Al
cabo de un par de horas sin noticias de los chicos, Sole se empeñó en que
fueran ellos también al hospital. Deseaba saber si sus hijos estaban a salvo.
Como no había forma de conformarla, y como la mañana se había despejado hasta
el punto que hizo que dejase de llover y que, poco a poco, las aguas comenzaran
a bajar considerablemente, decidieron que irían ellos también al hospital para
estar todos juntos. Como eran seis personas y no cabían en un solo coche,
decidieron que irían Miguel, Laura y Alejandro en el coche éste y que Lalo
acompañase a Gerardo, a Mauricio y a Sole en el coche de Miguel.
- Si que conduces bien,
Alejandro.-admitió Miguel, que ocupaba el asiento del copiloto, mientras que
Laura iba detrás.
- Bueno, a estas alturas ya me
dirás.-respondió Alejandro que no dejaba de mirar al coche de Miguel, que les
precedía, conducido por Lalo.-Conduzco desde los dieciocho años y sólo he tenido
un accidente, eso sí, fue mortal para tres personas.
- Ya.-fue lo único que supo decir
Miguel.
-¿Cuánto tiempo hace que
tienes tú el permiso de conducir, Miguel?-quiso saber Alejandro, más por
quitarse los pensamientos que acudían a su mente, que por verdadero interés en
la respuesta.
- Pues…-Miguel se quedó pensativo un
instante.-casi como tú, yo me lo saqué a los veinte años, así que llevo
conduciendo veinticinco años más o menos.
- Laura, supongo que tu
también conduces…-Alejandro se dirigió a su nueva cuñada, mirándola a través
del espejo retrovisor.
La mujer asintió.
- Me lo saqué hace unos doce años, pero
solo lo llevo por la ciudad. No me gusta conducir, la verdad.-reconoció.-Lo
tengo más que nada por cuestiones de trabajo.
Alejandro hizo una mueca con la boca.
- Al contrario que
Vicky, que hasta ha aprendio a llevar este coche.
-¿Qué mi hermana conduce un coche adaptado?-replicó Miguel
con cara de asombro.
Alejandro sonrió.
- Sí, y lo maneja de maravilla. Parece
que ha llevao coches adaptaos toda su vida.
- Desde luego, cosa que mi hermana se
propone, cosa que consigue.-exclamó Miguel con el orgullo de un hermano mayor
al que le acaban de decir que su hermana ha ganado el Novel, como mínimo.
- Y que lo
digas.-exclamó Alejandro.- De eso doy fe. Me enamoró cuando ni ella misma
estaba segura de que esta relación tendría un futuro.
- Esa es mi
hermana.-dijo Miguel.-Si se empeña en algo se lanza en picado y sin paracaídas.
Por eso le han pasado más de dos cosas, la verdad sea dicha.
Alejandro le miró sin dejar estar pendiente
en la carretera, que a pesar de que había dejado de llover hacía horas, aun tenía
balsas de agua en los baches del asfalto.
- Supongo que te refieres a ese
impresentable de Tony ¿me equivoco?.
Miguel negó enérgicamente con la cabeza.
- En absoluto, has dado de lleno en el
clavo. -dijo Miguel- Imagino que Vicky te lo habrá contado todo.
Alejandro asintió mientras giraba el doble
volante y presionaba el de la parte de dentro para acelerar la velocidad tras
dejar atrás un vehículo que iba demasiado lento.
- Hemos hablado de ese tipo, si. Menudo
cabronazo, maltratar a una mujer de esa manera. Ya lo dice mi cuñado Jorge,
“Dios le da calzoncillos a quien no tiene nada para rellenarlos”.-sentenció
Alejandro con tono severo.
Laura
y Miguel, a pesar de estar preocupados por Jacobo, no pudieron evitar echarse a
reír.
- Muy bueno, sí, señor.-exclamó Miguel
riendo.- Creo que ese cuñado tuyo me caería la mar de bien.
Alejandro sonrió de soslayo mientras no
apartaba la vista de la carretera.
- Ya lo creo. Es muy serio en
apariencia, pero a veces suelta por esa boca cosas que ni él mismo se espera y
acaba riéndose y colorao como un langostino en agosto.
- Me gustaría conocerle.-reconoció Miguel.-¿Os imagináis un mano a mano
entre ese Jorge y tú, Alejandro?. Sería para troncharse. Por que mira que eres tú
también apañado, tío. Con lo floja que tiene la risa Jacobo, os lo cargáis
entre los dos.
-¿Cómo irá, ahora que lo mencionas?.-preguntó Laura en voz
alta.
- Seguro que bien, no te preocupes. Sólo
quedan unos quince minutos de camino.-dijo Miguel.
Laura asintió.
