-¿Cómo está Jacobo?-preguntó Laura, mientras se acercaban a los demás familiares, que aguardaban en la entrada del hospital.
Adrián fue quien habló mientras se fumaba nerviosamente un cigarrillo.
- Mal, para que voy a engañarte, Laura.-dijo el menor de sus cuñados.-Está ahí sentado en una silla de ruedas. El pobre se ha pasado todo el camino vomitando.
- Entremos a ver cómo está.-dijo Alejandro.
Así lo hicieron y, como afortunadamente y por extraño que pareciese, no estaba llena de gente la sala de urgencias, se pudieron sentar todos juntos a un lado de las puertas de cristales que daban a la zona de ingreso. Cuando Alejandro se acercó a Jacobo, éste estaba sentado en una destartalada silla de ruedas de acero inoxidable a la que Alejandro le calculó unos quince o veinte años, y a la que le faltaba ambos reposapiés, que habían sido toscamente sustituidos por unas vendas que habían colocado para que hicieran su función.
El hombre, que no dejaba de darse masajes en el abdomen, se recostó en el respaldo de la silla, que al notar el peso de su cuerpo se venció hacia atrás, lo que hizo que Jacobo se asustara y se incorporase de nuevo.
- Carallo, esta silla se cae a trozos, por Dios.-dijo.
- Ya lo creo, lo mismo tiene dos décadas.-dijo Alejandro.-Este modelo era el típico de hospital que se fabricaba a mediaos de los ochenta, como poco. Fue en una como esa en la primera que me senté después de que me pusieran el corsé en la espalda, después de la operación.
- Es incomodísima.-reconoció Jacobo mientras se masajeaba los riñones.-El respaldo se hunde de mala manera.
- Como que te jode más la espalda si te quedas en ella más de cuatro horas seguidas, en cambio en ésta mía, puedo estar sentado en ella más de ocho como si nada.
Jacobo sonrió levemente.
-¿Cambiamos de sillas, cuñado?-preguntó.
- Mira, Jacobo, yo por ti hago lo que sea en este momento, pero de eso a cambiarte mi silla por esa especie de tartana, pues como que no, amigo.
Un pequeño de apenas cinco años y espesa cabellera negra se acercó a Jacobo.
-¿Te lele tipa?-preguntó con su peculiar “idioma infantil”.
Jacobo, que se derretía con los pequeños, sonrió.
- Sí, hijo.-fue la escueta respuesta de un debilitado Jacobo.
- A mí tamen lele tipa. Mi mama dise que es por las chuches. ¿Tu tamen has comido muchas chuches?
Jacobo sonrió ante el desparpajo del pequeño.
-¿Cómo te llamas, hijo?-preguntó encandilado.
- Alejando Matín Cuevaz.-se presentó el niño.
- Anda, si eres tocayo de mi cuñado.-dijo Jacobo y señaló a un divertido Alejandro.-Mira, ese tipo tan feo y flaco se llama como tú.
- Nos ha jodio el Adonis de Ourense.-ironizó Alejandro, que intentaba mantener la calma.
-¿Cuántos añitos tienes, cariño?-preguntó Vicky, mientras le acariciaba la carita al niño, que atento como estaba a la silla de Alejandro, se dejaba hacer.
- Teno cuato añoz.-respondió el chiquitín, mostrando el mismo número de dedos con su manita derecha.-¿Y tú?.-preguntó el pequeño a Jacobo, que se sorprendió con la pregunta.
- Yo tengo algunos más que tú, chiquitín.
-¿Algunos?-repitió Alejandro-Tú no veías Barrio Sésamo de niño ¿verdad?
- Sí, claro, como la mayoría de los que ahora somos cuarentones ¿por qué?-preguntó intrigado Jacobo, que parecía que, distraído como estaba con el pequeño Alex, se había desconectado un poco del dolor.
Alejandro sonrió.
