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domingo, 28 de julio de 2013

Capítulo 14.

  Vicky se miró por enésima vez en el espejo de cuerpo entero de su cuarto. Se había cambiado tres veces de traje, primero un vaquero, demasiado informal, luego un vestido largo, demasiado arreglada, y ahora llevaba un pantalón verde oscuro un suéter largo color hueso con cuello en “V”, adornado por un fular estampado en tonos verdes y beige y para rematar el vestuario se puso una elegante chaqueta de color negro, los complementos elegidos fueron su bolso negro de piel y unos zapatos de tacón medio del mismo color. Como única joya unos pendientes de palomilla con una sola perla. Se pintó los labios, se dio un ligero toque de colorete y algo de rímel. Volvió a mirar al espejo y esta vez sí quedó satisfecha.

   Cuando Óscar la vio salir arreglada se puso a ladrar y hacer giros sobre sí mismo a dos patas, esperando que con sus “gracias” su dueña aceptase volverlo a sacar por segunda vez esa noche, pero no le salió bien la jugada. Al salir del piso Vicky aún seguía oyéndole ladrar a pleno pulmón. De repente advirtió que no se había puesto perfume, pero se acordó que le habían dado una muestra en su perfumería de siempre, la buscó en el bolso y se echó una gota detrás de cada oreja y en el escote, también se puso en las parte interna de las muñecas. Después ya estaba lista y salió a la calle a esperar a Alejandro que había quedado en pasar a buscarla personalmente.

   A las nueve en punto apareció el Citroën C4 de cinco puertas de color beige de Alejandro. Cuando le reconoció Vicky levantó la mano para que él la viese. Se detuvo justo delante de ella y dejándose caer en el asiento del acompañante le abrió la puerta. Vicky entró en el vehículo rápidamente para no interrumpir el tráfico.

- Hola Alejandro.- le saludó dándole un inocente beso en la mejilla que él le devolvió.-Estas muy guapo afeitado.

   Él se sonrojó.

- Tú sí que estás preciosa, Vicky.

   Al entrar la mujer en el coche, Alejandro olió su perfume con un suave aroma a jazmín. Cuando puso el vehículo en marcha de nuevo Vicky se dio cuenta de que era la primera vez que subía a un coche adaptado para ser conducido por alguien con discapacidad. Lo que primero le llamó la atención fue que el coche tenía dos volantes concéntricos, uno de tamaño normal y otro por dentro más pequeño y que sobresalía un poco del otro, descubrió que cuando Alejandro los cogía a la vez, el coche aumentaba de velocidad, por tanto, eso debía ser el acelerador. Se fijó que no ponía ninguna marcha, pero el coche respondía igual como si lo hiciera. Al llegar al famoso semáforo que ella siempre cogía en rojo empezó a pensar que, tal vez, jamás cambiara de color, pues seguía encarnado. Entonces Alejandro empujó hacia delante una palanca que había al lado derecho por detrás del doble volante, y Vicky dedujo que se trataba del freno. Una vez, saciada su curiosidad, se dedicó a disfrutar del viaje, aunque fuese corto.

   De repente, la voz de Alejandro la sacó de sus cábalas.

- Nunca has subido a un coche adaptado, ¿verdad?

   Se lo dijo con una bonita sonrisa en los labios. Vicky le miró tímidamente. Era cierto, como ellos se citaban cerca de la tienda, no había tenido ocasión de subir a su coche.

- Pues, lo cierto es que no.-confesó- pero es un gran invento para que los invá…discapacitados, podáis ser autónomos.

   Alejandro se percibió que había cambiado la palabra sobre la marcha.

- No me ofende que me digas inválido, pero la verdad es que prefiero persona con movilidad reducida o, más corto, discapacitado físico, que suenan menos despectivas. La gente, sobre todo las personas de cierta edad, asocian a los inválidos con inútiles y eso me repatea.

   Victoria asintió.

- Sí, debe molestar bastante.-reconoció.

- No te imaginas hasta que punto. Para muchos de mis vecinos no soy Alejandro, el del número 86, soy el inválido del 86, y que rabia me da. Para ellos no tengo nombre propio.

- Eso es de gente sin cultura, no debes molestarte….claro, que para mí es muy fácil decirlo, supongo.