- Ya, pero el trozo que
nos queda es de muchas curvas y ya sabes que Jacobo se marea si no conduce él.-dijo
la rubia esposa de Miguel.
- Ostras, en eso no había caído
yo.-reconoció Miguel.-El pobre, entre los dolores que tiene y si encima se
marea, y le da por devolver, las va a
pasar más putas que Caín.
- Esperemos que no se maree.-dijo
Alejandro.-Porque como tenga que vomitar con el dolor de vientre…ufff.
Mientras
tanto, en el coche de Adrián, todos miraban la carretera sin articular palabra
alguna. Adrián y Lalo no dejaban de mirarse y el segundo miraba de vez en
cuando por el espejo del parasol del coche. Solo Jacobo se quejaba de vez en
cuando, mientras Julia y Vicky se aseguraban de hacerle el camino lo más cómodo
posible procurando que no le faltase ni agua ni una toallita húmeda que Julia
le aplicaba en la frente para tratar de bajarle la fiebre.
- ¿Cómo va eso, Jacobo?-preguntó
Adrián intentando que su voz sonara despreocupada.- ¿Te mareas?
- No, estoy ben, tranquilo.-respondió un
agotado Jacobo, que a duras penas podía mantener los ojos abiertos.-Julia,
cariño, teño moita sede.
Su mujer sacó la botella que llevaba en el
suelo del coche, a un lado de sus piernas y después de abrirla se la acercó a
la boca a su marido, que bebió con avidez un buen trago.
-¿Mejor?-se interesó
Julia.
Jacobo asintió.
- Sí, mucho mejor, vida miña.
- Vale, cielo.-susurró Julia mientras le
acariciaba la sudorosa frente.
- Vicky, siento haberos
fastidiado las vacaciones.-se lamentó Jacobo.
Ella sonrió.
- No seas tonto, hombre.-dijo Vicky
intentando que su voz sonara despreocupada.-Eso es lo de menos, Jacobo. Ahora
lo que nos interesa a todos es que te recuperes del todo lo antes posible. Eso sí,
las vacaciones las repetiremos todos los años de ahora en adelante.
- Trato feito,
Vicky.-respondió Jacobo intentando sonreír.
- Te veo algo pálido.-advirtió Lalo, que
le observaba con preocupación desde su sitio, en el asiento del copiloto.-¿te
sientes bien de verdad?
Jacobo respiró profundamente y negó.
- Me siento mareado. Me
temo que voy a vomitar de un momento a otro, chicas.-advirtió Jacobo, mirando
primero a su mujer y luego a Vicky.
Julia, que a previsora no la ganaba ni su
hermana, sacó de su bolso una bolsa de plástico de una gran superficie y se la
entregó a su marido, que apenas le dio tiempo de cogerla para usarla. Jacobo,
con cada arcada, se llevaba la mano al abdomen para tratar de controlar la
envestida de dolor.
- No te preocupes, cariño.-le dijo
Julia.-Yo te sujeto la cabeza.
- Siento daros este espectáculo,
chicas.-se lamentó Jacobo.
Vicky le acarició la frente.
- No te apures por eso. ¿A caso crees
que eres el único que vomita en un coche?
- Supongo que no.
- Pues claro que no,
hombre.-replicó Adrián desde el asiento del conductor, mientras no dejaba de
mirar a la carretera, que a esas horas de la madrugada, estaba a oscuras,
aunque, afortunadamente, no se había encharcado a penas.-Yo también me mareo
cuando voy de copiloto. Me pongo malísimo. Lalo ¿te acuerdas del viaje a
Alicante?
Lalo sonrió.
- Calla, calla, no me lo
recuerdes, tío.-respondió el joven rubio y luego giró la cabeza para hablarle a
las hermanas de Adrián.-Chicas, me tenía tan harto de parar cada dos por tres
para que vomitase en los arcenes de la carretera, que si dura el viaje un kilómetro
más, le tiro al mar sin contemplaciones.
Adrián soltó una carcajada.
- Eres el colmo, tío. Cualquiera diría
que eres un mártir.
- Creo que para santo,
sólo me falta la corona.-bromeó Lalo.
- Ya será menos, San Gonzalo.-le espetó
Adrián riendo divertido, a pesar de que no dejaba de preocuparse por Jacobo,
que ahora dormitaba echado sobre el hombro
de Vicky.
- Vicky, se ha dormido con la cabeza en
tu hombro.-advirtió Lalo.
- Sí, no pasa nada.
Estoy bien así, y no quiero despertarle.
El
joven asintió, mientras volvía a colocarse mirando a la carretera. Julia, con
la mano de Jacobo entre las suyas, no escuchaba la conversación que se sostenía
a menos de un metro de ella, tenía la mente en otra cosa y a penas sentía el
rumor de las voces de los dos chicos que, intentando calmar la situación,
bromeaban sobre cualquier cosa.
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