- Porque no tienes muy clara la diferencia entre algunos y muchos.-dijo y se echó a reír, igual que hicieron los demás.-Se ve que no escuchabas a Coco, el monstruito azul que enseñaba las diferencias entre cerca y lejos y muchos y pocos.
- Bueno, sí, es cierto.-reconoció Jacobo.
-¿Cuántoz anoz tenez?-insistió el pequeño aprendiz de periodista del corazón, dada su curiosidad y persistencia.
- “Espero que uno, como todo el mundo”.-pensó Alejandro, y rió.”Las tonterías que uno piensa cuando está nervioso, la leche”
- Pues…cuarenta y seis.-confesó Jacobo al fin.
El niño se llevó las dos manitas a la cabeza.
-¡Alaaaaa, que vejo!-exclamó ni corto ni perezoso, lo que provocó el carcajeo general.- Tenez los añoz de mi abelo Juan.
Alejandro soltó una gran risotada, pues no esperaba semejante comentario de un niño tan pequeño.
-¡Ay le has dao, tocayo!-exclamó Alejandro entre risas, mientras se limpiaba con el dorso de la mano las lágrimas que habían nublado sus ojos a causa de la risa.-¡Que bueno, la leche! El jodio niño, caramba, jajaja.
La madre del niño dio un respingo como impulsado por un resorte.
- ¡Alex, no seas maleducado! Ya te he dicho mil veces que a la las personas mayores no se les pregunta la edad.-exclamó avergonzada, y roja del sofoco.-Perdónele, por favor. Este niño es un fresco.
- No pasa nada.-respondió un sorprendido Jacobo, mientras se reía con cierta desgana pues el dolor comenzaba a ser muy fuerte de nuevo.-Comparado con él, soy poco menos que una momia.
- Eso ha escocio, ¿eh, Jacobo?-siguió “pinchando” Alejandro, ajeno como todos al estado real del hombre que en ese mismo momento se llevó las dos manos al vientre y se dobló hacia delante.
- Carallo-susurró Jacobo, intentando respirar.
Julia se levantó de su asiento y fue a atenderle.
- Cariño, ¿estás bien?
Jacobo levantó la mirada.
- ¿A ti que te parece, Julia?-era evidente que no.-Me duele a rabiar ahora mismo y creo que estoy sangrando de nuevo. Joder ¿Por qué no me llamaron ya, carajo? Los casos de hemorragias tienen prioridad, se supone.
Jacobo se apoyó en los brazos de la silla de ruedas para incorporarse y entonces vio que estaba sangrando nuevamente, como ya había imaginado.
- Alex, ven con mamá.-le pidió su joven madre, de larga melena negra azabache y muy rizada, y que no podía tener más de veintiún años.
El niño obedeció inmediatamente, y se sentó a su lado con los bracitos cruzados como todo un hombrecito. La madre le rodeó con su brazo y le dio un beso en la sonrosada mejilla.
- Tendríamos que comentar a los del control que estás sangrando en abundancia, hijo.-dijo Mauricio, que no se separaba de Jacobo desde que había llegado al hospital una hora larga después de ellos.
Alejandro dio un giro a su silla de ruedas.
- Voy a averiguar por qué no te han llamao ya.-dijo resuelto a ayudar.- Ahora vengo, familia.
En ese momento sonó la megafonía del hospital.
- Jacobo Carreiras Bou…zas, box 14. Jacobo Carreiras Bouzas, box 14.
Alejandro sonrió.
- Coño, si que impongo, no me ha hecho falta acercarme para meterles miedo, la leche.
Una nerviosa Julia acompañó a su marido hasta el interior de la zona de asistencia, acompañados de Mauricio, que como le conocía todo dios en el hospital, entraba y salía de todas sus estancias sin ser amonestado.
En ese momento un guarda de seguridad de gran corpulencia y estatura, se acercó al grupo de personas.
- Disculpe.-dijo dirigiéndose a Alejandro.-¿Está usted esperando a ser atendido?
