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viernes, 20 de septiembre de 2013

Capítulo 37.

   Al entrar en la pequeña habitación, Vicky se fijo inmediatamente en Alejandro que estaba acostado boca arriba en una estrecha camilla y tapado por una sabana hasta las axilas. Tenía el pecho desnudo. Cuando les vio entrar intentó incorporarse, pero el dolor le hizo desistir.
 - ¿Cómo estas, cariño?-preguntó Vicky acariciándole la sudorosa frente.
   Alejandro tragó saliva antes de empezar a hablar.
- No me duele demasiado, supongo que en el suero me han puesto algún calmante.-dijo con voz apagada.-Lo siento mucho…chicos.
 - No seas tonto, hombre.-le dijo Jorge.- Eso sí, deberías zanjar el tema de una vez por todas, y que conste que lo digo más por ti que por nosotros.
 - Debiste hacer esto la otra vez, y no hubieras sufrido tanto.-reconoció Vicky.
   Alejandro negó con un gesto de cabeza.
- No me gustan los hospitales, ya lo sabéis-protestó el vasco.
  Jorge intervino acercándose a la camilla.
- Coño, a nadie nos gustan los hospitales, pero si hay que venir se viene y listos.
- Yo entré en uno con mis piernas bien y con mujer e hijos y salí paralítico sin hijos y viudo.-se lamentó Alejandro.
   Vicky bajó la mirada con pena, al escuchar aquellas palabras en boca del propio Alejandro.
 - Eso no es justo, Alejandro.-dijo Jorge.-Por desgracia tus lesiones eran irreversibles desde el mismo momento en que te las hiciste. Y lo de Elisa y los niños tampoco hubiera cambiado nada de no haber ido al hospital.
   Alejandro no dijo nada porque en el fondo sabía que Jorge tenía toda la razón.
   Al cabo de unos minutos esperando fuera de la habitación, la hermana de Alejandro y su marido, decidieron entrar de nuevo para ver cómo evolucionaba la situación, pues las enfermeras no les daban demasiadas explicaciones y eso les estaba poniendo algo tensos a ambos. Mª José se acercó a la camilla donde descasaba Alejandro acompañado de Vicky.
- Hermanito, ¿cómo te sientes?
 - Pues mejor que la otra vez, pero duele a pesar de los calmantes.-se llevó la mano al empeine.-Ostras, ya empieza a ponerse fea la cosa, se está despertando Gotzilla.
 - Que cabezón eres cuñao.- le espetó Jorge sonriendo.
 - A ti te quisiera ver yo pasando por esto, listillo.- dijo Alejandro.
 - Es que yo estaría pidiendo un calmante a grito pelao.-admitió el joven cuñado de Alejandro.-Tú aguantas demasiado.
   En ese momento entró una enfermera y al ver que había tres personas con el enfermo se dirigió a ellos.
 - Disculpen, pero aquí en urgencias, solo puede haber una persona cada vez, acompañando al enfermo.-dijo con tono algo autoritario. Su aspecto no difería a su agrio carácter, era bajita, enjuta y con una prominente nariz aguileña.
   Jorge intervino.
 - Perdone, enfermera, ahora nos salimos.-se dirigió a Vicky.-Quédate tú con él, nosotros esperaremos fuera, ¿estás de acuerdo, cariño?
    La pregunta iba dirigida a su mujer.
- Sí, por supuesto. Venga, nosotros aprovecharemos para ir a llamar a Myrna a ver como se portan las niñas.
   Cuando el matrimonio salió de la pequeña sala, Vicky se sentó en la silla de Alejandro que estaba junto a la camilla.
 -¿Es cómoda mi silla, cariño?-preguntó Alejandro intentando bromear en un momento que el dolor parecía haberle dado una pequeña tregua.
   Vicky sonrió.
 - Sí, no está mal.-dijo ella sonriendo.-pero los pies no me llegan a los pedales.
 - Eso te pasa por enana.- dijo Alejandro intentando removerse en la camilla con una mueca de dolor en el rostro.
- Pero si mido más de uno setenta, que enana ni que ocho cuartos.-protestó Vicky riendo.
  La enfermera estaba leyendo unas anotaciones del informe de Alejandro. Dejó de mirar a sus notas para dirigirse al paciente.
-¿Siente dolor, señor Jaureguibeitia?
   Alejandro asintió.
- La verdad es que sí.-reconoció respirando de forma regular para intentar controlarlo.
- Se lo comentaré a la doctora y a ver que se decide hacer.-dijo en tono tan neutro que resultó hasta mecánico. Sin decir nada más, salió de la habitación.
- Que sosa es por Dios.- comentó Vicky.
- Una acelga con uniforme.-bromeó Alejandro pero le dio otra envestida de dolor por lo que se puso a sudar y blanco como la cal.-oh, ufff…, esto se pone feo, cielo. Me empieza a doler de mala manera.    
