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domingo, 28 de julio de 2013

Capítulo 13.

      Después de muchas dudas, Alejandro decidió que, finalmente, saldría con Vicky, después de todo sólo eran amigos y, además, él se merecía un rato de distracción después de una horrible semana llena de noches en vela y pesadillas recurrentes, que le provocaban un gran desasosiego. A esa cita le siguieron una, dos, tres y hasta cuatro más en pocas semanas. Un día Alejandro se armó de valor y la invitó a cenar. El domingo de la cita Alejandro estaba tan nervioso como un chico de quince años. Estaba decidido a romper con los miedos y las dudas.


- Myrna, ¿Dónde está mi camisa color vainilla?


  Alejandro, después de ducharse, en albornoz y aún con el cabello algo húmedo, estaba en su dormitorio buscando en el armario algo que combinase. Hacía más de veinte años de su última “primera cita”, pero estaba igual de nervioso que cuando tenía veinte años. En dos ocasiones estuvo a punto de anular la cena, pero la insistencia de Myrna, y sus amenazas de tirar el móvil por la ventana, acabaron ganando y ahí estaba él, preparándose para salir a cenar con una mujer después de casi una década casi sin vida social. Se miró al espejo y observó que entre los sus cabellos color castaño claro empezaban a asomar ya algunas canas en las que no había reparado hasta ese momento. Se sintió ridículo, a sus cuarenta y cinco años y nervioso como un colegial, y eso que, en realidad no era una cita, simplemente salía a cenar con una nueva amiga.


    Al cabo de un rato apareció Myrna con la camisa que Alejandro había estado buscando durante un bien rato por todo el armario ropero de su cuarto, recién planchada.


- ¿Buscaba esto, Alejandro?-levantó la camisa en el aire.


   Alejandro estaba sentado en su cama poniéndose, no sin trabajo, unos pantalones vaqueros azul oscuro. Levantó la vista y se quedó asombrado al ver la camisa que no encontraba en las manos de Myrna.


- ¿Cómo diantre sabias que me iba a poner esa camisa y no otra? ¿Eres medio bruja o qué?


   Myrna se empezó a reír y dejando la camisa sobre la cama dijo:


- Bueno, mi ex marido eso dice. Puede ser que tenga razón. Pero no era difícil adivinar, pues se pone esta camisa en ocasiones muy especiales. La última vez fue hace un mes para ir a comer con su editor. Además me ha preguntado si estaba lavada en, al menos, siete ocasiones en los últimos dos días.

   Alejandro se rió y cogiéndole la camisa y empezó a ponérsela, pero cuando terminó de abrocharla se dio cuenta de que se había saltado un botón. La desabrochó con impaciencia y empezó de nuevo.


- Myrna, no saldrá bien, estoy tan nervioso que voy a atropellarla con la silla.
-¿No va a llevar el coche?


   Alejandro, que ahora se estaba peinando frente al espejo de su dormitorio, la miró través de él.
  
- Sí, claro, mujer, pero no puedo entrar en el restaurante con coche y todo ¿no crees?


   Myrna soltó la risa.


- Sí, es cierto, que boba soy.-de repente advirtió que a Alejandro le faltaba algo, pero no podía adivinar el que, de pronto se dio cuenta.-Vaya, al fin se peló esa espantosa barba que llevaba hace semanas. Ahora luce mucho más joven y está, si me lo permite, rebueno.


   El hombre se acarició el mentón que aún le escocía después de haberse pasado la cuchilla y sonrió.

- Vaya eso es un señor cumplido, pero ten cuidao que te va a crecer la nariz como a Pinocho.


   Myrna, que estaba al lado del armario observando cómo se arreglaba, puso su pose más conocida, con los dos brazos en jarras.

- Vamos, no diga boberías.-exclamó Myrna.-Es muy cierto, se lo crea o no.


- Está bien, gracias, acepto el cumplido.


   Alejandro estaba ya casi listo, pero le quedaban por poner unos zapatos negros. Con la mano izquierda bien apoyada en el centro de su cama de metro treinta y cinco, se cogió con la otra la pierna izquierda por la pernera del vaquero y de un fuerte impulso la subió a la cama, entonces, no sin trabajo, pues el pie estaba girado hacia fuera por la atrofia de la parálisis, se colocó un zapato y luego, subiendo la otra pierna de la misma forma, se puso el otro. Después de eso se sentó a descansar unos segundos, pues era una tarea ardua vestirse sólo. Cuando recuperó las fuerzas puso la mano derecha en la parte exterior del asiento de su silla, y de un fuerte impulso se sentó en ella. Después de colocar los pies bien rectos en su sitio, se puso un suéter color gris con cuello en pico y una americana azul marino, que había quedado un poco subida, se puso una corbata color granate pálido se pasó un poco de colonia por la barbilla y ya estaba listo para salir.