- No.-respondió Alejandro.-Están atendiendo a nuestro cuñado.
- Entonces, no puede ocupar una silla de ruedas. Haga el favor de sentarse en uno de los asientos normales, que hay de sobras como puede ver, y ya no somos unos críos para andar jugando con ciertas cosas.
Alejandro dijo para sí: ”Verás el chasco que te vas a llevar, compadre”.
- Disculpe, pero esta silla es mía y la necesito.
- Ah, ¿entonces esta silla es suya?-repitió el guarde de seguridad.
Alejandro asintió. “Este tío es gilipollas” pensó.
- Sí, es toda mía.-respondió Alejandro.
El guarda de seguridad se puso de una tonalidad casi granate de la vergüenza y carraspeó.
- Disculpe entonces. Es que se ha perdido una silla y creí que era ésta, que también es negra y gris.
Alejandro asintió y el guarda de seguridad se marchó en dirección a la entrada de ambulancias.
- Como que la Seguridad Social se va a gastar tanto en comprar sillas de aluminio.-dijo Alejandro cuando el guarda se fue.-Ni de coña, vamos.
Miguel sonrió.
- ¿Os apetece un café mientras esperamos noticias?.-preguntó Lalo.
Todos aceptaron la propuesta y Adrián y Miguel le acompañaron para traer entre los tres, cafés para todos.
- Adri ¿Estás seguro de que es buena idea hablar de aquello con tu familia? Sí quieres hablo yo con ellos…
La repentina pregunta de su amigo dejó a Adrián tan sorprendido, que apenas pudo responder con su habitual desparpajo.
- Tú chitón, que eres capaz de liar un cirio. Déjame el tema de la diplomacia a mí.
A Lalo le molestó un poco las palabras de su amigo, pero tuvo que admitir que no estaba falto de razón.
- Es verdad. Te dejo ese tema en tus manos.
- Eso está mejor.- indicó Adrián mostrando una de sus maravillosas sonrisas, sin duda, heredada de su padre, como el resto de su rostro.
*****
Adrián fue quien habló mientras se fumaba nerviosamente un cigarrillo.
- Mal, para que voy a engañarte, Laura.-dijo el menor de sus cuñados.-Está ahí sentado en una silla de ruedas. El pobre se ha pasado todo el camino vomitando.
- Entremos a ver cómo está.-dijo Alejandro.
Así lo hicieron y, como afortunadamente y por extraño que pareciese, no estaba llena de gente la sala de urgencias, se pudieron sentar todos juntos a un lado de las puertas de cristales que daban a la zona de ingreso. Cuando Alejandro se acercó a Jacobo, éste estaba sentado en una destartalada silla de ruedas de acero inoxidable a la que Alejandro le calculó unos quince o veinte años, y a la que le faltaba ambos reposapiés, que habían sido toscamente sustituidos por unas vendas que habían colocado para que hicieran su función.
El hombre, que no dejaba de darse masajes en el abdomen, se recostó en el respaldo de la silla, que al notar el peso de su cuerpo se venció hacia atrás, lo que hizo que Jacobo se asustara y se incorporase de nuevo.
- Carallo, esta silla se cae a trozos, por Dios.-dijo.
- Ya lo creo, lo mismo tiene dos décadas.-dijo Alejandro.-Este modelo era el típico de hospital que se fabricaba a mediaos de los ochenta, como poco. Fue en una como esa en la primera que me senté después de que me pusieran el corsé en la espalda, después de la operación.
- Es incomodísima.-reconoció Jacobo mientras se masajeaba los riñones.-El respaldo se hunde de mala manera.
- Como que te jode más la espalda si te quedas en ella más de cuatro horas seguidas, en cambio en ésta mía, puedo estar sentado en ella más de ocho como si nada.
Jacobo sonrió levemente.
-¿Cambiamos de sillas, cuñado?-preguntó.