  Vicky se acercó.
- ¿Aviso a la enfermera?.
  Alejandro movió la cabeza en señal de negación.
- Ni se te ocurra llamar a la acelga.-le advirtió quedamente.-Esto no me lo puede solucionar ella, es cuestión de esperar a que la dichosa piedra baje…¡ostras!.-se la mano izquierda a la zona lumbar, mientras se agarraba al borde de la dura y estrecha camilla con la otra.
- ¿Te duele mucho?-le preguntó Vicky mientras le acariciaba la cara.
  El hombre asintió, con una mueca de dolor en la cara, y un ojo cerrado.
- Un poco, si.
- Perdóname por hacerte una pregunta tan absurda. Estoy muy nerviosa, cariño.
  Alejandro sonrió débilmente.
- Tranquila, cielo. Estoy acostumbrao a esto. Con suerte, dos horas o tres con este puñetero dolor y la piedra saldrá con el pis.
   En ese momento entro la doctora con unos informes en las manos.
- Hola, ¿qué tal se siente, Alejandro?-había renunciado a pronunciar correctamente el apellido del hombre.
- Me duele el riñón izquierdo y va hacia abajo, como siempre.-explicó el hombre con preocupación en la voz, pues ya sabía lo que le esperaba.
- No se preocupe, le he prescrito metamizol cada ocho horas por vía intravenosa en el gotero.-comentó la doctora, mientras lo apuntaba en la hoja de observaciones.- Ahora vendrá la enfermera a ponerle la primera dosis y en una hora comenzará a sentirse algo mejor. Pero el dolor no desaparecerá hasta que elimine el cálculo. También le retiraremos la sonda para que baje la inflamación, pero tendrá que llevar pañal y aquí no tenemos de los que usted lleva, son de los grandes.
- Da lo mismo, lo que quiero es que desaparezca el dolor de una vez.-reconoció Alejandro.
- No se preocupe, en cuanto comience a entrar el calmante se sentirá mejor. Alejandro asintió.
- Pero le advierto que en un par de ocasiones, el dolor era tan intenso que tuvieron que echar mano de la morfina.-comentó Alejandro.
  La joven doctora, de una edad similar a la de Vicky, le puso una mano sobre el hombro como para tratar de mostrarse menos fría, de lo que en ella era corriente.
- No se preocupe, si es preciso se le administrará.-le comentó mostrando una bonita sonrisa.
  La doctora se excusó diciendo que tenía mucho trabajo y salió de la habitación.
  Cuando la enfermera llegó hizo salir a Vicky y ésta se reunió con Mª José y Jorge en el pasillo.
 - ¿Qué ha dicho la doctora, Vicky?-preguntó Mª José preocupada.
   Vicky se encogió de hombros.
 - Pues, lo que ya sabíamos, que es una piedra.-dijo Vicky tan preocupada por él, que su voz comenzó a desaparecer poco a poco para dar paso a otra que parecía salida de una caverna, cosa que, como le sucedía a su difunta abuela materna, de la que también había heredado el nombre, solía ocurrirle en algunas situaciones tensas, y esa era, de largo, la que más había afectado a la mujer en muchos años.-Le van a poner un calmante en el suero para el dolor y le van a quitar la sonda. Dice que quiere esperar a ver si consigue expulsarla por él mismo y que si no sale y el dolor aumenta mucho, que le pondrán morfina.
- Pobre, siempre está liado con esto de las piedras, y mira que bebe agua y hace vida sana.-se lamentó Mª José y los otros dos asintieron.
 - Mª José, eso es porque el riñón no funciona correctamente, no porque él no se cuide.-comentó Vicky.- De hecho, desde que vivimos juntos no bebe casi nada de alcohol y fuma muy poquito.
- Esperemos que ahora que está contigo, se cuide más de lo que lo ha hecho en los últimos años.-dijo Jorge, seriamente preocupado por Alejandro.
  Al cabo de unos veinte minutos la enfermera salió de la sala donde estaba Alejandro.
- Ya pueden entrar dos de ustedes.-dijo recalcando el número.
- Entrad vosotras, yo lo haré luego.-dijo Jorge abriéndole la puerta de la habitación.
  Al sentir que alguien entraba el enfermo abrió los ojos y miró a las dos mujeres.
- Se ha empeñao en cambiarme la vía porque decía que estaba entrapada y no sabéis el daño que me ha hecho la muy burra. A esta acelga la enseñaron a poner vías en el Carrefour.-comentó resoplando para intentar controlar el fuerte dolor.- Con los agujeros que me ha hecho en los dos brazos no os extrañe que cuando beba agua parezca un aspersor de riego.
   Las dos mujeres, a pesar de la tensión, dejaron escapar una carcajada ante otra de las ocurrencias de Alejandro.