   Cuando Myrna le vio aparecer en el salón lanzó un gran silbido de admiración.


-¡Guau!, esto es un hombre guapo y no los que se ven en las telenovelas.- exclamó.


   Alejandro se sonrojo visiblemente.


- Myrna, no te burles de mi, mujer.- dijo acobardado por el piropo que acababa de recibir, pues ni él recordaba la última vez que una mujer que no fuese Elisa le lanzase un cumplido.


   Myrna se plantó delante de él con su orondo cuerpo y con los brazos en jarras.


- No me estaba burlando. Mi cumplido era sincero. Alejandro, se ve muy elegante.


- Myrna, no sé si hago bien, tengo muchas dudas. Vicky me gusta, eso seguro, pero me da miedo ilusionarme y que luego ella me rechace cuando sepa que yo no puedo….bueno, ya me entiendes ¿no?


   Myrna asintió.


- Sí, le entiendo. Pero si no prueba nunca sabrá si funcionará o no. Yo creo que si usted le gusta a ella, pues no le importará nada ese “problema”


- No es un “problema”, es un “Gran Problema”, Myrna. Yo no sé si ella aceptará a un hombre como yo.


-¿Qué quiso decir usted?


- Ya sabes…


   Alejandro era consciente que no tenía que acabar la frase para que ella supiese lo que quería decir.


- No, no lo sé.-dijo intentando hacerle creer que ella no reparaba en “su problema”, pero no era así, aunque, pensó, jamás dejaría de animarle a conseguir sus metas, por difícil y tortuoso que fuese el camino.- Es un hombre inteligente, simpático, buen mozo, atractivo como dicen ustedes. Yo no veo el problema por ningún lugar.


- Myrna, por si no te acuerdas, estoy paralítico. Mi cuerpo de cintura para abajo está muerto por completo. No funciona “nada” como debiera. NA-DA.


- Ah, ya, bueno, yo pienso que eso no es lo más básico en una pareja. Lo más importante es que haya amor. Además, recuerde que usted ya no es un jovencito de quince años con las hormonas alborotadas, y ella tampoco.


- Eso por unos días está bien, pero no puedo pretender que renuncie al sexo por mí, eso jamás.


   Myrna le puso una mano en el hombro.


- ¿Acaso usted no renunciaría por ella, si la situación fuese al contrario?


- No lo sé.-respondió Alejandro con tono algo brusco, a su pesar.- Y de todas formas ese no es el caso. Soy yo el paralítico, no ella.


- Hágame caso, si le gusta tanto como ella a usted, seguro que acepta la situación. Usted muéstrese tal y como es, no oculte lo que siente, relájese, y déjese llevar por lo que sienta a cada momento. Si es sincero, seguro que ella lo aceptará tal y como está.


- Myrna, te forrarías si trabajases de psicóloga, eso te lo aseguro.


   Ella rió.


- No lo creo, yo digo lo que siento, sólo eso. Déjese llevar por sus sentimientos y verá como todo sale bien.- levantó los brazos en un gran espaviento- ¡Y márchese ya, que llegará tarde a la cita!


- Que no es una cita, sólo somos unos amigos que se ven de vez en cuando para tomar algo y que hoy van a cenar juntos por primera vez.


- Bueno, pero por algo se empieza.-y empujándole la silla con los mangos situados a la altura de los riñones lo llevó hasta la puerta, le entregó en mano las llaves del coche, y abrió la puerta de la calle- ¡Y, lárguese ya, hombre de Dios, caray!.


  Alejandro rió en cuando le dejó en la calle, se arregló el nudo de la corbata, y dijo:


- No sé por qué me da la sensación de que me estás echando de mi propia casa.-ella le miró por


encima de sus gafas.- Está bien, Myrna, no me esperes levantada, no sé cuando volveré.


   La mujer hizo un gesto de disgusto.


- ¿Y si necesita ayuda cuando vuelva?


  Alejandro la miró con sonrisa burlona.


- No te preocupes, ya se cambiarme solito el pañal.-dijo con la misma confianza que se lo diría a su propia hermana.


- Lo sé, pero….- él no la dejó acabar la frase.


- Pero, nada, yo me voy. Y cuando regrese no quiero que estés despierta esperándome ¿estamos?


-Pareció una orden, pero Myrna sabía que no lo era del todo. Solo reclamaba cierta autonomía, y ella le comprendía más de lo que él creía.
 
   Myrna hizo un gracioso saludo militar a la vez que se cuadraba y gritaba con tono fuerte:


-¡Señor. Sí, señor!


- Myrna eres una payasa.-comentó él entre risas.


- Sí, pero conseguí arrancarle una risotada.

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