   Al cabo de diez minutos llegaron al restaurante de comida italiana. Justo delante de él había un sitio libre y Alejandro no lo desaprovecho. Cuando aparcó el coche, Alejandro abrió la puerta, se giró en el asiento y con su característica agilidad, cogió con ambas manos su silla, que estaba detrás entre los asientos y después de dos intentos y en apenas unos segundos le había sacado del coche, colocado las ruedas, la había frenado, le había colocado los reposapiés, y le había puesto el cojín anatómico del asiento. Y, en un segundo, se había agarrado al volante y al lateral exterior del asiento de la silla y se había sentado en ella, sólo le faltaba bajar los pedales y acomodar los pies en ellos. Cuando lo hubo hecho miró al otro lado del coche y vio que Vicky ya estaba saliendo.

- Soy un pésimo acompañante ¿no?-preguntó a la mujer que ya estaba a su lado.- He tardao tanto en salir del coche que no me ha dao tiempo de abrirte la puerta para que salieras tú. Cómo siempre me he montado sólo, dejo la silla en el asiento del acompañante y me cuesta menos sacarla que desde atrás, pero hoy ha merecido la pena el esfuerzo extra, ya lo creo que sí.

- Eres muy amable, Alejandro.-dijo ella un poco turbada.

   Vicky sonrió tímidamente y se colocó el flequillo nerviosamente. A él no le pasó desapercibido ese gesto, pero no dijo nada.

- Espero que te guste la comida italiana.-comentó señalando al restaurante que tenían en frente. Un edificio oscuro de una sola planta con las maderas de las puertas y los ventanales pintados de rojo tomate.

- Me encanta la pasta y la pizza. No hay problema.-indicó ella.

   Alejandro se adelantó y abrió la puerta para que ella entrara.

- Esta vez sí lo he hecho correctamente.- dijo él sonriendo.

   Vicky le observó bajo la luz del cartel del local que rezaba “La Toscana”. Estaba realmente guapo con la americana azul marino, la camisa color vainilla y la corbata granate. Nada más entrar se acercó a ellos un camarero de impecable uniforme con chaleco gris, pajarita y pantalones negros sobre una camisa de blanco impoluto.

- Buenas noches, señores. ¿Mesa para dos?

   Alejandro asintió.

- Si, para dos.- hacía casi una década que no pronunciaba esa frase, pero le salió con total normalidad.

   El rechoncho camarero de mediana edad les hizo una señal para que le siguieran. Les llevó a una discreta mesa situada no muy lejos de la puerta, donde Alejandro se podía mover con total libertad y además podían ver el exterior por un amplio ventanal. El camarero cortésmente, retiró un poco la silla de Vicky y cuando ella se sentó, la ayudó a colocarla de forma que estuviera cómoda y luego quitó una de las sillas para que Alejandro se acomodase.

- ¿Desean tomar una copa antes de cenar?

   Alejandro miró a Vicky y ésta negó con disimulo.

- No, gracias. Cenaremos directamente.

   El camarero le entregó una carta que cogió del centro de la mesa cuadrada y de madera adornada con una mantelería blanca, sobre la que descansaban los platos negros de forma cuadrada asimétrica, que a Vicky le gustaron nada más verlos.

- Bien, señor, aquí tienen la carta. Cuando deseen hacer su pedido sólo tienen que hacerme una señal.

- De acuerdo, gracias.

   El camarero se retiró y Vicky empezó a leer la carta.

   Alejandro sacó del bolsillo interior de la americana sus diminutas gafas para leer de cerca de montura metálica plateada, y se las colocó. Vicky le miró sorprendida.

- ¿Usas ya gafas para leer?-le preguntó espontáneamente.

   El hombre sonrió.

- Pues sí, hace tiempo ya.-dijo sonriendo.-Es que los años no pasan de largo para nadie, Vicky. En julio cumpliré los cuarenta y seis.

  Vicky advirtió que era verdad que no sabía la edad exacta de Alejandro, pues no había salido el tema antes y tampoco les importaba.

- ¿Cuarenta y seis?-preguntó Vicky asombrada.-Yo te echaba unos cuarenta y dos como mucho.

    Alejandro sonrió, se quitó las gafas y se las ofreció.

- Toma, te las regalo, que te hacen más falta a ti que a mi, me parece.-dijo y soltó una carcajada.

   Ella también rió.

- Me parece que sí.-dijo entre risas.-Soy malísima echando edades.

- No, si va de coña, a estas alturas, que te quiten de un plumazo cuatro años.-dijo soltando la risa.