 - Eres lo que no hay hermanito.-dijo Mª José acariciándole la frente, que seguía ardiendo de fiebre.
 - Sí, vosotras reíros, pero esa no me vuelve a pinchar nunca más.- dijo convencido.
 - Ya será menos, que eres un exagerado.-le dijo Vicky.
   El hombre negó con la cabeza de forma rotunda.
- Que no exagero.-se apartó la manga del camisón para que las dos mujeres viesen la “escabechina” que la enfermera le había organizado en los dos brazos, intentando encontrar una vena en condiciones para colocarle la vía, cosa que le costó más de un pinchazo en ambos brazos.- Mira, dos pinchazos en el brazo izquierdo y tres en el derecho, mirad.
 - Pobrecito mío, leñe.-le dijo Vicky como si hablara con un bebe y le besó en la frente.
 - No te cachondees, que no veas que daño me ha hecho la bruja esa, joder.-en ese momento el dolor se agudizó y Alejandro se llevó la mano izquierda al vientre.- Ostras, joder, ya estamos. Uff, que dolor chicas, caramba.- Se giró lo que pudo sobre el lado izquierdo y se puso la mano sobre el costado presionando la zona del dolor.- Vicky, me duele muchísimo, de verdad.
   La mujer le cogió la mano para consolarle.
 - Lo sé, cielo, lo sé.- Vicky le acariciaba la frente mientras le hablaba.
   Al cabo de un rato de sentir las caricias de Vicky en la frente y gracias a que el calmante comenzaba a hacerle efecto, se quedó dormido. Entonces las dos mujeres salieron al pasillo para estar un momento con Jorge.
  Cuando se acercaron a él, Mª José se dio cuenta que se había quedado dormido en la incómoda silla de la sala de espera y que la cabeza le colgaba sobre el lado izquierdo, lo que había hecho que sus pequeñas gafitas cayeran al suelo. Su mujer las recogió y las guardó en su bolso.
 - Pobre, se ha quedado frito.-dijo Vicky sonriendo con ternura, pues le había cogido cariño a aquel muchacho de carácter afable.
   Mª José se sentó junto a su marido y le cogió la cara para dejarla descansar sobre su hombro. El chico estaba tan profundamente dormido que ni se inmutó.
 - Este se duerme en el palo de un gallinero.-bromeó Mª José.-Muchas noches empiezo a hablarle de algo de las niñas y cuando me doy cuenta está roncando literalmente.
   Vicky, sentada al otro lado de Jorge sonrió.
 - Tu hermano es igual en eso, se duerme enseguida.
 - Bueno, pero lo de Alejandro es normal. Él toma somníferos.
   Vicky negó con la cabeza.
- No, ya los ha dejado. Cuando nos conocimos si que tomaba una pastilla para dormir, pero poco a poco lo ha ido dejando y ya hace tres semanas que no toma nada. Mª José sonrió feliz.
 - ¿De veras?. Eso es fantástico hace años que depende de pastillas para dormir y para la depresión.- reconoció.
 - Pues ya no toma nada, que yo sepa.-se encogió de hombros.-Al menos, delante de mí no las toma.
 - Supongo que las habrá dejado con supervisión de su médico de cabecera.-indicó la hermana de Alejandro.
- Me dijo el otro día que lo había consultado en la farmacia.-dijo Vicky.-Supongo que no las habrá dejado sin decírselo a un profesional.
  Las mujeres se miraron con la misma idea en la cabeza, pero ninguna de las dos se atrevió a reconocer sus temores. Jorge se removió en el asiento y miró su reloj bostezando.
- La ostia, me he quedao sobao, ¿qué hora es? Joder, si son casi las tres de la mañana.
  Mª José le entregó las gafas.
- Toma, anda, que un día pierdes la cabeza, y ni te enteras.
   Jorge, aun algo adormilado se las puso.
-¿Cómo es que las tenías tú?.
- Porque me las he encontrado en el suelo, hijo mío.
- La virgen, pues ni me he enterado. Por cierto ¿Cómo sigue tú hermano?
  Mª José hizo un gesto de disgusto.
- Ahora duerme, le han puesto un calmante en el suero y se ha quedado tranquilo, por eso nos hemos salido para estar contigo y nos encontramos que estabas también dormido.
   Jorge cabeceó apesadumbrado.
 - Lo siento chicas, pero es que yo después de media noche no soy persona.-reconoció.- Lo lamento, Vicky, soy un acompañante penoso.
   Vicky sonrió.
 - No te preocupes, no pasa nada.-le dijo para que no se sintiera culpable.
- Me gustaría entrar a ver al cuñao.-dijo Jorge poniéndose de pie.
  Su mujer le detuvo cogiéndole de la mano.
- Espérate, que acaba de dormirse. Cuando despierte le veras.
Jorge asintió.
- Sí, eso es verdad. Dejaremos que descanse y luego le veo.

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