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domingo, 24 de noviembre de 2013

Capítulo 56.


  Como era de esperar, al otro día Vicky se despertó con una resaca de órdago, pero como estaba de vacaciones todo el mes de julio, pues se pudo permitir el lujo de quedarse en la cama un rato más. A eso de las once de la mañana, Alejandro entró en su habitación con una bandeja.
- Buenos días, dormilona.-dijo mientras, muy despacio, se acercaba a la cama.
  Vicky, al sentir la voz de su prometido, entre abrió sus grandes ojos castaños y la luz del sol que entraba por la ventana se le “clavó” en las pupilas.
- Ohhh, mi cabeza.-refunfuñó tapándose los ojos con la mano.
- Te he traído algo para desayunar, aunque un poco más y te tengo que traer la comida.-dijo Alejandro sonriendo.
- Alejandro, no tengo hambre. Tengo el estómago encogido.
- No me extraña, mujer de Dios.-dijo Alejandro.-Anoche por poco te bebes hasta el agua de los floreros, criatura.
  Vicky se llevó las manos a las sienes.
- Estoy fatal, me duele la cabeza una barbaridad.
- Es que bebiste mucho, y no estás acostumbrada a eso. Venga, tómate al menos el zumo de naranja.-dejó la bandeja sobre la mesita de noche y cogió el vaso para dárselo a ella.- Siéntate y tómatelo, mi niña.
  Vicky se sentó perezosamente en la cama.
- Ayyy, mi cabeza.-se quejó con voz lastimera.-Alejandro, mi vida, dile a la tía del espejo que deje de moverse delante de mí.
   Alejandro descubrió que “la tía del espejo” era ella misma reflejada en el espejo de marco de madera que había sobre el tocador y que miraba directamente a la cabecera de la cama. El hombre se echó a reír.
- Ay, la leche, que pedazo de resaca tienes, cariño mío.
  La voz de Alejandro entró por los oídos de Vicky como una taladradora.
- No grites, por favor, la cabeza me va a estallar.-pidió con voz lastimosa.
- Perdona, mujer, pero no estoy gritando, es tu cabeza la que amplifica los sonidos.
- Que mala es una resaca por Dios.-susurró Vicky mientras se masajeaba las sienes con los dedos.
- Ya lo sé, he pasao muchas en mi juventud.-confesó Alejandro mientras registraba en el cajón de arriba de su mesita de noche, del que sacó una caja de aspirinas. Cogió una pastilla y se la alargó a Vicky.-Toma, preciosa, tómate este comprimido y veras como dentro de un rato estas mejor.
  Vicky la cogió y se la tomó con un poco de zumo.
- Odio el zumo de naranja.-protesto poniendo cara de asco.
  Alejandro sonrió.
- Lo sé, Vicky, pero es muy bueno para la resaca por eso de la vitamina C, o al menos eso he oído.
   Después de tomarse el zumo se volvió a recostar y Alejandro se marchó para que descansara.
   Al cabo de un rato, Vicky se sentía algo mejor y decidió levantarse. Se dejó el camisón, que no recordaba haberse puesto la noche anterior, se colocó encima su bata de manga corta color malva, y salió de la habitación. Aunque parecía que iba en un barco, de un lado al otro del pasillo, consiguió llegar al comedor sin tropezar con nada. Cuando entró en la cocina, se encontró con Myrna que estaba comenzando a preparar la comida de medio día para ella y Alejandro, pues Vicky dijo que no pensaba comer nada en todo el día.
- Hola, ¿Qué tal se siente, mi cielo?.-preguntó al darse la vuelta y verla entrar en la cocina.-Ay, virgencita de Guadalupe, que cara trae, mi amor.
- Estoy fatal. Mareada, con náuseas, ufff.-se sentó a la mesa.-Myrna, te voy a pedir un favor, si me vuelves a ver arrimarme a la boca algo que lleve alcohol, dame una buena bofetada ¿de acuerdo?
  Myrna rió.
- Ok, yo ya lo haré, descuide.
-¿Qué puedo tomar para que se me asiente el estómago?-preguntó Vicky poniéndose la mano en el abdomen.
- Pues una infusión de camomila es mano de santo, ¿se la preparo?
- No.-dijo Vicky decidida mientras se levantaba-Deja, ya me la pre…Ohhh, mi cabeza.-le dio vueltas toda la cocina y si la silla llega a estar un palmo más atrás de donde estaba, se hubiera caído al suelo.-Házmela tú, Myrna, por favor. No me tengo en pie.
- Claro que sí, mi cielo.-dijo Myrna dejando rápidamente lo que estaba haciendo en ese momento.
   Mientras Vicky se estaba tomando la infusión apareció Alejandro. Cuando el hombre la vio sentada, se acercó a ella.
- ¿Cómo estás, mi vida?-le preguntó cogiéndole las manos entre las suyas.
- Pues, la casa ha dejado de dar vueltas ya y la cabeza me duele algo menos, pero mi estómago parece el tambor de una lavadora centrifugando.
- Pobrecita mía, leñe.-dijo poniendo voz zalamera y acurrucándola contra su pecho como a una niña desvalida.
- Ay, que mimosón se me volvió, mi cielo.-dijo Myrna, al ver con la dulzura que trataba a su prometida.
  Alejandro giró la cabeza y sonrió.
- Mujer, no seas así, que está malita.-dijo Alejandro mientras acariciaba el largo y abundante cabello de su prometida.
   Después de unos días a arroz hervido, el estómago de Vicky se serenó al fin y para el jueves ya estaba totalmente recuperada. Cuando se disponían a desayunar Alejandro levantó la cabeza de la taza de café con leche que se estaba tomando y miró a Vicky. Estaba preciosa, como siempre para él, aunque llevase una vieja camiseta de manga corta y unos vaqueros desgastados.
- Vicky, ¿cómo ves que vayamos a casa de tus padres?. Yo puedo dejar lo que estoy haciendo sin problemas, y tú coges las vacaciones ahora a primeros de agosto. Es una fecha perfecta.
- No sé, yo…
- Vicky, deja de poner excusas, algún día tienes que romper el hielo con tu padre, ¿no?
  Ella asintió.
- De acuerdo, tú ganas. Mañana voy a mi casa a buscar mi maleta y preparo el equipaje tranquilamente.
  Alejandro asintió feliz.
  Decidieron salir el día uno de agosto, primer día de vacaciones para Vicky, a primera hora de la mañana, y así estar en el pequeño pueblo de Hoyos del río, provincia de Huelva, a eso de media tarde, pues a Alejandro nunca le había gustado correr al volante, pero desde el accidente, aún se había vuelto más prudente y no solía pasar de los cien kilómetros hora aunque no hubiese tráfico.
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