- Sí, eso es cierto.-asintió ella.-El otro día un niño me llamo señora, y eso a los treinta y cinco deprime una mijilla.

- ¡Quien tuviera treinta y cinco de nuevo!.-exclamó Alejandro, y pareció que de repente se sumergió en sus pensamientos.-Y rectificar errores de consecuencias terribles…

   Vicky carraspeó algo violenta, pues no sabía cómo sacarle de la oleada de tristeza que había ensombrecido el atractivo rostro de Alejandro. Sin pensárselo dos veces cogió la carta de encima de su plato y la abrió por una página cualquiera.

- ¿Qué te parece si pedimos ya?-preguntó Vicky sonriendo.

   Alejandro carraspeó, y se quitó las gafas, y le miró. Estaba preciosa, con aquel suéter de gruesa lana color crudo.

-¿Qué te apetece, pizza o pasta?-le preguntó Alejandro levantando la vista por encima del libro.

- Prefiero pasta. Unos tallarines a la Carbonara, por ejemplo. ¿Y tú?

   Alejandro cerró la carta, y dijo:

- Pues, que sean dos.- dijo con sonrisa picara.- Me has tentado, me chifla ese plato.

   Vicky se echó a reír con disimulo.

- También es mi plato de pasta favorito.-confesó.

- Pues, no se hable más.-dijo mientras levantaba la mano discretamente para avisar al camarero, que llegó en apenas cinco segundos libreta en mano.

-¿Han decidido ya lo que van a pedir?

- Dos de tallarines a la carbonara, por favor.

- Muy bien, señor, ¿y para beber?

- Una botella de Lambrusco, por favor.

- Muy bien.-Les cogió las cartas- Enseguida estará listo. Mientras les traigo el vino ¿le parece bien, señor?

- Sí, perfecto, gracias.-respondió Alejandro.

   El camarero se retiró y Alejandro se echó a reír.

- En mi vida he pronunciao tantas veces seguidas las palabras “por favor” para que me traigan la cena.

   Vicky rió el comentario.

- Creo que este sitio es demasiado “elegante”, para una chica de mi clase. Yo soy de hamburguesa y patatas fritas.- al ver el cómico gesto en la cara de él intentó arreglarlo.-rió- pero me gusta el sitio, eso sí.

- Menos mal que he acertado al menos en la decoración.-dijo el fingiendo disgusto.

   Victoria le miró divertida.

- El ambiente es muy agradable y el hilo musical de fondo, muy acertado, con esta música tan relajante. Me encanta, de verdad.

- Espero que la comida sea también de tu gusto.

- Seguro que sí, no sufras.

   El camarero volvió de nuevo para traer la botella de vino, se la enseñó a Alejandro y este asintió. La abrió, el tapón era como el del cava pero sin envolver, les echó en las copas, y la dejó sobre la mesa.

   Vicky levantó su copa y dijo:

- Brindo por nosotros.

- Lo suscribo.-dijo él mientras hacían entrechocar lar copas y tomaban un sorbo.

- Hummm.....está buenísimo, ¿verdad?.- dijo Vicky sonriendo complacida.

- Sí, es muy bueno. Pero se sube a la cabeza que no veas.-reconoció Alejandro entre risas, que acabó contagiándosela a ella.

   Al poco rato llegó el camarero con los dos platos de pasta.

- Buen provecho.-deseó Alejandro.

   Vicky le miró con la boca llena.

- Lo mismo digo.- dijo ella mientras se tapaba la boca con la mano.- Umm....... están buenísimos ¿no es cierto?.

   Alejandro, que tenía la boca llena, tuvo que tragárselo casi entero para poder contesta.

- Sí, riquísimos.- y tapándose la boca con la servilleta, tosió.- Perdona, me atraganté un poco.

   Vicky le miró con semblante fingidamente severo.

-¿Ya estamos otra vez?, que no he traído la botella de agua, te lo advierto.

   El hombre sonrió acordándose del incidente del día que salieron por primera vez a tomar la fideuá.

- No te preocupes, está todo bajo control.- dijo y continuaron comiendo y riendo alegremente.

   Era más de media noche cuando salieron del restaurante, estaban contentos y reían. Ella le llevaba por primera vez. A Alejandro se le hacía raro, nadie lo había hecho nunca, pero ella parecía feliz de que fuese así.

