi cuñado se nos queda, y eso no lo voy a consentir.
- Claro, ni yo.-respondió Lalo.
  Al fin, después de un buen rato tirando de la puerta, que se había quedado trabada por el agua, pudieron salir a la calle. Parecía que el río se había trasladado a las calles de Hoyos del río. El cauce arrastraba todo lo que pudo encontrar en su imperturbable paso, coches incluidos.
- Madre mía.-susurró Adrián.
- Es increíble.-dijo un atónito Lalo que en sus treinta y dos años de vida no había sido testigo de nada parecido.
- Venga, Lalo, vayamos agarrados a los coches que aún quedan aparcados.
  Así lo hicieron, pero el corto trayecto que separaba la acera de la de enfrente, les pareció eterno mientras luchaban contra todo lo que le impedía dar el siguiente paso. Adrián creyó ver flotar los restos de un perro que reconoció como el de “el tomate” y se lamento, pues aquel galgo era uno de los poquísimos que quedaban en el pueblo.
   Al llegar a la casa del doctor Álvarez, ambos hombres se apresuraron a agarrarse al pomo de la fuerte puerta. Se dieron cuenta al pulsar el timbre, que no había luz, así que decidieron aporrearla para ser escuchados por encima del rumor del agua.
-¡Mauricio!-gritó Adrián mientras golpeaba la puerta.
-¡Doctor!.-Lalo daba hasta patadas a la puerta para que el ruido del agua no amortiguase el de los golpes.-¡Abra la puerta, Mauricio!.
  Al cabo de quince largos y angustiosos minutos la puerta de la casa se abrió y apareció Mauricio con el pijama y bata empapados hasta media pierna.
- Pero ¿qué coño hacéis en la calle, chiquillos?-exclamó Mauricio al verles.
- Mauricio, venimos a buscarle.-dijo Lalo, con rostro impaciente.
-¿Con este tiempo? Estaba en mi dormitorio, dormía cuando se me inundó todo el bajo de la casa. Estoy intentando salvar algo de mis viejos libros de medicina que aún conservo. Pero, venga, entrad, muchachos.
- Mi cuñado Jacobo está muy mal, Mauricio.-dijo Adrián.-Tiene una hemorragia y dolor de vientre muy fuertes. Por favor, acompáñanos te lo ruego.
   Mauricio asintió sin dudarlo un solo instante.
- Dame medio minuto para que me ponga algo de ropa, coja mi maletín y estaré listo.
  Adrián asintió.
- De acuerdo, pero date prisa por Dios.
  Al cabo de quince minutos el médico salió y cerró la casa tras él con las llaves que luego se guardó en el bolsillo de su pantalón vaquero.
  Los tres se pusieron a cruzar intentando esquivar todo lo que traía el cauce del río, que se arremolinaba en torno a sus rodillas, entorpeciéndoles a cada paso.

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