- Mira, Jacobo, yo por ti hago lo que sea en este momento, pero de eso a cambiarte mi silla por esa especie de tartana, pues como que no, amigo.
Un pequeño de apenas cinco años y espesa cabellera negra se acercó a Jacobo.
-¿Te lele tipa?-preguntó con su peculiar “idioma infantil”.
Jacobo, que se derretía con los pequeños, sonrió.
- Sí, hijo.-fue la escueta respuesta de un debilitado Jacobo.
- A mí tamen lele tipa. Mi mama dise que es por las chuches. ¿Tu tamen has comido muchas chuches?
Jacobo sonrió ante el desparpajo del pequeño.
-¿Cómo te llamas, hijo?-preguntó encandilado.
- Alejando Matín Cuevaz.-se presentó el niño.
- Anda, si eres tocayo de mi cuñado.-dijo Jacobo y señaló a un divertido Alejandro.-Mira, ese tipo tan feo y flaco se llama como tú.
- Nos ha jodio el Adonis de Ourense.-ironizó Alejandro, que intentaba mantener la calma.
-¿Cuántos añitos tienes, cariño?-preguntó Vicky, mientras le acariciaba la carita al niño, que atento como estaba a la silla de Alejandro, se dejaba hacer.
- Teno cuato añoz.-respondió el chiquitín, mostrando el mismo número de dedos con su manita derecha.-¿Y tú?.-preguntó el pequeño a Jacobo, que se sorprendió con la pregunta.
- Yo tengo algunos más que tú, chiquitín.
-¿Algunos?-repitió Alejandro-Tú no veías Barrio Sésamo de niño ¿verdad?
- Sí, claro, como la mayoría de los que ahora somos cuarentones ¿por qué?-preguntó intrigado Jacobo, que parecía que, distraído como estaba con el pequeño Alex, se había desconectado un poco del dolor.
Alejandro sonrió.
- Porque no tienes muy clara la diferencia entre algunos y muchos.-dijo y se echó a reír, igual que hicieron los demás.-Se ve que no escuchabas a Coco, el monstruito azul que enseñaba las diferencias entre cerca y lejos y muchos y pocos.
- Bueno, sí, es cierto.-reconoció Jacobo.
-¿Cuántoz anoz tenez?-insistió el pequeño aprendiz de periodista del corazón, dada su curiosidad y persistencia.
- “Espero que uno, como todo el mundo”.-pensó Alejandro, y rió.”Las tonterías que uno piensa cuando está nervioso, la leche”
- Pues…cuarenta y seis.-confesó Jacobo al fin.
El niño se llevó las dos manitas a la cabeza.
-¡Alaaaaa, que vejo!-exclamó ni corto ni perezoso, lo que provocó el carcajeo general.- Tenez los añoz de mi abelo Juan.
Alejandro soltó una gran risotada, pues no esperaba semejante comentario de un niño tan pequeño.
-¡Ay le has dao, tocayo!-exclamó Alejandro entre risas, mientras se limpiaba con el dorso de la mano las lágrimas que habían nublado sus ojos a causa de la risa.-¡Que bueno, la leche! El jodio niño, caramba, jajaja.
La madre del niño dio un respingo como impulsado por un resorte.
- ¡Alex, no seas maleducado! Ya te he dicho mil veces que a la las personas mayores no se les pregunta la edad.-exclamó avergonzada, y roja del sofoco.-Perdónele, por favor. Este niño es un fresco.
- No pasa nada.-respondió un sorprendido Jacobo, mientras se reía con cierta desgana pues el dolor comenzaba a ser muy fuerte de nuevo.-Comparado con él, soy poco menos que una momia.
- Eso ha escocio, ¿eh, Jacobo?-siguió “pinchando” Alejandro, ajeno como todos al estado real del hombre que en ese mismo momento se llevó las dos manos al vientre y se dobló hacia delante.
- Carallo-susurró Jacobo, intentando respirar.
Julia se levantó de su asiento y fue a atenderle.