-¡Que frio hace esta noche!-exclamó Alejandro frotándose las manos entre sí.

- Ya lo creo.-repuso Vicky, que estaba tan helada que apenas sentía sus propias nanos sujetas a los mangos de la silla de ruedas de Alejandro.-Ahora mismito me tomaba yo una copita de “levantamuertos”.

   Alejandro frenó la silla poniendo ambas manos en las ruedas y las giró hasta quedar de cara a Vicky. Ella se sorprendió, no tanto por el hecho de que frenase tan bruscamente como de la cara que puso al mirarla.

-¿Cómo has dicho que se llama eso?-preguntó Alejandro.-¿Levantamuertos?

   Vicky soltó una carcajada y Alejandro se fijó por primera vez en la preciosa sonrisa de la mujer.

- Sí, eso he dicho ¿por qué lo preguntas?

- Bueno, no me negarás que el nombrecito de ese licor o lo que sea es muy…original ¿no crees?

- Pues sí, es un licor que la mi madre hace. Según se cuenta en la familia, es una vieja receta de mi tataratatarabuela o algo así, que ella hacía para que su marido se lo llevase en invierno cuando iba al monte a cuidar de las cabras, creo. Por lo visto, hacía un frío terrible y ese era el método más económico que ella conocía para calentarse.

- Pues no sé si me atrevería yo a probarlo. Me da la sensación de que si te lo tomas, se te hace un boquete en las tripas.-dijo Alejandro entre risas y ella le imitó mientras se acercaban al coche.

- No será para tanto, digo yo.- respondió Vicky mientras abría la puerta trasera del coche para dejar su abrigo y el de él en el asiento trasero.

   Cuando aparcó el coche delante del portal de Vicky, sin tenerlo planeado se acercó a ella y la besó con mucha dulzura en la mejilla, entonces ella, atónita giró la cabeza para mirarle y Alejandro la besó de nuevo, pero esta vez en los labios. A ella le pilló desprevenida, pero no apartó la cara, en lugar de eso, respondió al beso con tanta pasión, que incluso ella misma se sorprendió.

   De repente Alejandro se apartó.

- Perdóname, me he dejado llevar.-se disculpó-Supongo que ha sido el vino.

   Vicky le acarició la mejilla con toda la sensualidad que sentía en aquel momento.

- No te disculpes, yo también lo deseaba. Me gustas mucho, Alejandro.

   El la miró sorprendido por su franqueza.

-¿Estás segura?- le preguntó muy serio- Yo no te puedo corresponder de la forma que tú deseas.

- ¿Y tú qué sabes lo que deseo yo?

   Alejandro bajó la mirada.

- Yo no puedo hacer lo que tú esperas que haga. No sé si me entiendes…

-¿Te refieres al sexo?-las dos copas de Lambrusco hicieron que se mostrase muy sincera. Tal vez, demasiado.

   Alejandro se sorprendió al escuchar una pregunta tan directa, pero quiso ser franco.

- Sí, exactamente. Yo no puedo….ya me entiendes. No puedo hacerlo. Quiero decir que no puedo hacerte el amor.

   Le costó mucho, pero al fin las palabras salieron de su boca.

- Alejandro, eso no me importa. Yo pienso que se puede hacer el amor de muchas maneras, con las manos, con la boca, con la mirada….

- Pero no es lo mismo.

 - No, pero, tal vez sea mejor, si se hace con la persona adecuada. Yo estoy dispuesta a averiguarlo. ¿Tú no?

   Alejandro estaba realmente sorprendido de la rapidez de los acontecimientos, pues hacía pocas semanas que salían, aunque lo hacían casi a diario, pero estaba dispuesto a jugar esa última baza. Tal vez, esta vez, tuviera mejores cartas.

- Sí, lo estoy. Pero, pienso que estamos locos.

- Pues, viva la locura, mi amor. Viva la locura.

   Alejandro se quedó pensativo un instante y luego dijo:

- Creo que es mejor que vayamos a mi casa. Allí lo tengo todo adaptado para mí, y nos resultará más cómodo.-comentó el hombre.

   Vicky asintió.

- Estoy de acuerdo, pero antes, si no te importa, me gustaría pasar a echarle comida y agua a Óscar.

   Alejandro asintió y Vicky se bajó del coche y entró en su portal. Cuando volvió a salir al cabo de veinte minutos, se dirigieron a casa de él.

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