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sábado, 27 de julio de 2013

Capítulo 12.

  El lunes por la mañana, Vicky tenía fiesta, pues abrían el sábado hasta mediodía, y, además aún estaban arreglando el tema de la electricidad, y pasó gran parte de la jornada la pasó limpiando su piso y luego el portal. Cuando lo estaba terminando de barrer, para luego pasarle la fregona, se abrió la puerta de, los vecinos de la puerta de al lado. Y pareció doña Consuelo de Gómez, como a ella le gustaba que la llamasen a raíz de su boda con el Dr. Ambrosio Gómez, un conocido médico de familia ya jubilado desde hacía varios años.

- Buenos días, querida Vicky.-saludó la engreída y chismosa doña Consuelo, una mujer de unos setenta años de cabellos grises y complexión delgada pero bastante fibrosa para su edad.


- Buenos días, señora Consuelo.- dijo. Sabía que la mujer prefería que la nombrasen por el apellido de su esposo, pero esa era razón suficiente para que Vicky, que no la soportaba por chismosa, hiciera caso omiso de ello.


- ¿Hoy no trabajas, querida?-preguntó como “corresponsal” en ese rellano de “Radio Patio”.


- No, ya sabe que los lunes por la mañana cerramos la tienda.-dijo y pensó “Me iba yo a escapar sin que me sometiera al tercer grado”.


- Es cierto, no recordaba que hoy es lunes.-admitió la señora de Gómez.-Ayer por la tarde fuimos a llevarle flores a las tumbas de mi hija y mis nietos y eso me afecta mucho. Parece que esa herida nunca va a cerrar y ya han pasado más de ocho años.

   Vicky la miró extrañada. Era la primera vez en tres años que hacía que se habían trasladado a ese edificio, que la señora de Gómez no consideraba a la altura de un médico, que le hablaba de ello.


- No sabía que ustedes tenían una hija, lo siento.-se disculpó Vicky sin saber por qué lo hizo.


- Sí, su marido se debió dormir al volante y se mataron los niños y mi hija, pero mi yerno se salvó gracias a Dios.-las últimas palabras las pronunció con cierto aire irónico apenas disimulado por la mujer.


- Pobre hombre, debió ser horrible para él.-dijo Vicky con absoluta sinceridad.


- Pues no lo sé. Hace años que no tenemos contacto con él. No puedo perdonarle que su imprudencia asesina acabase con mi única hija y mis nietos. No me lo dijeron en su momento, pero imagino que debía ir borracho y se le fue el coche. Lo único que lamento es que él sigue vivo y mi hija y nietos no.

- No debe decir eso, seguro que su yerno sufre tanto o más que usted. Recuerde que su pérdida fue mucho mayor.


-¡Ja!.-exclamó con desdén.-ese debe andar con cualquier fulana desde hace años. Vamos, un viudo alegre es lo que es ese irresponsable. Bueno, querida, no te interrumpo más, me voy a ver la TV que empieza mi telenovela favorita.


   Por lo visto, pensó Vicky, ya había soltado su primera, o tal vez segunda, dosis de veneno del día y, que de haber nacido en la Nueva Inglaterra del siglo XVII, había acabado, sin el menor género de dudas, chamuscada en cualquier plaza pública.

- Pues no se la debe perder.-dijo Vicky alegrándose de perderla de vista.


   Marga llamó a Vicky a eso de mediodía para decirle que todo estaba solucionado y podían abrir esa tarde, como siempre. Por la tarde, Vicky llegó a la tienda bien temprano y después de abrir se dedicó a colocar los nuevos artículos en el escaparate.
               
   A las cinco y diez llegó Marga.


- Buenas tardes, Marga.-saludó a su socia cuando la vio entrar.


- Hola, cielo. Que cara de alegría tienes. ¿Tienes algo que contarme, encanto?


   Victoria apenas pudo disimular una risita nerviosa, más propia de una adolescente que de una mujer que ya había pasado la primera mitad de la treintena.


- No, nada, ¿por qué dices eso?.-trató de disimular, pero era imposible esconder la luminosidad de su rostro. Incluso se había pintado los labios de color rojo apagado, cosa que no solía hacer muy a menudo.

- Vicky, te conozco hace años y a ti te ha pasado algo bueno. Vamos, a juzgar por su sonrisa, ha debido ser algo buenísimo. A mí no me la das, Nicolás.-bromeó. Vicky se acercó al mostrador donde ya estaba su amiga y le sonrió de nuevo.-¿Me lo vas a contar por propia iniciativa o tengo que torturarte para que lo hagas de una vez?


- Le he conocido, Marga, y es encantador.-fue la escueta explicación que dio Vicky.


   Marga la miró intrigada.


- Pero, ¿de qué o, mejor dicho, de quién hablas?


- De Alejandro Jaureguibeitia, un hombre maravilloso.


   Marga estaba desconcertada.


- ¿Quién demonios es ese tal Alejandro Jaureguibestia?


   Vicky rió la pronunciación de Marga.


- Jaureguibeitia, su apellido es vasco. Marga, es el hombre del otro día, el de la silla de ruedas. Me lo encontré el sábado en la plaza y me invitó a tomar un té frío y luego me llevó a comer una fideuá en el “Mogambo”.

  Marga abrió unos ojos como platos.


-¡Ay, que se me ha enamorado la niña!.-el grito tan fuerte que debieron oírlo en toda la calle.-Cuéntamelo todo, y con lujos de detalles.-estaba apoyada al mostrador por la parte de fuera y Vicky por dentro.


   Vicky, dejó unos libros en las estanterías de detrás de ella y volvió junto a Marga.


