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lunes, 26 de octubre de 2015

Capítulo 85.



  Mientras Julia estaba con su marido, los demás se dirigieron a uno de los dos comedores que hacían las veces de sala de estar para los pacientes que podían levantarse y pasar allí el rato en solitario o en compañía de sus familiares. Adrián y Lalo sacaron unos refrescos de la máquina expendedora que había allí junto con otra de agua, y los repartieron entre los demás.

- Gracias, Lalo.-dijo Vicky cuando el rubio amigo de su hermano le entregó una coca cola sin cafeína.


- Espero haber acertado.-dijo el joven con tono solícito.


- Claro que sí, no te preocupes.-respondió Vicky sonriendo al joven, que le había caído estupendamente nada más conocerle.- Con este calor, con que esté fresquita ya me vale.


- Alejandro ¿coca o té frío?-le ofreció Lalo, mostrándole ambas latas.


- El té es perfecto, gracias.-dijo mientras se lo cogía.


- ¿Puedo?.


  La pregunta sorprendió a Alejandro, que no se había dado cuenta que con su silla impedía que alguien se sentase en la única que estaba libre junto a una gran mesa redonda, donde seguramente comían alguno de los pacientes, imaginó. La estancia tenía en lugar de paredes dos grandes cristaleras, por lo que a esas horas entraba un sol magnifico que llegaba hasta el pasillo.


- Disculpa…


-¿Qué si puedo sentarme a tu lado en esa silla?.-explicó Lalo señalando la que estaba desocupada junto al hombre.


   Alejandro siguió con la mirada a donde señalaba el otro con el dedo y de repente comprendió la pregunta.


- Oh, si, por supuesto. Disculpa, estaba distraído.-dijo mientras quitaba los frenos a su silla y se apartaba un poco para dejarle pasar.


- Espero que lo de Jacobo acabe bien.-dijo Lalo.


- Claro que si.-respondió Alejandro después de dar un trago.-Lo peor ya ha pasao. Ahora le queda lo más jodio, el postoperatorio, que imagino que siendo una cosa de vientre, será bastante doloroso.


- Creo que tienes razón, Alejandro.-admitió Lalo mientras abría su lata con la mano izquierda.


- Eres zurdo de los de verdad ¿eh?-indicó Alejandro.-Te he estado observando desde que te conozco y no usas la mano derecha ni para apartarte un mechón de pelo de la cara.


  Lalo sonrió.


- Sí, es cierto. Soy zurdo total. Vamos que como me rompa la mano izquierda, veo a Adri dándome de comer y todo.


  Alejandro sonrió.


- Mientras no lo necesites en el retrete, todo irá bien.-bromeó.


- Eso es verdad. Sería muy embarazoso que tuviese que limpiarme la retaguardia.


- Bueno, te acostumbrarías.-dijo Alejandro.-En tu caso sería algo temporal. Lo jodio es cuando es permanente.


- Ya imagino.


- Ya.


  ¿Cómo hacer ver a la gente que una cosa así no se puede imaginar, sino que tienes que vivirla para saber lo que se siente? Eso era algo que Alejandro no conseguiría entender jamás. El afán de los demás por hacerte ver que saben cómo te sientes en ciertas ocasiones que no han llegado a experimentar en sus vidas.


   Al cabo de casi una hora, Vicky, que ya estaba impaciente, se dirigió a la habitación de su cuñado, y después de llamar suavemente con los nudillos, entró muy despacio.


-¿Cómo está, cariño?-preguntó a su hermana, que permanecía sentada en un sofá que estaba junto a la cabecera del enfermo.


- Duerme tranquilo.-dijo Julia mientras le acariciaba la mano derecha a su marido. Que no se había movido nada. Al parecer no había despertado ni al oír cómo se abría la puerta de la habitación.


   Echó una rápida ojeada a la estancia y se quedó prendada de la diferencia que había entre una sala convencional y otra privada como aquella. Para empezar, solo había una cama, el espacio que debía ocupar la segunda había un sofá de tres plazas y una mesa redonda con dos sillas confrontadas, junto a un espacioso ventanal que daba al exterior, donde se veía un hermoso jardín donde abundaban todo tipo de plantas que en ese momento del año lucían sus flores en su máximo apogeo. También tenía un armario de color claro de dos puertas que estaba frente a los pies de la cama, y a su lado, y acollada a la pared un televisor de tamaño medio y pantalla plana con TDT y reproductor de DVD incorporado, que a Vicky le pareció que era de mejor calidad que el suyo propio, cosa que la deprimió un poco. También le dio tiempo de mirar hacia el cuarto de baño, en el que no faltaba nada. Ni tan siquiera una hermosa ducha con mampara y un secador de pelo con soporte acollado a la pared.


- Vaya habitación, Julia.-susurró mientras se acercaba a Jacobo para verle.-Jacobo tiene mejor aspecto del que esperaba, teniendo en cuenta la noche de perros que ha pasado el pobre. En mi vida imaginé que le vería padecer de esa manera, pobrecillo.


- Es cierto.-admitió Julia acariciándole la cara a su marido.-Además, con lo sufrido que es, seguro que las estaba pasando putas y no dijo nada hasta que se vio obligado a hacerlo después de caerse por las escaleras.


- A mí, cuando estábamos a solas en casa el día de la comida, me dijo que no se acababa de sentirse bien desde que le operaron. Tenía molestias y eso.-reconoció Vicky.


- Eso en Jacobo equivale a dos semanas o más de intensas molestias, con casi total seguridad.-dijo Julia, que conocía muy bien a su marido.


- Desde luego, mira que tiene delito el jodido gallego.-susurró Vicky.