- Cariño, ¿estás bien?
Jacobo levantó la mirada.
- ¿A ti que te parece, Julia?-era evidente que no.-Me duele a rabiar ahora mismo y creo que estoy sangrando de nuevo. Joder ¿Por qué no me llamaron ya, carajo? Los casos de hemorragias tienen prioridad, se supone.
Jacobo se apoyó en los brazos de la silla de ruedas para incorporarse y entonces vio que estaba sangrando nuevamente, como ya había imaginado.
- Alex, ven con mamá.-le pidió su joven madre, de larga melena negra azabache y muy rizada, y que no podía tener más de veintiún años.
El niño obedeció inmediatamente, y se sentó a su lado con los bracitos cruzados como todo un hombrecito. La madre le rodeó con su brazo y le dio un beso en la sonrosada mejilla.
- Tendríamos que comentar a los del control que estás sangrando en abundancia, hijo.-dijo Mauricio, que no se separaba de Jacobo desde que había llegado al hospital una hora larga después de ellos.
Alejandro dio un giro a su silla de ruedas.
- Voy a averiguar por qué no te han llamao ya.-dijo resuelto a ayudar.- Ahora vengo, familia.
En ese momento sonó la megafonía del hospital.
- Jacobo Carreiras Bou…zas, box 14. Jacobo Carreiras Bouzas, box 14.
Alejandro sonrió.
- Coño, si que impongo, no me ha hecho falta acercarme para meterles miedo, la leche.
Una nerviosa Julia acompañó a su marido hasta el interior de la zona de asistencia, acompañados de Mauricio, que como le conocía todo dios en el hospital, entraba y salía de todas sus estancias sin ser amonestado.
En ese momento un guarda de seguridad de gran corpulencia y estatura, se acercó al grupo de personas.
- Disculpe.-dijo dirigiéndose a Alejandro.-¿Está usted esperando a ser atendido?
- No.-respondió Alejandro.-Están atendiendo a nuestro cuñado.
- Entonces, no puede ocupar una silla de ruedas. Haga el favor de sentarse en uno de los asientos normales, que hay de sobras como puede ver, y ya no somos unos críos para andar jugando con ciertas cosas.
Alejandro dijo para sí: ”Verás el chasco que te vas a llevar, compadre”.
- Disculpe, pero esta silla es mía y la necesito.
- Ah, ¿entonces esta silla es suya?-repitió el guarde de seguridad.
Alejandro asintió. “Este tío es gilipollas” pensó.
- Sí, es toda mía.-respondió Alejandro.
El guarda de seguridad se puso de una tonalidad casi granate de la vergüenza y carraspeó.
- Disculpe entonces. Es que se ha perdido una silla y creí que era ésta, que también es negra y gris.
Alejandro asintió y el guarda de seguridad se marchó en dirección a la entrada de ambulancias.
- Como que la Seguridad Social se va a gastar tanto en comprar sillas de aluminio.-dijo Alejandro cuando el guarda se fue.-Ni de coña, vamos.
Miguel sonrió.
- ¿Os apetece un café mientras esperamos noticias?.-preguntó Lalo.
Todos aceptaron la propuesta y Adrián y Miguel le acompañaron para traer entre los tres, cafés para todos.
- Adri ¿Estás seguro de que es buena idea hablar de aquello con tu familia? Sí quieres hablo yo con ellos…
La repentina pregunta de su amigo dejó a Adrián tan sorprendido, que apenas pudo responder con su habitual desparpajo.
- Tú chitón, que eres capaz de liar un cirio. Déjame el tema de la diplomacia a mí.
A Lalo le molestó un poco las palabras de su amigo, pero tuvo que admitir que no estaba falto de razón.
- Es verdad. Te dejo ese tema en tus manos.
- Eso está mejor.- indicó Adrián mostrando una de sus maravillosas sonrisas, sin duda, heredada de su padre, como el resto de su rostro.
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