- Pues eso, que yo estaba en una terraza tomándome un café y de pronto le vi entre la gente. Cuando me vio, me reconoció por lo visto y se acercó a saludarme. Yo me hice la sueca un poco…


- Que mala eres, mujer.-le interrumpió- ¡Venga, sigue!.


- Pues ea, que se sentó a mi mesa y me invitó a otro cafecito. Estuvimos charlando un buen rato y cuando nos dimos cuenta era hora de comer y entonces me propuso ir a “Mogambo”, que resulta que conoce al dueño, y acepté, claro. Nos tomamos una fideuá riquísima y un flan de huevo casero… 


   Marga volvió a intervenir.


-¡Pero no me cuentes el menú, ves al grano, mujer!-exclamó Marga, excitada como una adolescente.


   Vicky se echó a reír.


- Vale, vale… bueno, pues, después de comer dimos un paseo y… ya está.


   Marga hizo un gesto de decepción.


-¿Y eso fue todo?-Marga estaba realmente desilusionada, pues tenía la esperanza de que le contase algún detalle “jugoso”.


- Me contó que tuvo un accidente hace nueve años. En el murieron su mujer y sus dos hijos pequeños, y él quedó paralítico.-Vicky se puso seria de repente. Apesadumbrada, tal vez.- A pesar del tiempo que ha pasado, se ve que sigue muy afectado. Marga, mientras me lo contaba se le saltaron las lágrimas un par de veces, fue muy triste, la verdad.


   Marga se puso seria.


- Pobre, no me extraña, debió ser espantoso.


- Pues, si.-replicó Vicky algo distraída.- Debe ser lo peor que te puede pasar en esta vida.


   Marga recordó en ese momento donde había oído la antes la voz de Alejandro, “muy adecuada para doblaje”, se dijo.


- Vicky, acabo de recordar donde he oído antes la voz de Alejandro. Fue en el cementerio cuando fui a llevar unas flores a mi hermana Gloria, ¿te acuerdas que fui hace cosa de unos quince o veinte días?

   Vicky asintió.


- Sí, recuerdo que era un domingo, si, fue a mediados de enero más o menos, ¿no?


- Pues, si, fui para el aniversario de la muerte de mi hermana, el día catorce del mes pasado. Pues le escuche allí, creo que estaba en el pasillo contiguo al que estaba yo.-negó con pesar.-Pobre hombre, si le hubieras oído llorar y decir que se quería morir. Hablaba según le pude entender, porque lloraba como un crío, con una mujer, y por la forma de dirigirse a ella diría que era la suya. Alejandro te dijo que está viudo ¿no?
    
   Vicky asintió.


- Sí, así es.-dijo su socia.-Murieron en un accidente ella y los dos niños.


- Pues sí, cuadra con lo que decía aquel día. Hablaba con una tal…Elsa…Rosa…no, no, Elisa, si eso, Elisa. Y los niños, también los nombró, Alberto, creo. El de la niña no recuerdo, pero no era un nombre corriente.


- ¿Carlota?-preguntó Vicky.


   Marga asintió vehementemente.


- Eso, si, Carlota. Así nombró a su hija. Era él, sí, seguro.


- Que pena, pobre Alejandro, debe haber sufrido lo inimaginable en estos ocho años y pico…


- Lo que no está escrito, amiga.-añadió Marga.


   De repente entraron varios clientes y se pusieron a atenderles. La tarde fue animada, no hubo colas, pero no faltaron clientes tanto nuevos como habituales. A última hora de la tarde, la cosa fue más lenta, los clientes entraron más espaciados.


   A eso de las siete, sonó el teléfono y Marga fue a atender la llamada.


- Es para ti, Vicky.


   La mujer fue hacia el teléfono extrañada, nunca la habían llamado a la tienda. Su familia y conocidos, usaban el móvil para hablar con ella.


-¿Quién es, Marga?


   Su amiga, que tenía el auricular tapado con la mano, respondió con una enorme sonrisa en la cara.
- ¡Es él!-dijo en una extraña mezcla de grito y susurro.-Ains, que voz más bonita tiene, chica.-Vicky se arregló la coleta, ante la risa de su amiga.-¡Vicky, por Dios, que por teléfono no puede verte!


   La mujer se echo a reír.


- Es cierto, ojú, seré tonta, vamos dame el teléfono ya.

   Marga se lo entregó y regresó al mostrador. Aunque intentaba escuchar la conversación, sólo le llegaban a los oídos palabras sueltas y sonidos de asentimiento, y alguna que otra risita nerviosa.


   Al cabo de unos diez minutos Vicky colgó y regresó de nuevo al mostrados, donde la esperaba una expectante Marga, que trataba de disimular su interés jugueteando con la cadenita dorada de sus gafas para leer, de una estrafalario montura de pasta de varios colores a cada cual más chillón.


-¿No me lo vas a contar, Vicky?-estaba muy intrigada.


   Su socia sonrió abiertamente, pues era consciente que su amiga estaba siendo presa de un grave ataque de “curiositis” aguda.


- Pues me ha preguntado que si me lo pasé bien, y todo eso, y me ha invitado a cenar el domingo.


   Marga dio un grito de júbilo.


- Que generoso, además de guapo. Es el hombre perfecto, Vicky.-dijo al tiempo que daba un pequeño codazo de complicidad a su amiga.


- Marga, no empieces que te veo venir. Tú eres capaz de organizarme la boda ya mismo.


   Ambas se echaron a reír.


- Cómo me conoces, pájara.


- Te conozco, y te temo, Margarita.


   Marga puso su mejor cara de “yo no he sido”.


- Pues no sé por qué, la verdad.-y acabó soltando una de sus estruendosas carcajadas.


- Anda, déjalo ya, joía. Volvamos al trabajo.

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