- Cuando se recupere ya hablaremos este y yo.-amenazó Julia.


- Pues no quisiera estar en su pellejo.-dijo Vicky.


  Ambas mujeres sonrieron. En ese momento, Jacobo se removió un poco en la cama y emitió un leve quejido.


- No te muevas, cariño.-le pidió Julia mientras se levantaba para cogerle la mano derecha, con la que intentaba tocarse el vendaje del abdomen.-No te toques ahí, mi vida. Te harás daño.


- Me duele el vientre, Julia.-susurró el enfermo, con voz apagada.


- Lo sé, mi vida, pero no te toques. Cuando sea el momento adecuado te pondrán otro calmante y se te pasará el dolor. Ya lo veras, cariño.


  Jacobo asintió y al cabo de unos minutos se quedó dormido de nuevo.


  Vicky salió más tranquila de la habitación de su cuñado y se sentó al lado de su madre. Alejandro se le acercó para interesarse por Jacobo.


- Está muy débil, pero ha abierto los ojos un momento.-dijo.


- Bueno, aun es pronto.-comentó Alejandro.-Aún tiene que estar medio tarumba de tanto calmante que seguro le están metiendo en el suero. Hasta dentro de unas horas no estará completamente despierto.


  Vicky asintió.


- He quedado alucinada con la habitación.-reconoció Vicky.-Es preciosa y tiene hasta televisor con TDT. Y menudas vistas que tiene desde la ventana. Se nota que es privada.


- Lo que nota que se han querido esmerar con el colega.-dijo Miguel, que solía ser muy perspicaz.-Supongo que habrán pensado que si le trataban a cuerpo de rey no denunciaría al incompetente del matasanos que le dejó las gasas en la barriga.


- Bueno, eso a estos de aquí no les incumbe, digo yo.-opinó Alejandro.


- No directamente, pero sí que perjudica a la buena imagen del colectivo, y eso no es buena prensa para nadie.


  Alejandro asintió.


- Eso sí.-reconoció.-Mirándolo de ese modo, si que les interesa quedar bien con Jacobo.


  Miguel asintió.


- Claro.


  En ese momento llegaron Adrián y Lalo, que propusieron que Julia les acompañase a la cafetería para tomar alguna cosa.


- No tengo ganas, Adri.-dijo Julia.


- Pues tienes que criarlas, Julia.-le dijo su hermano.-Si no comes nada caerás enferma y entonces no podrás cuidar de Jacobo ¿no te parece? Él te va a necesitar fuerte cuando le den el alta. Durante varias semanas dependerá de ti para casi todo y si tú no estás bien, no podrás cuidarle como es debido ¿no te parece?


- No puedo comer, Adrián. Tengo el estómago cerrado.


- Venga, aunque solo sea un café con leche.-le sugirió Lalo, que se mostraba muy atento a pesar de que hacía poco que conocía a la familia.


- No puedo, de verdad.-insistió la mujer, que ahora llevaba el cabello atado con una cola de caballo como la de Vicky, pero más lisa y fina.


- Vamos hermanita, que te espera un rico café con leche que lleva tu nombre escrito en la taza.-dijo Adrián a modo de apremio.


- Julia, deberías intentar tomar algo.-intervino Alejandro.-Créeme si te digo que aunque no comas a Jacobo no le vas a ayudar en absoluto.


- Ya lo sé, pero…


- Venga, va, un chocolate sí que te apetecerá-le ofreció Lalo.-Que se por tu hermano que eres una golosa sin remedio.


  Julia sonrió.


- Está bien, acepto ese chocolate, chicos.-se rindió Julia al fin.


- Estupendo, venga, yo invito.-indicó Lalo contento de su éxito. Julia se dirigió a Vicky.


- Vicky ¿te quieres quedar con Jacobo hasta que yo regrese?. Solo serán cinco minutos.


- Por supuesto, no te preocupes.-respondió Vicky.-Nos quedaremos con él Alejandro y yo, tranquila. Y que sean quince, que necesitas despejarte, corazón.


- Si pasa algo…


  Alejandro no la dejó acabar por que imaginaba por donde andaban los pensamientos de Julia, y quiso apartarlos de su mente.


- Si se despierta y quiere verte, te vengo a buscar, no te preocupes.


  Julia asintió.


- Gracias, Jacobo.-dijo Julia y de repente advirtió que había nombrado a su marido.-Ay, perdona, Alejandro.


  Alejandro sonrió y le cogió la mano.


- No te preocupes, me halaga que me confundas con tu marido. Se ve que le quieres mucho.


- Muchísimo, Alejandro. No sé qué haría yo sin él a estas alturas de mi vida. Jacobo lo es todo para mí, mi amigo, mi compañero, mi…todo.


  Alejandro carraspeó y miró a Julia.


- Bueno, voy a ver si consigo que se despierte “el bello durmiente” de ahí adentro.-dijo echando a rodar su silla detrás de Vicky.-Tu vete tranquila, que está en buenas manos con Vicky y conmigo.


   Julia se dispuso a seguir a su hermano y a Lalo hasta los ascensores, aunque miró para atrás un par de veces como esperando que su marido la llamase, pero eso no sucedió y acabó metida en el ascensor con los dos hombres, que la miraban disimuladamente, intentando adivinar que hacer para que se sintiera más tranquila, pero ellos sabían por lo que Julia estaría pasando, ahora que habían encontrado, el uno en el otro, la mitad de la naranja que a algunas personas les lleva media vida hallar, cosa que ellos habían conseguido tan solo unos meses atrás, pero que ambos debían camuflar delante de sus familiares hasta dar con el momento propicio para contarlo sin miedo a los prejuicios.



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